Finalmente, luego de un nuevo verano agobiante, llegó septiembre dando comienzo a la época excepcional para explorar nuevas regiones del altiplano tibetano. Las fuertes lluvias del corto verano ya disminuyen y el frío brutal todavía no azota la región, al menos durante las primeras semanas.
La primera parte del mes la usé para hacer un viaje corto de 5 días, para tanto conocer partes nuevas del altiplano como para servir de pre-calentamiento para lo que sería la gran travesía en bicicleta que le seguiría. Con dicha intención, partí junto a 莎莎,mi fiel compañera de travesías, hacia una serie de pueblos hacia el norte de Dartsendo, en el este de la provincia de Kham, para hacer largas caminatas en la altura.
Lhagang es un pueblo tibetano pequeño y polvoriento, de casas tradicionales de piedra y madera aglutinadas a uno y otro lado de la ruta que sirve a la vez de calle principal del pueblo, y donde el polvo hace remolinos en el aire cada vez que pasan los camiones y furgonetas que transitan la región. Para ser un pueblo de pequeñas proporciones y muy poca población,
es notable que sea tan particularmente bullicioso. En los últimos años, Lhagang, más conocida como 塔公 en chino, se convirtió en un punto de visita bastante concurrido luego del advenimiento del asfalto, sobre todo por turistas principalmente de la provincia de Sichuan que vienen desde Chengdu en sus lujosas 4x4.
Pero la riqueza de Lhagang no está en el pueblo sino en la región donde está situado y su trascendencia en el universo tibetano se relaciona con el monasterio Lhagang Gompa construido en el año 652. Fue el primer monasterio en la provincia de Kham y es uno de los lugares más sagrados de la región. Lhagang está en lo que en inglés se traduce del tibetano como "grasslands", lo que en español sería praderas, con la salvedad de que aquí dichas praderas se encuentran entre 3700 y 4100 metros de altura, formando valles gigantescos entre picos y colinas. Es un paisaje característico de varias regiones del altiplano tibetano pero particularmente de las provincias de Kham y Amdo.
La posición de Lhagang Gompa es también espiritualmente estratégica, ya que está flanqueado por cinco picos sagrados para los tibetanos: Chenresig, Jambayang, Chana Dorje, Drolma, y al norte, enmarcando el paisaje perfecto, a 5820mts de altura, Zhara Lhatse, un magnífico pico rocoso de grietas verticales y esta es otra de las grandes atracciones de Lhagang.
Hacia allí emprendimos con 莎莎 una caminata de varias horas, subiendo y bajando entre 3700 y 4000 metros. Si bien el pico se observa perfecto desde el pueblo, nada mejor que tenerlo cerca, acercarse a la cultura que vive en sus alrededores y sobre todo contemplar los magníficos cambios de colores de las "grasslands" a lo largo del día. Llegamos a un punto de observación magnífico a las 15hs, el cielo aún se mantenía radiante, el clima cálido y el más grande espectro de verdes de esta inmensa pradera en los cielos, brillaba en todo su esplendor. Zhara Lhatse brillando inmaculado, casi blanco de la fuerza del sol.
Pero haciendo justicia a su característica inestabilidad, el clima comenzó a desmejorar, negros nubarrones de tormenta comenzaron a aparecer detrás de los picos y fue momento de escapar a buscar refugio en una casa solitaria, 1km hacia el sur. Allí, un abuelo acompañado de su nieto nos recibió cálidamente, cuando ni bien al cruzar el umbral un temporal del lluvia se desató con furia. Allí pasamos un largo rato, bebiendo té y conversando. La durísima e injusta situación política de los tibetanos lleva muchos occidentales a creer erróneamente que los tibetanos deben odiar a los chinos Han, pero si bien en algunos casos se manifiesta cierta aprensión, un tibetano jamás le niega afecto y hospitalidad a una persona, y es así cómo este generoso abuelo recibió a 莎莎, con la misma genuina calidez con la que me recibió a mí. Lo mismo ocurre en el sentido inverso, 莎莎 como tantos otros amigos míos chinos Han adora a los tibetanos y los tratan con absoluto respeto.
Así como el clima hace a la tormenta, también la deshace en cuestión de minutos. Y cuando ya casi había perdido las esperanzas de volver a ver a Zhara Lhatse al final día, los vientos cambiaron, soplaron el horizonte despejando al sol y mantuvieron las nubes alrededor para acentuar aún más la geometría dramática de dicho pico. Un escenario deslumbrante quedó ante nuestros ojos. Primero bañado en dorados. Y luego el dorado combinado con los fríos azules de la caída de la noche. Finalmente, después de semejante espectáculo visual, la luna comenzó a asomar alumbrando suavemente el camino de vuelta por las montañas.
Al amanecer siguiente me desperté con el vibrar de las oraciones de un grupo de lamas en los alrededores de nuestra habitación. Inmediatamente salí, y entre los callejones estrechos busqué el lugar de donde provenían. Recluidos en una tradicional casa de piedra de aberturas pequeñas, los lamas recitaban una y otra vez los sutras, con esa característica voz gruesa que hace vibrar el pecho al escucharla y penetra poderosamente en el espíritu. En la puerta encontré a una joven tibetana que me invitó a pasar. Entramos, como es habitual, por el establo y por una escalera talada en un tronco subimos al cuarto principal, donde sus abuelos y tíos preparaban el la comida para los lamas, cuyas voces provenientes del cuarto contiguo llenaba de energía el espacio. Junto a la familia tomé el desayuno conversando, gracias a que la joven hablaba bien chino. Exquisito yogur de yak, casero, preparado y servido por la tía. Mientras tanto en la cocina la abuela seleccionaba las verduras perfectas para las comidas del día. Los lamas continuaron con sus plegarias por un rato largo más y no pude quedarme hasta el final. Ya era hora de partir hacia la próxima parada.
A poco más de 100km al noreste de Lhaghang, por un camino espectacular que comienza atravesando los grasslands y luego asciende a un paso de 4300mts desde donde se puede apreciar la cara oeste de Zhara Lhatse, se encuentra la pequeña ciudad de 丹巴, encerrada entre inmensos inmensas montañas verdes. La ciudad en sí misma, al haber sido casi totalmente construida por los chinos, no es una atracción en sí misma sino un lugar al cual escapar, porque lo magnífico de 丹巴 es la región que la rodea y la gente la habita. Los tibetanos de esta región constituyen una etnia en sí misma y esto se manifiesta tanto en su forma de vestir, como en la manera de atar el cabello que tienen sus mujeres, como también por la arquitectura característica de sus casas, diferente a la arquitectura del resto del Tibet.
Los pueblos están esparcidos en las altas cumbres aterrazadas de las montañas, las cuales descienden verticalmente hacia los ríos, formando cañones que con sus surcos profundos trazan la imponente geografía de la región. No es únicamente la arquitectura única del lugar la que le da su acento característico, sino también la presencia de decenas de torres de piedra marrón repartidas en diferentes puntos dentro de cada pueblo, las cuales en el pasado tuvieron una función exclusivamente defensiva.
Uno puede pasar horas caminando arriba y abajo dentro de estos pueblos, como también pasando de un pueblo a otro; donde lo que rige el ambiente es una paz absoluta y la actitud que parece regir la vida es la de una casi permanente sonrisa en los rostros de su gente. La vida es rural y como tal, es dura, sin embargo, gracias a la prolijidad de su gente y al tan delicado cuidado de su ambiente como de sus casas, es imposible percibir pobreza rural alguna, como es tan visible en las regiones rurales de la china Han. Las casas son inmensas, casi todas de entre 3 y 4 pisos y es notable el sentido espacial y funcional arquitectónico con la que fueron construidas, digno de verdaderos arquitectos que entienden a la perfección la naturaleza de su entorno, con la salvedad de que esto no está construido por profesionales de la arquitectura sino por los mismo campesinos.
Pasamos varias horas en la absoluta tranquilidad vagando por los improvisados corredores de piedra que conforman las calles del pueblo. Un ejercicio que no da respiro, y que sin embargo su gente, incluso la gente mayor, transita con absoluta fluidez, como si se tratara de un lugar plano y al nivel del mar.
Y por supuesto, la recompensa más grande de estos lugares que es pasar tiempo con su gente, que con enorme amabilidad y hospitalidad así como también curiosidad, nos abre la puerta de sus casas y nos recibe como invitados de honor, con cualquier gesto posible que esté a su alcance. servirnos té, frutas, pan, no importa qué, sino el maravilloso gesto de agasajar a los invitados, y como siempre con el gran beneficio de poder intercambiar las experiencias de vida tan diferentes que nos marcan.
Y hay algo que siempre me llama la atención al visitar estos maravillosos oasis, y digo oasis porque en estos lugares la vida parece ser regida por valores que son rápidamente olvidados por el egocentrismo e individualismo que rige nuestras vidas en la gran ciudad. Aquí, es la hospitalidad, la colaboración, la vida en comunidad lo que parece regir el día a día. Aquí la gente no habla de capitalismo, ni de comunismo, ni de ningún sistema político, aquí, no se puede etiquetar con un nombre a la estructura que ordena la vida de esta gente. Aquí, la estructura no tiene nombre pero es inherentemente cooperativa, como si entendieran intrínsecamente que así, es la mejor manera de funcionar como comunidad. Así se ve a la gente tratarse con respeto entre sí, se ve que todos trabajan ayudándose el uno al otro, no sólo dentro de cada familia, desde los hijos hasta los padres llevando las tareas diarias juntos, sino entre familias y entre vecinos también. Es revelador y maravilloso ver esto con los propios ojos. De repente, muchos de los problemas que afectan al mundo quedan claramente expuestos a partir de ver a gente así.
Ahora sí, luego de esta breve y agradable pasada por aquí, quedé listo para la super dura travesía que emprendería días después