El soplo de Harmattan

El período de descanso en Cotonú fue un bálsamo para mi alma y para mi cuerpo. Los días de buen comer, de playa, de fotografía y sobre todo de la invaluable compañía de un gran amigo como Germano, fueron una parte esencial en mi proceso de recuperación. No solo por la imperativa necesidad de recobrar mis energías y mi salud, sino para prepararme para esta nueva etapa en la que me dirijo una vez más hacia regiones remotas e inhóspitas. Con este espíritu renovado parto en rumbo directo hacia el norte, camino al Sahel.

Al poco tiempo de salir de la ciudad más grande de Benín, el país se transforma. Las aguas del Atlántico que bañan la costa sur y las de los múltiples canales que penetran tierra adentro formando aldeas flotantes, desaparecen tan pronto como a los 20 o 30 km. De repente, todo el paisaje a mi alrededor es árido, descolorido pero con un tinte especial, el que le brinda Harmattan. Es diciembre, plena estación seca, cuando este legendario viento sahariano sopla desde el corazón del desierto a miles de kilómetros de aquí, dejando a toda Africa occidental cubierta en polvo y arena. Durante 5 meses, Harmattan sopla enturbiando el horizonte y tiñendo el cielo de gris, pero también baja las temperaturas usualmente altas de esta región y atenúa el efecto asfixiante de la humedad.

El agua aquí, como en gran parte de África, sigue siendo el recurso más preciado por el cual mujeres y niños, como es habitual, van y vienen por las aldeas cargando pesados recipientes sobre sus cabezas. Aún así, no veo a nadie lamentarse. Por el contrario, miro con admiración a los niños reunidos alrededor de las bombas de agua después de la escuela, ayudándose entre todos, para hacer más liviana la pesada tarea diaria de bombear agua para llevar a sus casas. Más admirable aún es ver cómo transforman esto en una tarea para jugar y divertirse.

La manera rudimentaria de obtener agua va acorde con la simpleza de todo en este pequeño país. Todo es sencillo en Benín. Sus pequeñas ciudades, sus pueblos, sus aldeas, sus escuelas y clínicas y hasta el estilo tan pueril de los carteles que decoran las calles y los negocios que ahora tantos recuerdos me traen de Burundi, al otro lado del continente. Desde los colores y dibujos de fuerte ingenuidad infantil, hasta la redacción, los eslogans y el tipo de letra, si me dijeran que están hechos por alumnos de las escuelas primarias, no dudaría en creerlo ni por un momento. Es en estos carteles dónde encuentro diversión a lo largo de los días pedaleando a través dell paisaje monótono y tan poco atractivo de Benín.

Afortunadamente, para compensar la carencia de belleza visual del paisaje, con el pasar de los días vuelven poco a poco las brillantes sonrisas africanas a las que estaba ya tan acostumbrado antes de Cotonú, donde por un momento temí que hubieran desaparecido del todo. Cuanto más avanzo hacia el norte, no solo la gente se muestra mucho más afable y relajada sino que en las aldeas comienzo a cruzarme con una gran cantidad de personas de etnias y tribus que no esperaba encontrar desde tan al sur. Los mercados y aldeas a los lados de la ruta , vibran con el bullicio de la actividad del día. Las mujeres dominan el comercio, envueltas en exquisitos vestidos y abalorios de colores. Sus rostros y cuerpos, delineados por diseños intrincados de escarificaciones, tatuajes y maquillajes con el único fin de exaltar su belleza. Son este tipo de encuentros los que reviven mi entusiasmo en días largos, grises y mayormente aburridos.

Para ser un país tan pequeño y poco poblado me sorprende la dificultad que tengo todas las tardes para encontrar un lugar dónde pasar la noche. Por tal o cual motivo, me encuentro al final de cada día deambulando errante por pueblos o pequeñas ciudades donde nadie parece querer darme un lugar o un espacio dónde montar mi mosquitera, cómo es el caso particular de Savalou. Allí, luego de llegar cansado y después de haber intentado infructuosamente en los lugares donde suelo dormir, me encuentro detenido frente al edificio donde finalmente me aceptan. Ávido de descanso, me acogen en la morgue de Savalou, donde paso la noche tranquilo, sabiendo que es probable que mis compañeros de habitación no hagan mucho ruido. Y así fue, duermo como muerto hasta revivir la mañana siguiente.

Al llegar prácticamente a la mitad geográfica de Benín, decido cruzar a Togo, el país vecino, igualmente pequeño y aún menos habitado. Togo es tan pequeño y tan plano que si no me fuerzo a reducir de manera drástica la cantidad de kilómetros diarios que pedaleo habitualmente (que no son tantos tampoco) llegaría a la frontera de Burkina Faso en un día y medio y pasaría por este país en un abrir y cerrar de ojos.

Por eso decido tomármelo con mucha calma, extendiendo los días haciendo lo que más me gusta hacer, que es parar en muchas aldeas, conversar con la gente y yendo bien despacio tratando de absorber lo más que puedo. El paisaje de Togo es igual de poco atractivo que el de Benín pero las aldeas tienen un aire pintoresco muy bonito, formadas de grupos de chozas de barro y techo de paja rodeadas de pastizales altos de color amarillo que contrastan con el cielo blanco y turbio de partículas saharianas.

Los togoleses son definitivamente más agradables y reflejan mucha más alegría en sus rostros. No sé si en el sur del país serán igualmente serios que en Benín pero aquí en el norte su simpatía es una caricia inmediata. En las aldeas me invitan a quedarme y la gente me recibe siempre con una sonrisa y con interés por conversar conmigo. Entre charlas y charlas me paso los días hablando con todas las generaciones de cada aldea. Desde jugar con los niños, mirar a las mujeres cosechar trigo y hasta conversar con abuelitos que bien podrían tener 100 años a juzgar por los rasgos trazados en su piel.

Yendo entre aldeas sencillas paso días tranquilos y fáciles hasta llegar finalmente a la frontera con Burkina Faso, un país que llevo muchísimos años esperando conocer y en donde pienso adentrarme en lo profundo del Sahel. Benín y Togo quedarán atrás como un recuerdo ameno aunque fugaz dentro de esta larga travesía africana. No puedo decir que sean países que me hayan dejado una fuerte marca en el corazón pero tampoco diré que morirán en el olvido. Me queda un modesto pero lindo recuerdo de ambos.