Rockstar en Lagos

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No voy por gusto a todos y cada uno de los lugares que visito. Muchos prefiero evitarlos y efectivamente a muchos logro evitarlos, pero a otros no. De haber sido por mí, hubiera evitado Lagos, como he podido evitar otras ciudades con mala fama, pero es el único lugar dónde puedo obtener la visa de Benín por eso no tengo alternativa. Lagos es una mega urbe de 25 millones de habitantes que tiene una de las peores reputaciones de todo Africa, a la par de Nairobi y Johannesburgo y ahora me toca pasar por ella. Los nigerianos la llaman: "Centro de excelencia".

 Salgo muy temprano a la mañana de Ibadan con el propósito ingenuo, de pedalear los 160km en un solo día, a pesar de mi frágil estado de salud. Sin embargo, al poco tiempo de salir a la ruta me doy cuenta de algo importante. No voy a lograrlo, y no por la distancia, sino porque no creo que llegue vivo. Rápidamente, me doy cuenta que estoy en la ruta más peligrosa que he exprimentado en el mundo entero. Mientras avanzo por el filo del camino tratando de mantenerme lo más alejado posible del tráfico demencial, todo a mi alrededor es un caos cósmico de vehículos que como asteroides fluyen por el espacio sin dirección ni orden pero a una velocidad escalofriante. Las imágenes son memorables. Debido al tráfico atascado en la mano opuesta, los conductores deciden pasarse a nuestra mano. De esta manera, puedo ver cómo los vehículos de mi lado intentan pasarse a sí mismos, de a muchos al mismo tiempo, al tiempo que se encuentran con que deben esquivar a los vehículos que se cruzaron y ahora vienen directamente en contramano. En medio de semejante escenario, estoy yo con mi bicicleta, y hoy tengo la certeza de que voy a morir en un accidente de tráfico. Voy a tratar de evitarlo, porque no vale la pena, entonces ya pasados los 60 km, me detengo y espero hasta que alguien me levante. Luego de una hora de espera, un camionero se apiada de mí y se detiene para rescatarme. Me remolca hasta las afueras de Lagos, donde todavía me queda un infierno por delante, pero al menos he extendido mi vida por 100 km más.

La entrada a Lagos intimida. Situada en un delta, la ciudad se va defragmentando en pedazos hasta desintegrarse finalmente en el agua. Entro por la legendaria autopista erigida sobre pilares en la gigante laguna de Lagos y a medida que pedaleo, sobre mi lado derecho veo a Makoko, el gigantesco barrio bajo flotante entre tinieblas de humo espeso y polución, . Las imágenes son estremecedoras. Decenas de kilómetros de casas de chapa, cartón y madera, montadas sobre pilas de basura que a su vez flotan sobre el agua. Acostumbrado a la pobreza de los barrios bajos de mi ciudad y mi continente, América del Sur, y habiendo viajado por gran cantidad de países pobres, pocos lugares así logran tener un impacto en mí. Makoko, como Khayelitsha en Ciudad del Cabo, Rosinha en Río, o Dharabi en Mumbai, es uno de ellos.

Tengo un larguísimo camino por delante hasta Lekki, donde se encuentra la casade Jaco, quien me va a alojar durante mi estadía en la ciudad. Cuando bajo de la autopista estoy finalmente en el caos urbano y en vez de encontrarme con peligros, me encuentro con una inagotable fuente de admiradores. Estoy mugriento, tengo la cara llena de grela por el smog y no me conocen. No he salido en la tele local, pero en cada parada que hago, despierto una curiosidad abrumadora. Comienza con una persona que viene a hablarme, luego con otro que ve a este hablando conmigo y así hasta verme rodeado de una ávida multitud preguntando sobre cuál es mi historia con esta bicicleta. A veces hay tanta gente que los de atrás se enteran por voz que va de boca en boca desde los que están a mi lado. Y todos, absolutamente todos, me apuntan con su teléfono para tomarme una foto. La calidez de los nigerianos me desborda. Todos con sonrisas, todos con energía positiva dándome fuerza. De adolescente soñaba ser un rockstar por al menos una semana. Un Tommy Lee, un Axl Rose, un Diammond Darrell. Tuve que venir a Lagos, para sentirme casi como uno de ellos.

Todos en esta ciudad parecen interesarse y preocuparse por mí, al punto de que, fuera del tráfico, no entiendo dónde están los peligros. Camino a Lekki me detengo en el supermercado de una estación de servicio para no morir de hambre ya que no como desde que salí. La cajera me pregunta qué hago allí, y le cuento que estoy cruzando Africa en bicicleta. No me cree hasta que le señalo la bici aparcada afuera del local y le muestro fotos en mi iPod. Cuando voy a pagar, me mira con una sonrisa y con una mirada cómplice me dice: "Anda, ve, no hay problema. ¿Necesitas algo más?". Por un lado me conmueve su hospitalidad, por otro comienzo a entender por qué los negocios en Africa no funcionan tan eficientemente.

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Comenzando la sanación

FInalmente opto por dejar de detenerme porque de no ser así, no voy a llegar ni a la noche a casa de Jaco. Me lleva dos horas más encontrar el lugar en el barrio residencial de gente privilegiada donde vive. Jaco trabaja en Lagos para una multinacional petrolera canadiense y como buen sudafricano, me invita a quedarme en su casa de 2 pisos y 5 habitaciones, el tiempo que quiera. Robert, su cocinero beninés, tendrá siempre comida para mí, y aquí en Lekki, cuando hay apagón, el generador eléctrico se enciende automáticamente para que siga funcionando el aire acondicionado. No podría imaginar un lugar mejor para comenzar a sanar.

A lo largo de este viaje, me han entrevistado dos veces en el famoso programa "Ser Aventurero" de Cadena SER de España. En una de aquellas entrevistas, me escuchó el Dr.José Antonio mientras hacía una de sus guardias en un hospital de Valencia. Cautivado por mi historia, José me contactó por e-mail en aquel momento para decirme que si en cualquier momento tengo un problema médico, que no dude en contactarlo. Pasaron casi dos años desde aquel contacto y ahora mi cuerpo tiene un desafío (no un problema, ¿recuerdan?) por eso, ni bien llego a Lagos, le envío a José mi colección más exquisita de fotos de infecciones e inflamaciones, acompañadas de una vívida descripción de todo lo que me ha conducido a ellas. José sale casi inmediatamente a mi rescate consultando con otros profesionales de medicina tropical en su hospital y concluye que sospechan que tengo una fuerte infección bacteriana que está impetiginizada. Su receta es comenzar con una bomba atómica de 1 g de Amoxicilina + 250 mg de acido clavulánico y un ungüento antibiótico para aplicar superficialmente en cada herida. 

 Luego de visitar una de las farmacias confiables de Lagos para evitar comprar medicamentos falsos, tan comunes en todo Africa, comienzo el tratamiento. Durante los 10 días que tomo esta bomba radioactiva cada 12 horas, comprendo por qué me resisto hasta último minuto hasta tomar medicinas. Mis infecciones comienzan a contraerse y secarse en menos de dos días, pero el efecto lateral es brutal. Los antibióticos aniquilan todas y cada una de las bacterias que traigo. Las malas, pero también las buenas que con tanto pero tanto cariño he acumulado por todo Africa para protegerme de casi todos los males. Cada ingesta de alimento implica una posterior visita al baño donde todo lo que había entrado, sale directamente por la puerta trasera. Entre mi boca y mi ano, ahora parece haber un caño directo sin estómago ni intestinos intermedios. Todo lo que entra sale. Todas las magníficas comidas que cocina Robert parecen no tener permanencia alguna dentro de mi cuerpo. Sin embargo, debo admitir que en menos de una semana me siento como nuevo. Mis tobillos y mis pies, vuelven a tener forma humana luego de semanas y me cuesta acostubrarme a caminar sin miedo a pisar por el dolor. Las cicatrices quedarán para siempre, pero el dolor se ha ido. Gracias a José, mi médico ángel de la guarda a distancia, siento que he renacido. Las hospitalidad que no tiene límites.

Paso 10 días a puro descanso y rehabilitación en la mansión de Jaco en Lagos. Uso mis días para explorar esta gigantesca urbe a la cual le he perdido todo miedo. Andando con discreción y sin ostentar objetos de valor, en ningún momento siento peligro alguno por estar allí. No he encontrado más que gente curiosa y amigable en el caos cósmico urbano en el que les toca vivir. Durante aquellos días de rehabilitación aprovecho para disfrutar de un confort del cual ya hacía muchos meses me había olvidado que existía. También obtengo mi visa de Benín y me dedico a comer mucho y bien porque he perdido más de 10 kg en estos últimos 3 meses. Soy piel y huesos.

Me quedan algunos días de visa, pero ya tengo ganas de volver a salir al ruedo. Principalmente porque no tengo que hacer más que 130 km para llegar a Cotonou para uno de los reencuentros que más anhelo desde hace meses. Allí seguiré descansando cuanto quiera, pero para eso primero tengo que llegar hasta allí, y para llegar primero tendré que salir de Nigeria. En aquel último día, algo totalmente inesperado ocurriría en este país tan controversial país llamado Nigeria. Un día en el que llegué a pensar que no saldría de allí.