El país que no debió ser
Mi estadía en Brazzaville sería la última antes de dejar por mucho tiempo, un mundo con un mínimo nivel de confort. Es por eso que sin quererlo debí pasar tres semanas necesarias haciendo base en esta capital. No es cosa fácil, porque ya no es sorpresa para mí, que como toda capital africana no tenga nada de bonita ni nada de interesante. Allí me tuve que concentrar principalmente en sortear (y batallar) las peores burocracias de los países de esta mitad occidental de Africa, para poder seguir adelante con mi ambicioso plan para cruzar la selva ecuatorial.
Todo por una visa.
En mi paso por Cabinda entendí por qué el destino había decidido que no debía obtener el visado para la R.D. Congo en Luanda, pero lejos de renunciar a la batalla, decidí retomarla en Brazzaville. La lucha no sería fácil, aunque nunca había esperado que lo fuera.
Primer día. Comencé por ir a la embajada para confirmar lo que ya sabía, sólo conceden visados a gente local o a extranjeros con visa de residencia. Con un plan de ataque en mi cabeza, procuré asegurarme si el visado era efectivamente posible de obtener siendo residente. El personal de recepción me dijo que no habría problema y el hecho de que fueran más agradables que los cocodrilos que atienden en Luanda me trajo un ligero aire de esperanza.
Segundo día. Me dirijo a la oficina nacional de inmigración en Brazzaville. Voy con un plan osado en mente. Luego de perderme una y otra vez en el caos de un laberinto de pasillos y oficinas en el subsuelo de este enorme edificio, logro dar con la oficina de visas. Hay 15 personas en un espacio para 5, rodeadas de montañas y montañas de carpetas y formularios apilados. En el epicentro de esta ratonera, sentado en un gran escritorio se encuentra un hombre que tal como un monje Zen, parece inmune al caos que lo circunda. Es el oficial en jefe del departamento de visas y a él vengo a verlo.
- Tome asiento señor- me dice cordialmente - ¿Qué necesita?
- Buen día oficial! Bueno mire, me encuentro visitando su hermoso país con un visado de turista y la verdad es que me he enamorado de este lugar, y como viajo en bicicleta me gustaría tener más tiempo para recorrerlo. ¿Existe la posilbidad de extender mi visado?
Toma mi pasaporte, lo examina, reflexiona mirando mi visa y luego de unos segundos declara sin preguntas adicionales y con el tono sereno de un gran pensador intelectual: -Sí, es posible
Mi corazón se acelera de alegría y respondo - Qué alegría!! - le sonrío- ¿y por cuánto tiempo puedo extenderlo y cuánto tiempo tengo que esperar?
- Bueno, sólo puede ser extendida por un año con visa de residencia. Necesita una foto, llenar este formulario (una carilla) pagar 106.000 CFA y retirar mañana.
Y así amigos, así de fácil, es como me convertí (y aún soy) en residente de la República del Congo.
Tercer día.
Hoy, convertido en un orgulloso residente del Congo, con la visa en el pasaporte me voy directo a la embajada de la R.D. Congo. En la ventanilla, tal como un policía demostrando su poder mostrando su placa, yo muestro mi visa de residente . El recepcionista con una sonrisa me abre las puertas a la embajada. No lo puedo creer, pasé la puerta, y no es poca cosa. En la oficina sin embargo, la situación cambiaría.
Luego de 15 min esperando, desde el fondo de un cubículo oscuro, una mujer gorda de voz gruesa me llama.
Con una sonrisa enorme exclamo - Buen día señora! ¿Cómo está hoy? vengo a solicitar el visado para su país, soy residente aquí en el Congo y necesito viajar a Kinshasa.
Toma mi pasaporte sin devolver el saludo y mucho menos la sonrisa, y con cara de desconfianza lo examina. Inmediatamente advierto que esta mujer no ha tenido un orgasmo en mucho años, quizás ni siquiera en su vida entera.
- Está bien, llena el formulario, entrégame dos fotos, paga y espera al menos 3 semanas.
- 3 semanas???? pero si me dijeron que tarda dos días!!
- Eso era antes, ahora todas las visas deben ser aprobadas en Kinshasa primero y eso lleva un tiempo indeterminado.
Maldita sea! no puedo esperar tanto tiempo, pienso para mí. Me hago a un lado y hesito por varios minutos mientras la Madre Teresa congoleña le ladra ahora a otra víctima. Frustrado, decido irme y tomarme el resto del día para pensar si esperar o no.
A la noche, Mikael, un amigo ciclista francés residente en Kinshasa que esperaba recibirme en su casa me lo confirma, en estos momentos la visa puede tardar hasta 4 o 6 meses en otorgarse. Allí mismo, muchos extranjeros han tenido que reportar su pasaporte perdido para poder salir del país, porque desaparece cuando lo entregan en la oficina de inmigración. Me rindo, no puedo seguir jugando este juego.
Ya decidido a proceder con las visas de los otros países y a dejar pasar esto, esa misma noche conozco a Katleen, una chica belga que vive aquí y que se había enterado de mí por medio de amigos. Esa noche que nos conocimos, le conté mi historia y justamente el problema con la visa de R.D.Congo. Katleen me escuchó atentamente, y luego me dijo: - creo que puedo ayudarte! - El viernes haré una reunión con degustación de quesos y fiambres que traje de Bélgica, quiero que vengas también. Invitaré a varios amigos, y uno de ellos es el embajador de R.D. Congo aquí, te lo presentaré para que le cuentes tu caso, y si no llega a venir, iremos a verlo a la embajada.
Mis ojos saltaron desorbitados de la sorpresa y la llama de mi esperanza se encendió de vuelta, el destino me había enviado un ángel y se llamaba Katleen.
Paso los días en Brazzaville haciendo vida tranquila, estudiando francés pero hablando chino el resto del día con los encargados del restaurante del hotel Hippocampe donde vivo. Paro gratis en la casa del árbol del patio trasero del hotel esperando la gran noche, ansioso por conocer al embajador, pero también por atracarme de quesos belgas, un lujo que uno jamás imaginaría darse en estas tierras. Llega el viernes, los quesos y salamines exquisitos son un elixir en una noche en la que el embajador decide no presentarse. Tocará seguir esperando hasta la semana que viene.
Boda a la congoleña
Una experiencia que disfruto mucho en los países que visito es tener la oportunidad de concurrir a una boda. Un amigo de Katleen me invita a su casamiento el fin de semana, un pasatiempo excepcional para mí, que necesito matar el tiempo ( y la ansiedad) hasta que llegue el día de ir a la embajada. Serge es un arquitecto mitad suizo mitad israelí que tiene 66 años y vive hace 15 en el Congo. Se casa con Brenda, una hermosa jóven congoleña de 22 años con quien tiene un hijo de un año y medio.
En el Congo, la tradición dicta que el futuro esposo debe comprarle la hija a la familia para poder casarse con ella. El dote es una práctica muy común en muchas partes del mundo, y aquí en el Congo, toda la primera etapa de la ceremonia consiste en dos presentadores exhibiéndole al público todo lo que Serge le ha comprado a los familiares de Brenda. El listado es a pedido, la madre, las hermanas, las tías piden superwax (vestido tradicional congoleño) de diferentes calidades de telas, carteras, zapatos, vajilla, etc. El padre, los tíos, los primos, piden trajes, cinturones de cuero pero también hachas, carretillas y elementos para trabajar la tierra. Los hermanos y primos piden bicicletas, ropa deportiva y demás. Serge debe comprarles todo a todos. Durante dos horas, los presentadores exponen con euforia cada item que Serge ha comprado para ellos y dan los detalles de la calidad del producto.
Luego de eso, las hermanas y primas agasajan a Brenda bailando a su alrededor, mientras prosigue la ceremonia.
Brenda se arrodilla ante su padre, más jóven que Serge, y le recita un discurso de amor y agradecimiento antes de partir del lecho familiar, le ofrece un vaso de Coca-Cola que él bebe delante de ella. Marcel, el padre, la escucha atento con afecto y luego dedica sus palabras a ellas, feliz de entregar su hija a Serge. En el Congo, como en muchas partes de Africa, no existe el prejuicio occidental de una diferencia de edad tan grande entre hombre y mujer. Todo lo contrario, aquí está muy bien visto y es considerado de muy buena fortuna para la familia que un hombre mayor se case con las hijas, porque ellos son capaces de ofrecer una estabilidad consistente para extender la familia. Una estabilidad que un hombre jóven aquí, es imposible que ofrezca.
Es por eso que muchas jóvenes encuentran su felicidad con hombres mayores occidentales. No es difícil de creer, teniendo en cuenta que muchos hombres africanos no tan jóvenes, se comportan como adolescentes hasta bien entrada la adultez y despilfarran el poco dinero que tienen bebiéndoselo. No se ajustan jamás a la monogamia, manteniendo relaciones de riesgo con diferentes mujeres a espaldas de sus mujeres con el peligro que eso conlleva y mucho más. Un hombre maduro y con estabilidad financiera como Serge es una bendición a los ojos de Brenda y su familia.
Cuando la ceremonia formal finaliza llega la hora de comer y socializar. En ese momento conozco personalmente a Marcel, el ex-jefe de la brigada nacional de protección de la selva en el extremo noreste del país hacia donde planeo llegar. Marcel se transformará, no sólo en una figura clave para el éxito de la osada travesía que tengo planeada, sino que me sacará de una situación muy mala en la que encontraré más adelante.
El veredicto final
Ya he pasado dos semanas esperando, me estoy aburriendo y mi paciencia se está agotando, quiero irme para entregarme a la selva de una buena vez. He estudiado tanto francés que ya lo comienzo a hablar sin problemas, he comido tanto gracias a mis amigos chinos que ya estoy engordando, he dormido tanto que ya no puedo dormir más, no soporto más este exceso de energía inutilizada.
Es martes y Katleen me lleva a la embajada. Pasamos por delante del cubículo donde está la Madre Teresa, que como un perro guardián y rabioso nos mira gruñiendo cuando pasamos delante de su cucha (es evidente que no ha tenido sexo este fin de semana tampoco) para llegar a la oficina. El embajador abre la puerta de su oficina, nos recibe con una sonrisa enorme y los brazos abiertos y yo me alegro de que la perra no me arrancó un brazo en el camino.
El diplomático se disculpa por no haber ido a la degustación de quesos y luego de una charla relajada e irrelevante, Katleen me presenta. Le cuento mi historia (qué bien que hice en estudiar francés! ahora da sus frutos) y el embajador se compromete a ayudarme personalmente. Sale de su oficina para tomar los formularios del escritorio de la perra rabiosa, los lleno en el momento y me promete que enviará los documentos a Kinshasa esa misma tarde. Llamará cuando tenga noticias.
Me voy muy contento y sólo resta esperar dos o tres días según me dijo. Siento que estoy por ganar finalmente esta maldita batalla contra la burocracia más estúpida que alguna vez he enfrentado, pero pasan cuatro días y el teléfono de Katleen no suena. Ya van casi tres semanas que estoy en Brazzaville, y al quinto día Katleen llama. El embajador se apena, pero el problema es mucho mayor y es Kinshasa. Desde mayo cambiaron las reglas y desde aquel momento, el caos en inmigración no tiene precedentes le comenta. No hay nada que él pueda hacer para remediar eso. Es seguir esperando indefinidamente.