El jardín de Africa

Luego de pasar semanas en el bush, la llegada a Zimbabue trae una muy bienvenida ruptura con la monotonía. Sin embargo, no sabía muy bien qué esperar de este país, tan famoso por el inmortal Robert Mugabe su presidente todopoderoso, que cada tanto hace eco en las noticias cuando lleva a cabo algún nuevo capricho para poder seguir enquistado en el poder, aún con sus lúcidos 94 años y luego de 35 controlando el país a su antojo. No suelo llegar a un país con tan pocas referencias, pero en este caso en particular en el que no venía con la cabeza con ánimos para investigar, decidí dejarme sorprender; y a veces es bueno hacerlo.

Todo por un dólar

Pasé mi primer día en el país camino a Bulawayo con un nuevo entretenimiento para distraer mi cabeza, practicar ndebele mientras pedaleaba. Este lenguaje que se habla en el este del país es uno de los lenguajes de clicks de Africa, que consta en intercalar “clicks”, como aquellos que hacemos cuando imitamos a un caballo galopar o llamamos a un perro,entre las sílabas de las palabras. No es nada simple, porque hay al menos 4 tipos de “clicks” diferentes que marcan la jerarquía de lo que se habla y el "click" no debe cortar la fluidez de la pronunciación. El sonido resultante del lenguaje es hermoso, una verdadera sinfonía de click-clacks/click-clacks, algo que nunca había escuchado antes, pero pronunciar las palabras es literalmente un trabalenguas. El Padre “Nu'click'be” en la iglesia de la frontera, me enseñó varias palabras para que pudiera entretenerme todo el día, y eso hice. Para cuando llegué a Bulawayo, 110 km más tarde, ya podía hacer los clicks de algúnas palabras sueltas, pero para una oración continua creo que aún necesitaría unos 1000 km más.

Bulawayo, es el ejemplo perfecto de los resultados de los caprichos de Mugabe. Una ciudad que alguna vez fue una gran urbe industrial, ahora con todas sus fábricas cerradas, abandonadas, sin producir nada para el país. En uno de sus brotes de populismo, Mugabe le confiscó todo a los blancos, las tierras, las fábricas, a veces de maneras violentas que llevaron a la muerte de miles de personas y al exilio del resto. Maniobras como estas, que le devolvieron la popularidad que quería, eventualmente hundieron al país en la pobreza y el caos económico, obligando a la mayoría de los zimbabuenses pobres a huir por la falta de trabajo y el hambre, en un país que es considerado el granero de Africa. Zimbabue es la pampa húmeda de Africa y basta con salir de la ciudad para verlo claramente.

Sin embargo, al dejar estas fértiles tierras arbitrariamente en manos de gente sin conocimiento alguno, el país perdió en poco tiempo todo su poder de producción. Habiendo crecido en un país con una economía esquizofrénica, es muy raro que otro país logre sorprenderme en ese aspecto. Eso creía hasta que llegué a Zimbabue, cuya hiper exorbitante inflación los llevó a tener billetes de hasta 100 trillones de dólares, los cuales hoy en día, sirven de souvenir. La moneda oficial es el dólar estadounidense, sin embargo, esto no tiene conexión alguna con el tesoro de Estados Unidos, quien no lo avala. Básicamente, las divisas en dólares que entran al país por lo que exporta, se inyectan directamente a la economía. Pero el problema es que entra en billetes grandes, y nunca en monedas. Para el cambio chico, el país usa el rand sudafricano. Es decir, que si uno va al cajero automático extrae billetes de 20,50 y 100 dólares, pero al pagar en el supermercado, la diferencia por debajo de 1 dólar (y a veces de 10), se devuelve en monedas de rands, que por supuesto tienen una tasa de cambio diferente al del dólar. Justamente por eso, es que casi todo vale un dólar en Zimbabue y muchas veces la relación entre costos no tiene sentido. Una lata de coca-cola: 1 dólar. Un plato de sadza con carne: 1 dólar. Un kilo de manzanas: 1 dólar. Un paquete de pasta: 1 dólar. Al final del día, todo se compensa y termina saliendo bastante barato, pero creo nadie en este país, ni sus políticos, entiende cómo su economía “funciona”.

Acampadas de ensueño

La ruta que he elegido para cruzar Zimbabue es rural, muy tranquila y con poco tráfico. He entrado en una etapa introspectiva en la que decido estar mayormente solo, y este país me ha regalado la vuelta a las acampadas sublimes en la naturaleza, donde poder encontrar paz en la suavidad de las formas y en los cielos que despilfarran colores vibrantes al comienzo y al final de cada día.

La geografía de Zimbabue no se compara a la de todos los países que lo circundan. Mientras que aquellos son mayormente bush infinito y monótono, aquí las montañas cubiertas de un espeso tapiz de árboles y rocas, aportan la riqueza de formas únicas, elevándose suavemente hasta desvanecerse entre la niebla en el horizonte. 

A una altitud promedio de 1400 m, no sólo la tierra es fértil en el granero de Africa, sino que el clima es una primavera perfecta durante casi todo el año. Estoy en pleno verano, pero aún así no tengo ni calor ni frío en ningún momento, ni durante el día ni durante la noche, ni bajo el sol, ni bajo la sombra. El clima seco me hace olvidar del insoportable sudor que usualmente me persigue a donde quiera que vaya. Cada día termina con un hermoso espectáculo visual, en el momento que comienzo a buscar el lugar donde poder acampar. 

Si estoy cerca de alguna aldea, los lugareños se acercan siempre a ofrecerme que pase la noche en sus casas, pero gentilmente declino las invitaciones en busca de un espacio para mí mismo. Todos me aseguran que no debo preocuparme por mi seguridad y no dudo de ello en ningún momento. A pesar de que en Zambia y Botswana (como ocurre en casi todo el mundo, lo malo siempre lo perpetra el de en frente) todos le atribuyen los robos a los zimbabuenses, en ningún momento me he sentido amenazado, sino más bien protegido por la gente que me rodea cada noche, cuya calidez me dio siempre la tranquilidad necesaria para dejar todas mis cosas afuera de la tienda como lo hago habitualmente.

Todo es exquisitamente bonito mientras acampo en esta geografía de clima afable; me preparo un té para beberlo mientras contemplo los colores del atardecer, cocino mi cena antes de que oscurezca y me preparo para echarme panza arriba a mirar mi programa favorito de las noches en la tele; miles de millones de estrellas pasan en la tele de Zimbabue durante la noche; tantas que puedo conciliar el sueño mientras estudio minuciosamente las galaxias que aquí se ven tan claramente a lo largo de la vía láctea. 

El camino a Masvingo pasando por Zvishavane es sencillo y agradable. Está repleto de aldeas tradicionales cuyas chozas se funden perfectamente con su entorno. Los zimbabuenses por otra parte, son tranquilos, muy respetuosos, no se los escucha gritar ni exacerbarse cuando me ven pasar. No paso mucho tiempo en el país hasta darme cuenta que tienen probablemente la educación más alta en todo Africa saliendo de la Sudáfrica blanca;

aquí el nivel de las conversaciones que mantengo con la gente es claramente más elevado, incluso en aldeas rurales. Por eso no es casualidad que niños de todos los países vecinos vengan a educarse en las escuelas pupilas de Zimbabue, ni tampoco que el país exporte maestros y profesores de altísimo nivel a todo el resto del sur de Africa. Quizás, uno de los pocos legados positivos de Mugabe. 

Pedalear por Zimbabue rural es como vivir permanentemente en un día domingo, tranquilidad pueblerina todos los días. Gente sencilla que no vive acelerada, estar con ellos me da paz. Padres que pasan a la vuelta de su día laboral con sus hijos montados sobre el manillar de sus viejas bicicletas oxidadas, mujeres sentadas alrededor del fuego preparando sadza, niños jugando al fútbol con una pelota improvisada. Escenas sencillas de la vida cotidiana bajo un sol que baña de dorado las plantaciones haciendo que todo parezca estar en perfecto órden, en estas aldeas donde el tiempo parece haberse detenido

Un jardín de baobabs

Ya en el giro casi a 90 grados que hago en rumbo norte hacia Mutare, el camino se vuelve de repente en un extenso jardín de baobabs, que en este momento del año se encuentran todos florecidos. Pocas veces he visto un árbol tan hermoso. Es tan bonito como caricaturesco, cuerpo alto y robusto con bracitos cortos en su copa, parece un árbol salido de una historieta de fantasía para niños.

En las aldeas parecen hacer juego perfecto con las chozas. Por un momento, viendo las formas de las chozas tradicionales zimbabuenses junto a los enormes baobabs, hasta puedo creer que estoy en la aldea de los pitufos, sin tan sólo la gente fuera celeste....Sus copas traen el relajo de la sombra para los aldeanos, quienes se sientan alrededor de su base a pasar la tarde charlando en estas semanas de Zimbabue compuestas de 7 días domingo. 

A veces su tronco es tan grande que mi ojo de arquitecto me hace imaginar que de calarlo interiormente, creo que perfectamente podría hacerse una casa muy cómoda de varios pisos en su interior, y lo mejor de todo es que sería una casa increíble, una casa orgánica hecha por la naturaleza para vivir en armonía con ella. 

Una lección de shona

Cuando me preguntan por qué hablo tantos idiomas y por qué me gusta aprenderlos, siempre contesto que aprender un idioma, incluso si son tan sólo sus cosas más básicas, es el primer paso para poder comenzar a entender la cosmovisión de una cultura, la cual es reflejada antes que nada, en su lengua. En uno de mis últimos días en Zimbabue, mientras estoy sentado en una cantina de la ruta comiendo sadza con pescado, un señor, me pregunta gentilmente si puede sentarse a dialogar conmigo. Por supuesto respondo y luego de una interesante conversación política, le pido a Robert que me enseñe un poco de shona (el lenguaje del centro y oeste del país).
Comenzamos por lo esencial, algo que creo que debe ser un deber aprender, más bien una obligación, de todo viajero para entrar a un país como invitado: "Hola!" "Buen día!" "¿Cómo estás?" "Muy bien". "Por favor" y "gracias".

Cuando Robert me enseña a decir "¿Cómo estás?", se detiene y me aclara que en shona, se dice “¿cómo están?” en plural, incluso si nos dirigimos a un sólo individuo, porque cuando alguien pregunta esto, se pregunta incluyendo no sólo a la persona en cuestión, sino también a todos sus familiares, su familia extendida y hasta sus ancestros. De la misma manera, al responder, se responde “estamos bien”, y la persona responde por él, por sus familiares, su familia extendida y sus ancestros. 
 

Esto habla por sí solo de su cultura, de su gente, de su universo, de su manera de entender la vida y su relación con el mundo y entre los prójimos. El lenguaje shona refleja todo lo que he visto en estos días en la vida simple de los zimbabuenses, siempre tranquilos, respetuosos, tratándose bien entre sí; y a pesar de tener un presidente que tan inteligentemente se ha encargado de volver pobre a un país tan excepcionalmente rico (historia que me suena conocida) tienen el enorme poder mantenerse sonrientes y serenos. Zimbabue, sabiendo poco y nada de antemano, me ha sorprendido. No es el país del deslumbramiento visual que deja atónito, pero sí el de una armonía de formas, de colores, de clima amenos, en conjunto con su gente agradable y educada que se mantienen constantes a lo largo de todo el territorio, algo que no siempre se da con frecuencia dentro de un mismo país. Zimbabue ha sido el país del equilibrio, el que me dio el espacio auspicioso necesario para poder entrar en introspección y encontrar algo de paz y serenidad en la tempestad interna de las emociones. Zimbabue y los zimbabuenses me hicieron bien y volvería cualquier día que pudiera a este país que claramente es el jardín de Africa.