Bajo sospecha

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El conflicto con el grupo extremista Boko Haram tiene al país en vilo. Hay una razón de ser por la cual decidí afeitarme barba y cabello y colgarme crucifijos cristianos antes de llegar aquí y es porque en el sur de Nigeria, por algún extraño motivo, cualquier persona que no es de Africa negra, es considerado por la gente común como un potencial terrorista de Boko Haram. Extraño porque puedes ser blanco, rubio y de ojos celestes y aun así corres riesgo de que te persigan para lincharte por creerte un terrorista. Por lo tanto, con el motivo de minimizar sospechas, decidí proceder con mis cambios estéticos y el ajuste de mis abalorios religiosos. No alcanzó.

Han pasado tan sólo 4 días en Nigeria, y el día antes de llegar a la ciudad de Enugu, en mi afán de cumplir con la primera promesa que había hecho antes de entrar al país, la de avanzar lo más rápido posible, termino violando la segunda promesa, la de seguir mi sentido común para evitar situaciones peligrosas. Así es como, luego de un largo día habiendo pedaleado más de 140 km, me agarra la noche antes de la ciudad en un suburbio populoso de las afueras. Me encuentro en un camino destrozado, donde la oscuridad y el polvo que arroja el caos del tráfico no me permiten ver los pozos, ni las piedras, ni la gente alrededor. En cierto sentido me alegro de esto, porque me doy cuenta de que el elemento ya no es el mismo y siento que así al menos puedo pasar más desapercibido. Soy consciente de que me situación no es buena y no quiero abusar de mi suerte. Por consiguiente, dado que en medio de este caos no encuentro ningún lugar para alojarme, decido preguntar hasta llegar a una estación de policía.

Con nervios de acero llego pedaleando en la oscuridad absoluta a través de calles de tierra, al lugar alejado y solitario donde se encuentra la estación. Allí, a campo abierto en el medio de la nada, encuentro el portón de acceso donde están sentados dos oficiales con ametralladoras. Les explico mi situación y me dicen que allí no puedo quedarme, pero me permiten entrar a hablar con la jefa. Sentada en la penumbra, detrás de un viejo escritorio de madera, en el interior de la vieja casa de ladrillos iluminada por un ténue bulbo de luz, la jefa, sorprendida por la inusual visita, me invita a sentarme.

  Le extiendo mi pasaporte, y mientras le explico mi situación puedo ver cómo ella, junto a dos mujeres policías vestidas enteramente de negro, me miran con gran suspicacia. Luego de terminar concluye con frialdad:  "Aquí no puedes quedarte". Yo intento persuadirla diciendo que no me siento seguro transitando a la noche en bicicleta, que aquí no hay hoteles, y que si no recurro a la policía en busca de ayuda, a quién podría recurrir. Luego de unos momentos me dice que si me quiero quedar allí, van a tener que inspeccionar todo lo que traigo conmigo. Dicho y hecho. En el terreno anterior a la casa, cuatro oficiales con ametralladoras al hombro, me hacen desempacar absolutamente todo lo que traigo y minuciosamente escrudiñan cada cosa como si efectivamente llevara una bomba conmigo. Cuando terminan, y absolutamente todas mis pertenencias están desparramadas alrededor, la jefa me dice: "ok, puedes poner tu colchón y tu mosquitera allí en la galería. A primera hora del día te tienes que ir".
 
 Siento que he dormido 2 horas cuando un oficial viene a despertarme. Los ruidos constantes no me dejaron descansar y ahora son las 5 am, el cielo está levemente claro, y ya quieren que me vaya. Cuando termino de preparar mis cosas para salir, tengo más que claro que no volveré a quedarme en una estación de policía nigeriana. Paso el resto de la mañana en un puesto de madera en la ruta donde una hermosa señora gorda me sirve un delicioso guiso de lentejas con plátanos. Estoy muerto de sueño y no tengo ganas de nada, pero al menos la comida en Nigeria es riquísima.

 Con un pésimo humor comienzo el día pero cuando llego a Enugu, recibo información confusa sobre dónde cruzar el río Níger ya que los puentes que cruzan este legendario río, no abundan en Nigeria. Todas las personas a las que les pregunto en la calle, me dicen que debo cruzarlo en Onitsha pero me lo dicen con la certeza de aquellos que no conocen otra cosa. Incluso la policía no sabe darme otra alternativa. Rehacio a desandar "el camino del medio" por el cual venía cruzando el país tan bien, finalmente me rindo y para no perder más tiempo salgo para Onitsha con el fin de luego retomar mi camino. La breve pasada por esta espantosa ciudad me dió el primer vistazo al infierno de las horripilantes urbes nigerianas y el tráfico super peligroso.

Ávido por huir de allí lo antes posible, tomé el primer desvío hacia el norte a lo largo de un pequeño camino rural bordeando el Níger donde dos horas más tarde encontré el confort en el pueblo de Illah. Allí, Patrick, un simpatiquísimo gigante nigeriano, me invita a almorzar en una cantina mientras el resto del pueblo viene a sentarse a mi alrededor a sacarse fotos y hacerme preguntas. En el momento de partir, a modo de homenaje por mi paso por allí, Patrick me regala una hermosa camiseta suya para llevar conmigo, la cual acepto con enorme humildad y orgullo. Todos en el pueblo se acercan a mí con mucho afecto a tomarse fotos conmigo.

En ese momento de alegría, mientras filmo la situación al partir, un hombre vestido de civil me obliga a detenerme y comienza a cuestionarme. Se anuncia como policía y con gran seriedad comienza a interrogarme diciéndome que yo no puedo filmar. El tono de su voz me alarma e inmediatamente llamo con un gesto a Patrick, quien aún se encontraba cerca para que venga a ayudarme. Es gracias a él y a los vecinos, que logro irme sin mayores problemas. De no ser así, creo que me esperaba un largo interrogatorio.

Varias horas más tarde, luego de un día sin problemas, mientras circulo por las populosas calles de la ciudad de Auchi, veo a hombres con caras amenazantes seguirme de cerca con sus motos. Finjo tranquilidad sonriéndoles, pero no obtengo respuesta. Tenía pensado parar a tomar algo allí pero la situación es tensa y decido continuar hasta salir de la ciudad. Finalmente me encuentro solo en el camino pero ya es el final de la tarde y ahora me toca pedalear hasta encontrar un pueblo donde poder dormir. Sin embargo, el tiempo no me alcanza para llegar, y una vez más, termino deambulando en plena noche. Me siento muy inseguro y me maldigo a mí mismo por permitir que me haya vuelto pasar esto, hasta que al fin llego a un pueblo en el que paran los camiones al borde de la ruta. Allí hay hoteles, pero en todos me dicen que no tienen lugar, y sospecho que no es cierto. Al salir de la recepción de uno empujando la bicicleta, una mujer de mediana edad me grita delante de todos acusando con su dedo: "Boko Haraaaam Boko Haraaaam", y no lo hace de graciosa. No se detiene, y me sigue gritando por la calle y alarmando a otras personas. De no ser por el ruido infermal de los motores, la música, la oscuridad y el bullicio general, no sabría qué podría pasarme. Finalmente desiste y ahora camino con la cabeza baja ponderando qué hacer, junto a la ruta entre los camiones y una larga hilera de prostitutas. Siguiendo las instrucciones de un camionero, al final de un callejón encuentro un hotel donde me dejan quedarme. Una noche más y debo dejar de abusar de mi suerte. 

El ruido de la música, los camiones, los gritos, los falsos gemidos de las prostitutas siguieron ininterrumpidamente toda la noche. Ni el agotamiento brutal que traigo encima pudo hacerme dormir. Me levanto tarde y aún así estoy muy cansado. Mis tobillos y pies, que ya no tienen forma por las infecciones me parten del dolor al pisar, pero debo seguir avanzando como puedo. A pesar de los momentos complicados de los últimos días, durante el día, el camino del medio sigue siendo magnífico. Poco tráfico, controles policíales donde me siguen tratando como a una estrella de cine, pueblos pequeños de gente adorable que pinta los bordes de la ruta al poner pimientos a secar al sol, y cada tanto, un evento que me alegra el día, como cuando conocí a otro Patrick.

 Patrick me pasó a 20 km/h con su camioneta Peugeut 404, modelo prehistoria, con no menos de 4 trillones de kilómetros en su odómetro y seguramente habiendo sobrevivido a 3 o 4 explosiones de bomba.  Lleva miles de kilos de mercaderías, y al menos una docena de personas sentadas sobre ella. Sus ruedas blandas como una pelota desinflada se lamentan al rodar. Si quisiera, yo podría jugarle una carrera y seguramente la ganaría. Cuando me pasa lo saludo con una sonrisa, y más adelante, me lo vuelvo a encontrar con su acorazado de chapa oxidada al lado del camino. Él está concentrado en el motor con la paciencia de un maestro Zen, sosteniendo el capot con su cabeza. La vista es espeluznante, porque sinceramente no sé qué es lo que hace posible que ruede, pero lo que sea que fuere, lo está arreglando. Yo me detengo por pura fascinación y cuando Patrick me mira, me saluda con una sonrisa serena casi espiritual. Yo le sonrío y le digo: "parece que tiene problemas hoy, ¿no?" A lo que Patrick responde: "¿Problemas? en Africa no tenemos problemas, tenemos desafíos". Anonadado por su respuesta, con esa frase, recibí una vez más una lección de vida en Africa. De aquellas que no se aprenden en ningun libro ni universidad.
Lo más sorprendente para mí quizás fue que esto mismo es lo que describe mi amigo Salva Rodríguez en su libro de Africa que le pasó a él en su camino, un encuentro en el que un africano le dijo exactamente lo mismo en otro país. Escucharlo en persona me alegró porque significa que no es un solo africano el que lo cree sin posiblemente muchos más.

Paso el resto del día reflexionando sobre la frase de Patrick "no tenemos problemas, tenemos desafíos", una frase que sé que llevaré por el resto de mi vida conmigo y recordaré cada vez que crea que tengo un problema. Así, en espíritu reflexivo, llego a Ifon al final de la tarde. Es de día aún, por eso decido buscar diferentes hoteles, pero luego de un rato de circular por la muchedumbre del pueblo, un hombre vestido con pantalones cortos y camiseta sin mangas se acerca en un ciclomotor rojo y me obliga a determe. Inmediatamente una multitud se arma alrededor nuestro.  -Pasaporte por favor- Me indica. - ¿Pero Ud. quién es? Yo no le doy mi pasaporte a cualquiera. - Remato duramente. Me dice que es el jefe de policía y me muestra una dudosa credencial. Con el fin de evitar problemas y dada la cantidad de gente alrededor, decido dárselo aunque con desconfianza. Mientras lo escrudiña me interroga y me dice que va a tener que revisar todas mis pertenencias, pero me dice que deberá ser en la seccional, no allí en el medio de la calle. Intento rehusarme diciéndole que estoy agotado y sólo quiero encontrar un hotel para dormir, y le pido que revise todo allí, pero me lo niega.

Cuando terminamos de cruzar el pueblo entero para llegar a la estación, ya es de noche. Allí, una vez más, 4 policías armados hasta los dientes, me hacen abrir y desempacar todas y cada una de las cosas que traigo, mientras me interrogan. Mi humor ya no es el mismo, pero hago lo imposible por mantener la paciencia. Luego de una hora de desempacar y empacar todo de vuelta, el jefe que me había detenido me explica que me fue a buscar al pueblo porque el teléfono no paraba de sonar con gente reportándome como terrorista de Boko Haram. "La gente está con mucho miedo" - Me dice - "y es mejor que haya ido yo a buscarte antes de que la gente haga justicia por su propia mano si piensan que eres un terrorista"

Le pido quedarme allí a pasar la noche porque no quiero circular de noche pero me lo niega. A pesar de ello, envía a alguien conmigo en un coche para escoltarme hasta un hotel y quien me acompaña se asegura de que me acepten. Otra noche más que termino exhausto y dolorido. Las noches nigerianas me están matando. Recostado en la cama de la habitación de luces rojas del burdel donde paso la noche, no veo la hora de que esta odisea agotadora termine. Mi cuerpo enfermo y agotado no quiere más.

En términos de distancia, me faltan dos días y medio para llegar a Ibadan, donde ya tengo lugar para quedarme, pero me propongo acelerar mi paso aún más para llegar en dos días. Avanzo rápido y deteniéndome muy poco. A pesar de que hago 150 km y llego a un pueblo de día, una vez más vuelvo a experimentar el mismo problema. Dos hombres con miradas muy hostiles me siguen en moto. A mí ya no me queda resto ni para sonreír y me meto en el primer hotel que encuentro, al menos para que se vayan. Por suerte me aceptan en el hotel, pero media hora más tarde, cuando estoy sentado en el patio descansando, los de las motos vuelven con dos policías de civiles. Otra vez sopa - me digo a mí mismo.

Los policías me piden el pasaporte y me interrogan sin parar. No me revisan las cosas al menos, pero me cuesta mucho hacer que crean en mi palabra. Finalmente, con disgusto les digo que estoy cansado de esta desconfianza, que mucha gente en todo el país me trata con mucho cariño pero la policía no hace más que hostigarme. El jefe me dice que la gente está con mucho miedo. Yo le digo que entiendo, pero soy un hombre blanco, occidental, no me parezco nada a los militantes de Boko Haram, llevo un rosario colgando, hablo español y tengo un pasaporte legal con una visa oficial del país. ¿Por qué siguen desconfiando entonces? - le pregunto. A lo que me contesta que el grave problema que tienen, es que no saben cómo reconocerlos, por eso todos tienen miedo. Me dieron ganas de decirle que los busquen en Google y vean que no son blancos y me dejen de joder, pero esta vez me la calle. El diablo sabe más por viejo que por diablo.

Al día siguiente, me quedan 160 km para llegar a Ibadan, estoy exhausto, me duele todo el cuerpo, pero me propongo a hacerlos porque ya no soporto más los controles de cada noche.  Sin embargo, no sería tan fácil porque las condiciones del camino cambian mucho en la proximidad a esta gigantesca urbe. La ruta se vuelve una autopista de doble mano en condiciones nefastas. Pozos, piedras, asfalto roto, 5 vehículos en 3 carriles adelantando al mismo tiempo y mientras que otro tanto viene a contramano. Es espeluznante, tan espeluznante que allí por primera vez experimento el miedo a morir en un accidente de tráfico. Como si fuera poco, con el ímpetu que llevo por ir rápido, muerdo el borde roto del asfalto yendo a 28 km/h y me como el piso de un golpe. Por suerte, los autos frenéticos que venían detrás lograron esquivarme antes de hacerme puré. En ese momento me di cuenta de que no podía seguir, porque moriría seguro en ese desmadre de autopista. Haciendo justicia a mi segunda promesa,  mejor tarde que nunca, detuve la bicicleta y esperé hasta que un camión me levantara para llevarme los últimos 60 km hasta las afueras de Ibadan.

Han pasado tan solo 9 días desde que entré a Nigeria y en casi 1200 km me he cruzado casi todo el pais. El costo para mi salud ha sido alto, y los riesgos que pasé grandes, pero ahora me esperan los primeros dias de descanso en la casa de Bimbo, mi adorada anfitriona.