El escape perfecto

  Llegando al verano y luego de los recientes viajes al altiplano tibetano, me tocó viajar por un proyecto a Xishuangbanna 西双版纳 una región única y totalmente diferente a las regiones por las cuales estoy acostumbrado a perderme en cada oportunidad posible. Gracias a ciertos poderes mágicos conseguí pasar unos días extras en la región una vez cumplidas las reuniones de trabajo, para recorrer partes con una bicicleta que logré alquilar.

Xishuangbanna 西双版纳 es la región más al sur de la provincia de Yunnan 云南, al sur de China, y debido a su proximidad immediata a las fronteras de Birmania y Laos alberga a más de una decena de minorías étnicas que históricamente han habitado esta región. Entre ellas los Dai, Bulang, Akk-Su, Yi, Jinuo, Yao y varios más, quienes viven en completa armonía entre sí en aldeas desparramadas por toda la región, no sólo del lado chino sino que su presencia se extiende sin distinción por el norte de Birmania, Laos e incluso Tailandia.

Jinghong 景洪, la capital de la región está a unas 5 horas de vuelo de Beijing, a unos 100km de la frontera birmana y a 160km de la frontera de Laos, está atravesada por el legendario río Mekong, que lleva sus aguas por 4909km desde el norte del Tibet hasta su delta en Ho Chi Minh, Vietnam. El río es perfectamente navegable pero los constantes conflictos lo impiden. Toda la región selvática y montañosa que abarca a estos países, particularmente el norte de Birmania, está dominada por guerrillas que controlan las plantaciones más extensas de opio del mundo entero, materia prima esencial para la producción de heroína, con lo cual los conflictos armados entre las fuerzas de seguridad y las misma son comunes y constantes.

Allí di con Gregoir, la persona correcta, un francés que hace 9 años, cuando Jinghong 景洪 consistía de un puñado de casas sencillas sumidas en una paz pueblerina, se radicó allí en busca de un cambio de vida y nunca imaginó que años más tarde terminaría con un café en el medio de una ciudad relativamente grande con su propio aeropuerto. Gracias a él conseguí una bicicleta e indicaciones que tuve que memorizar para encontrar un camino de tierra por el cual acceder a aldeas remotas.

Xishuangbanna 西双版纳 es un lugar húmedo de clima tropical y vistiendo ropa de algodón, me llevó tan sólo 5 minutos de pedaleo estar íntegramente mojado. Salí por la ruta principal en camino a la frontera birmana e inmediatamente comencé 27km continuos de subida por las montañas. Verde intenso, laderas aterrazadas con plantaciones de arroz, palmeras y el clima inestable típico de una época en la que el monzón está ya casi completamente encima.

Luego de unas horas de arduo sudor, aliviado ocasionalmente por bienvenidos chaparrones intermitentes, alcancé finalmente el secreto desvío, sin descontar un poco de suerte, porque realmente es un lugar escondido. De allí en adelante, dejé atrás el asfalto y me adentré en las montañas, suaves e increíblemente texturadas por las plantaciones de té que le ponen el sello distintivo a la región. Camino de tierra y zanjas de barro, condiciones catastróficas, arriba y abajo, arriba y abajo en pendientes absurdas, no ideal para una pobre bicicleta de alquiler )y cuanto extrañé a mi Nandi!) Cerca del mediodía, las nubes se abrieron y un sol impiadoso me abrasaba la piel, aún enmascarada por una gruesa capa blanca de protector solar de cuarta calidad y sudor, el oxígeno parecía haber desaparecido de la atmósfera y me encontraba en el medio de la nada, al punto que comencé a dudar si realmente había tomado el camino correcto. Fue cuando unos minutos después una pequeña moto se detuvo y su conductor, que no hablaba chino, me dijo que siguiera nomás. Y seguí, y luego de un par de horas más finalmente llegué a una agrupación de casas de madera precarias, de techo de pajas y montadas sostenidas en el aire sobre pilotis. Casi idénticas a las del norte de Tailandia y Laos. Pero parecía un pueblo abandonado, el único ruido eran las incesantes chicharras cuyo rechinar parecía ya taladrarme el cerebro. Me detuve en una casa, e hice sonidos para ver si me alguien me notaba y así fue, al rato, una adolescente se asoma, le pregunto si tiene agua, me sonríe e inmediatamente me invita a la casa de su abuela, quien se encontraba con todos sus nietos. Había llegado a una aldea Bulang, la abuela, sonriente y felíz por mi presencia, vestía el tradicional pañuelo rojo de los Bulang y sus dos nietos varones el corte de cabello típico no sólo de esta étnia sino la de otros también. 

Estoy íntegramente mojado del sudor y mi cuerpo emana vapor, cuando me traen té hirviendo para refrigerarme. Está bien, no es la primera vez que tengo que hidratarme con té. Las casas son una suerte de refugio del sol, no tienen muchas ventanas y el sol, como si ejerciera una poderosa presión sobre las mismas, se filtra por todo el perímetro entre las hendiduras existentes entre cada tablón de madera, iluminando el interior de la casa casi mágicamente. 

Luego de pasar un rato largo con los niños jugando y conversando con ellos a través la nieta, que hablaba chino, me llevaron a recorrer el pueblo, que consta de unas 10 casas, todas “flotando” sobre las laderas de las montañas. Por primera vez noto que la gente se empieza a asomar

con profunda curiosidad, escucho risas suaves, y sobre todo los niños que empiezan a salir y unirse al tren de gente que sigue a mi lado. La gente mayor, se sienta en las puertas de sus casas, solitaria, contemplativa, parece vivir en total tranquilidad, lleva una mirada tranquila, pacífica, solemne. 

Pero aún me quedaba camino por recorrer y llegar hasta la próxima aldea la cual estaba aún 10km más adentro de las montañas, más escondida, más remota. También Bulang, llegar a aquella aldea fue algo diferente. Tranquilidad aún mayor y gente aún más tradicional. 

Un señor, que en cuclillas reposaba tranquilo mirando al horizonte, me ve pasar. Su perro se pone violento, y no deja de ladrar y aullar como un lobo. Ya era tarde, no tenía equipo de ningún tipo para acampar, pero no fue necesario, porque allí en su casa, me hicieron un espacio para dormir.

A la noche refresca un poco. No hay electricidad y sólo se escuchan los sonidos de millones de insectos. A la mañana me tocaba emprender la vuelta, en parte repitiendo el mismo camino y luego desviando por medio de las plantaciones de té, que ilustran un horizonte infinito de texturas, cielos nebulosos cargados de tormentas y más gente local trabajando la tierra. 

Mi constante tendencia a quedarme conversando con todas las personas que me cruzo hizo que me llevara todo el día volver a Jinghong 景洪, llegué agotado a las 23hs, pedaleando en medio de la oscuridad total, pero llevándome adentro los caminos de una experiencia mágica, que en tan poco tiempo me transportó en el espacio y el tiempo a través de gente maravillosa como los Bulang, que sostiene esas sublimes miradas pacíficas, bellas, contagiosas. Contagio que revitaliza el alma, llena de energía y me obliga a aprender de ello.

ChinaNicolás Marino