Luego de pasar la Navidad en Livingstone junto al Padre John, continué mi camino con el ánimo un poco más fortalecido. Pedalear con el corazón roto no es tarea fácil, pero una vez que cruzara el legendario río Zambezi en Kazungula, comprobaría que al entrar en el zoológico, poco sería el espacio que me quedaría para acordarme de las penas. Porque allí en Botswana, donde hay más animales salvajes sueltos por el bush que personas, todo se trataría de rodar mi bicicleta procurando no alterar a las fieras, no morir en el intento y llegar sano y salvo al 2015.
300 km en Elefantelandia
Son 300 km los que separan Kazungula de Nata. 300 km de carretera plana cruzando el bush monótono y salvaje, en los que no hay prácticamente nada, más que animales salvajes. No hay aldeas, no hay gente, no hay acceso a agua más que en un parador y un puesto de guarda parques al final del camino. 300 km que muy bien han sido apodados como la “Carretera de los elefantes”. 300 km que me causaban tanta emoción como ansiedad.
En Kazungula, Win y Busie me dejaron montar mi mosquitera en en el patio de su casa. Mientras Busie me prepara el desayuno antes de salir, me cuenta cómo suele ver a los elefantes pasar por la ventana mientras cocina. Más tarde, Win se levanta con cara de dormido y me pregunta si no me habían despertado los rugidos de la pelea de leones que hubo durante la noche. Lo despertaron a las 3 am y saltó de la cama para ver si yo estaba bien ahí afuera, pero luego le costó dormirse. Yo no me enteré de nada, pero a decir verdad hasta me hubiera gustado despertarme para escucharlos. De todas maneras me quedé pensando hasta qué punto es bueno dormir tan bien en Botswana.
Alertado pero sin miedo salgo del pueblo para lanzarme a la “carretera de los elefantes”, tengo que hacer 100 km para encontrar el único lugar seguro para dormir y poder recargar agua; pan comido!. La paradoja de saber que uno está cruzando una zona de animales salvajes, es que por un lado uno se muere por verlos, pero por el otro sabe que encontrarse cara a cara con un animal salvaje puede ser un encuentro que uno nunca llegue a contar. Con esta mezcla de emociones dentro, avanzo durante toda la primera mañana sin ver nada más que arbustos en un camino infinitamente monótono. El camino tiene varios puntos de descanso con sillas y mesas en el bush, pero es difícil digerir la comida con el cartel que el gobierno pone en ellos.
Pasan un par de horas y no he visto ni siquiera un elefante, empiezo a creer que todo es una farsa. Estoy aburrido, sólo veo (y huelo) su caca, que es obviamente proporcional al tamaño de estas bestias. Es caca bestial que se avista desde decenas de metros antes, es tan grande que al ver a los insectos que se alimentan en ella es como ver a un grupo de montañistas escalando el Everest. Si las pisara en el centro, en algunas enterraría mi pierna hasta la rodilla y por momentos me cuesta ir esquivándolas para no empantanar la bici en la caca. Toda esta carretera está llena de montañas de caca verde y fresca, pero no importa cuánto busque en los arbustos, sigo sin ver a un bendito elefante.
Finalmente, veo un punto gris en el horizonte, lo veo moverse, son las orejas agitándose en el aire. Está al lado del camino, demasiado cerca, es enorme, gigante, y a medida que me acerco a él, me doy cuenta que no puedo simplemente pasar rodando a su lado. Tengo viento a favor, lo que resulta un problema porque hace que el elefante me huela desde muchísimo antes. En ese momento veo un vehículo que viene y le pido que pase despacio para hacerme de pantalla. Paso el primero sin problemas. Muy bien. Es hermoso, estoy emocionado pedaleando junto a elefantes, pero no puedo quedarme a contemplarlo, podría ponerse nervioso. Por el resto del día veo algunos más, que los paso del mismo modo, esperando algún vehículo, cada tanto pasa uno y le pido que me ayude.
Cuando llego al parador de la ruta, el único que hay, me dejan acampar, porque según me dicen las pocas personas que trabajan allí en el medio del bush, esto está lleno de leones. Un jóven batsuano que paró a comprar algo, me pregunta qué demonios hago allí con la bicicleta, y me dice que no pedalee de noche, que ayer venía en su auto y se encontró a dos gatos en el medio del camino. Los batsuanos son muy simpáticos, se refieren a los leones simplemente como a meros gatitos. Y continúa con una sonrisa enorme: - “si pasas con tu bicicleta, te van a hacer barbacoa” y se mata de risa y me lo repite, como si no me hubiera quedado claro: “barbacoa te van a hacer”.
Al día siguiente me tocan hace 140 km hasta el puesto de guarda parques, pero si es como ayer, no tendría problema, ni siquiera es que hay tantos animales. Salgo un poco desilusionado, sin pocas expectativas ya que ayer había visto 5 elefantes nada más. Pero al poco tiempo de salir, la situación cambia radicalmente. Empiezo a encontrarlos por todo el camino. En un momento un auto se detiene y su conductor me dice: - “Ten mucho cuidado, estos elefantes son muy salvajes e impredecibles”. Los que no somos africanos nos imaginamos al león como el más peligroso de los animales, pero el animal más temido por los africanos es el elefante, por lejos. Décadas de caza furtiva lo han vuelto muy resentido con los seres humanos (con muy justa razón) y en nuestra presencia, todo puede ocurrir.
Hay muchísimo menos tráfico que ayer, y ya no puedo esperar, entonces me toca tratar de pasar lo más sutilmente posible, pero aún así, es una situación que me empieza a preocupar mucho. Algunos, los que no están muy cerca, una vez que me ven, se quedan quietos y me miran fijamente, de un modo que realmente me llena la sangre de miedo, porque de embestir, les llevaría segundos alcanzarme. A los que están sobre el camino me toca esperarlos a cierta distancia a ver qué hacen. Pero hay muchos, los encuentro cada 1 o 2 km, y no puedo esperar todo el día, tengo 140 km que hacer y si me cae la noche, bueno....llegan los gatos, y me harán barbacoa. Por eso es que decido empezar a pasarlos sin esperar autos que me ayuden. Voy bien con los primeros, hasta he pasado a una familia completa de ellos y me he emocionado al verlos tan cerca.
Pero no todo sería tan simple. Al poco rato me encuentro con uno comiendo de un árbol, cuyos colmillos de marfil blancos inmaculados tienen el largo y la forma de dos espadas de samurai. Me ve acercarme y noto que se pone nervioso, pero no sé que hacer, entonces sigo avanzando despacito. Noto que se empieza a alterar y a mí el corazón se me sube a la garganta, pero pienso que si paro va a ser peor. De repente, estoy a no más de 20 metros de él cuando se alza en dos patas y comienza a barritar. En ese mismísimo momento, esa barritada detonó en mí una reacción instantánea, igual de instintiva, igual de animal, de pisar el pedal como nunca lo he hecho, sin pensar, con la mente en blanco y con toda la sangre en las piernas, pedaleé lo más rápido posible sin mirar al costado, sin mirar atrás, creyendo que lo hacía por mi vida. Fue uno de los momentos más terroríficos que experimenté. Más tarde ese día, aprendería de un guarda parque que debía hacer completamente lo opuesto, detenerme completamente y esperar. Pero joder, que hay que detenerse delante de estas moles de 5 toneladas a 15 metros de distancia, sin dejar de temblar como una gelatina.
No había tardado en estabilizar mi corazón cuando ya me encontré con el siguiente. Los elefantes africanos no son como los asiáticos, que pesan entre 1 a 3 toneldas, en los que se pasean los turistas por Tailandia, todos buenitos y dóciles. El africano pesa entre 5 a 7 toneladas, tenerlos delante obstruye al sol, son espeluznantes, son tan grandes, tan serios y sus colmillos tan largos que no sé qué ácido se habría tomado Walt Disney para imaginar a un elefante con el carácter de Dumbo. Son tantos los que me toca pasar que en un punto siento que ya no la estoy pasando bien.
Unos jóvenes en un auto pequeño me ayudan para pasar a otro gigante. Pero a medida que avanzamos, yo pegado al costado del vehículo, el mastodonte se vuelve loco, sí, loco completamente, yempieza a correr en medio del camino barritando en nuestra dirección. El que conduce me dice, no te vayas, pero mis piernas me dicen, corré por tu vida y pego la vuelta para escapar lo más rápido posible. Me detengo a 50 metros y la imagen queda grabada en mi retina para siempre, la bestia enfrentada a un auto que cabría debajo de sus patas y lo aplastaría hasta dejarlo como una lámina si quisiera. Ellos, dentro del auto esperando y yo esperando a ver cómo los hacen puré. Finalmente el elefante, se va irritado hacia el otro lado y yo me acerco al auto nuevamente. Los hombres matándose de risa!!Pasamos lento, y puedo sentir al elefante barritar rompiendo todos los árboles pero no quiero ni mirar. Cuando termino de pasar, estoy aterrorizado, no quiero ver más a un elefante en mi vida, pero aún me queda mucho por recorrer.
Siguen apareciendo, algunos más lejos, algunos más cerca del camino. Ya cuando los veo a la distancia empiezo a temblar, están por todos lados, no los quiero ver más. Hoy he visto ya a más de 50. A veces me sorprenden al lado, escondidos entre los árboles cuando están comiendo. Me he demorado muchísimo esperando autos y se acerca el final del día, ya no puedo detenerme más porque llegan los gatos. Veo girafas, veo zebras, y también veo a un par de hienas, que en nuestra imágen de documental nos las imaginamos como del tamaño de un perrito, pero en la vida real son unas fieras cuya altura de su cabeza te puede llegar hasta las costillas, y su torso y piernas delanteras parecen dos columnas de puro músculo. Son aterradoras por decir poco.
Luego de un día aterrador, llego al puesto guarda parques donde finalmente me relajo, supuestamente es el final del parque allí mismo. Me dicen que acampe allí con ellos, pero tienen la radio prendida, hacen mucho ruido y quiero irme a acampar en el bush, porque al fin y al cabo, ya estaría fuera de la zona de mayor concentración animal. Es un atardecer magnífico, de esos cuyos colores te hacen cosquillas por dentro, pero me pongo melancólico porque extraño mucho a Julia en estos momentos, y lo último que quiero es estar entre estos hombres.
Les pido agua y me alejo 3 km para acampar en el bush antes de que anochezca. Es noche de luna y el bush está completamente iluminado mientras ceno solo bajo las estrellas. Será una noche más de las tranquilas noches africanas: bush, estrellas, luna, silencio total y así me meto en la tienda a dormir, pero no llego a dormir sin interrupciones hasta la mañana. En plena madrugada, siento pasos afuera y escucho lo que nunca quise escuchar en vivo....rugidos, no son rugidos de pelea, son rugidos suaves, como de respiración profunda. La luz de luna está muy brillante, mi corazón vuela a un ritmo taquicárdico cuando abro los ojos y veo las sombras de dos leones pasar alrededor. Saco mi Leatherman mientras trato de forjar silencio, abro el cuchillo de un lado (8 cm de largo!) y el serrucho del otro (sí, genio, pienso para mí mismo, para hacerles cosquillas mientras te comen) Me siento y espero.... Dicen que los leones no irrumpen en un lugar cerrado, pero en ese momento nada te importa de lo que te hayan dicho. Si tenés gatos afuera de la tienda, sólo imaginás que te hacen barbacoa, y empiezo a creer que a dos días del 2015, me cenarán para año nuevo. Una cosa es segura, al menos me iban a quitar las penas por Julia! (qué fácil escribir bromas 4 meses más tarde, eh? Cuando en ese momento casi me cago encima del miedo) Finalmente siguieron su camino sin retornar, pero yo no volví a dormir más....
A primera hora de la mañana, habiendo dormido 5 horas, me subí a la bicicleta y seguí camino a Nata. Encontré aún más elefantes en el camino, pero no sé si habría sido ya el exceso de adrenalina del día anterior, el haber aprendido cómo comportarme en su presencia o simplemente que no estaban tan histéricos en esa zona, pero ya les había mayormente perdido el miedo. Tranquilo esperaba que siguieran su paso, porque de todas formas cuando cruzan, obstruyen todo el camino, así de grandes son, y al poco tiempo, ya no habría animales de vuelta.
Preguntas existenciales
A veces la gente me hace preguntas muy sencillas pero sin saberlo, muy existenciales. Durante los últimos 3 días he estado al borde de ser hecho puré por dos gigantes y lidiado mejor o peor con decenas de otros. Dos hienas pasaron a pocos metros durante una tarde y la noche anterior, dos leones se dieron un paseo por mi tienda y no escatimaron en avisarme con sus suaves rugidos. Para cuando llegué a Nata al mediodía, con 38 C, decidí sentarme a descansar en las mesas al aire libre de un negocio y mirar para atrás retrospectivamente. En ese momento, un Audi se detiene y una pareja batsuana se baja. Se sientan eventualmente a almorzar conmigo. El hombre me pregunta cosas con admiración, pero su hermosa novia (quien sospecho está atrás del dinero de su novio) con cara de asco me pregunta - “¿no tenés miedo a morir haciendo lo que hacés?”. En ese momento, todos los días ( y años quizás) anteriores pasaron por mi cabeza en un milisegundo y después de una pausa, sonreí enormemente y le contesté:
- “Te aseguro que prefiero morir disfrutando de la vida en plenitud, haciendo lo que amo, lo que me hace feliz, antes que morir viviendo una vida estresado en una oficina, obedeciendo órdenes y repitiendo la misma tarea todos y cada uno de los días de mi vida. A eso le temo más que a nada en el mundo. Morir no es una elección, no decidimos sobre ello, pues entonces ante su inminente inevitabilidad, prefiero que la muerte me encuentre feliz”.
Su rostro pasó del asco a una sonrisa tal, que el novio se puso celoso. Mejor me voy, que prefiero que me coma un león antes que me mate a palos un batsuano por “enamorar” sin intención a su novia.
Durante el resto del camino, ya en las zonas más pobladas de este despoblado país, una y otra vez la gente me pregunta sobre mi viaje, como en todos lados. Pero aquí, todos parecen estar convencidos de que al final de mi travesía, el gobierno de mi país me pagará por ella. Pobres batsuanos, tan inocentes, si tan sólo supieran algo de los gobiernos de mi país..... ¿No te pagan nada? - me dicen atónitos. ¿Nada?¿Seguro? Sí! Segurísmo! - les contesto. En ese punto, se quedan mirándome contemplando en total incompresión: “y entonces, ¿por qué lo haces?”. Qué pregunta.....me llevaría un libro responderla, pero me limito a decirles que viajo porque amo al mundo y aprender de su gente, estoy haciendo mi doctorado en la Universidad del Mundo. ¿Qué? ¿aprender?¿qué cosa? Es una respuesta que no entienden, y quedan más confundidos que antes de preguntármela.
200 km me quedan hasta llegar a Francistown donde he contactado a gente para no morir de tristeza pasando este Año Nuevo solo, pero son 200 km en los que se levanta un emputecido viento en contra que me quema el cerebro y me destroza el humor. Paisaje monótono, aburrido, ya no hay animales ni adrenalina, la tristeza de un año que se termina sin Julia, a quien conocí oportunamente en un Año Nuevo 3 años atrás, y ahora este re-putísimo viento en contra que pareciera haber llegado para decirme que no voy a llegar al 2015 acompañado. No sé a veces de dónde saco las fuerzas, será porque soy un terco incorregible ante la adversidad y me podré quebrar por amor, pero nunca me dejaré vencer por un fenómeno atmosférico arriba de mi bicicleta. Así, a duras penas, el 31 a la tarde llego finalmente, agotado pero llego, a Francistown. Eddie, no estaba, pero envió a su amiga Mowresi por mí, quien me llevó con toda su familia rastafari, con quienes recibí, felizmente dentro de lo posible, al 2015 y con ellos pasé los primeros días del año.
Volveré al zoológico
En Botswana le dije adiós al 2014, un año que pasó de ser de ensueño a hacerme soñar con que nunca hubiera ocurrido, o en su defecto, que tan sólo hubiera tenido 11 meses. Un año en que la vida me ha servido con una nueva lección de impermanencia, esa lección que uno nunca quiere aprender, o nunca quiere volver a rever en los momentos en los que nos sentimos tan plenos. Esa patada desde el 2014 me ha arrojado al 2015, año que he comenzado caído en el piso. Me toca seguir avanzando ahora viviendo dentro de una lavadora de ropas, luchando por no perder el rumbo, mientras intento recoger mis pedacitos para reconstruirme, espero, como mejor persona.
A Botswana le ha tocado esta parte de mí también, pero gracias a sus animalitos, ha logrado distraerme, aliviarme por los 9 días que pasé cruzando este país y eventualmente hacerme sentir mejor. Es imposible disociar a Botswana de sus animales, cada vez que piense en Botswana pensaré en un mundo de elefantes, de leones, de zebras y girafas. En el mundo real, no en el mundo de Walt Disney. Aunque en este punto, es cierto que es como un país de fantasía, es un país zoológico pero que no castiga con el encierro a sus más preciados habitantes. Mucho más aún, es el país número uno en protegerlos. Han invertido millones en acabar con la caza furtiva y hoy su población de elefantes está en crecimiento (doy fe de eso) y es la más alta de todo Africa. Los batsuanos, por otra parte, son muy educados (aunque más bien reservados) y todos hablan perfecto inglés. Es un país en el que me he sentido muy a gusto y al que no dudaría en volver con mis hijos, si algún día los tengo, a pasearlos por este verdadero zoológico del mundo llamado Botswana.