La parada azul

El sonido de la lluvia hace eco en el callejón al que mira mi habitación. Poco a poco comienza a sacarme de un sueño que ya lleva más de 14 horas seguidas. Estoy tapado hasta las orejas, calentito bajo el confort de las mantas. Entreabro uno de mis ojos con esfuerzo, y veo a través de la ventanita al cielo cargado de nubarrones. El sonido hipnótico de las gotas cayendo sobre los charcos de agua sobre la calle vuelve rápidamente a adormecerme.  Dos horas más tarde me despierto de todo, a pesar de que bien podría seguir durmiendo. Esta es la consecuencia de haber pedaleado más de 200 km en los últimos dos días sin haber dormido. Afortunadamente, hoy amanezco en Chefchaouen y no necesito ir a ningún lado.

  Mas tarde, para cuando finalmente salgo a recorrer los callejones, me encuentro con un pueblo de carácter tan pintoresco que me siento dentro de un cuento. Es más, creo que tiene las características perfectas para ser el lugar donde se centra la historia de un libro. Salir a la calle fue como perpetuar en la vida real el sueño de 16 horas del que acabo de despertar. Ahora estoy en este laberinto de callejones de piedra bañados por cada tono de azul imaginable, donde apenas caben dos personas a lo ancho. Los arcos reemplazan a los dinteles en los umbrales mientras que los cables de electricidad entretejen las fachadas a cada lado de la calle, como si intentaran sujetarlas para no caerse. Los muros se van contorsionando a medida que me llevan, como un tobogán, hacia arriba y hacia abajo por cada rincón del pueblo. Las macetas rebozan de flores señalando el advenimiento de la primavera y le agregan el contraste indispensable que interrumpe la monotonía del azul.  Las paredes, las escaleras, los techos de los pequeños túneles entre edificaciones, las puertas y portones de las casas, todo es azul. Azul Chefchaouen me gusta llamarlo. Me resulta inevitable recordar Jodhpur, donde pasaba casi 3 años atrás en el trayecto del viaje a lo largo del subcontinente indio. La diferencia es que aquí, es la cultura marroquí y no la de Rajasthan, la que llena de vida este laberinto de callejones.

 Me tocan días de lluvia, pero lejos de dañar mi experiencia, exaltan aún más la belleza cromática del lugar. El cielo encapotado y las superficies húmedas resaltan el azul de la masa urbana y el verde de las montañas que la envuelven realzando su vitalidad. Tampoco afecta el fluir de la vida. Todos los mercados están abiertos, y al igual que en Fes, exhiben una combinación de especias, dátiles, vajilla, textiles, casas de té y cantinas. Si bien Chefchaouen es otro de los grandes polos turísticos de Marruecos, especialmente por su proximidad a Europa, es fácil escapar al epicentro donde se mueven los turistas. Por lo general, me doy cuenta de que disfruto pasar los días sorbiendo té de menta despacito en la terraza de alguna casa de té tradicional. Allí me suelo ver rodeado de decenas de hombres vestidos de Obi Wan Kenobi. No debería ser necesario aclarar que fue George Lucas el que se inspiró en este atuendo tan particular del norte islámico de Africa, y no los africanos de origen árabe en la La Guerra de las Galaxias. 

  En esta ciudad de cuento, los días se me pasan más rápido que en cualquier otro lugar y nada podría estar más lejos de lo que deseo. Estoy en un punto en el que no quiero que los días se me pasen rápido, sino todo lo contrario. Son varios los motivos por los cuales me podría quedar en Chefchaouen por mucho tiempo. Por un lado es la calidad mágica de su atmósfera, tanto construida como humana, para las que me siento limitado por las palabras para hacerles justicia al describirlas. Este es un lugar en el que uno puede estar a gusto por el mero hecho de permanecer aquí, y esa es una sensación difícil de combatir. 

Sin embargo, ese no es el principal motivo. Lo cierto es que a lo largo de estos últimos 4 años he estado en docenas de lugares mágicos de los cuales no quería irme y aún así no temía partir. Mi interés por extender mi estadía y demorar mi partida radica principalmente en el hecho de que estoy a tan solo un día de bicicleta de llegar a Tangier. En términos simples: me queda un día, UN SOLO DIA de pedaleo en el continente africano. El mismísimo acto de tipear estas palabras me forma un nudo en la garganta y me llena los ojos de lágrimas. Esa es la verdad de no querer partir de Chefchaouen.