Estamos haciendo la cola para comprar el pasaje de barco a Wadi Halfa, hacen 46 C a la sombra. Mientras esperamos, dos simpáticos egipcios agentes de viaje se acercan y exclaman el usual: “Welcome to Alaska”, para entablar conversación con nosotros. Nos preguntan lo habitual del viaje, de la bicicleta, de las distancias y le menciono que el calor fue bastante duro estos últimos días en Egipto. Uno pega una carcajada muy afectuosa y me dice cariñosamente: -“realmente crees que hoy hace calor?......espera a llegar a Sudán, allí hará calor, esto no es nada” - y se pasa un pañuelo para secarse la transpiración de la cara. A mí, se me estruja el estómago.
Que no se hunda
Llegar a Sudán en sí, es una odisea y merece un capítulo aparte. La norma que prohibe pedalear desde Aswan hasta la frontera nos obliga a tomar el barco que cruza el Lago Nasser. Sospecho que el dueño de la compañía naviera debe ser un político al que no quieren que le arruinen un negocio excepcional. Obliga a que todo el tránsito de gente entre ambos países ocurra a través de este barco, el único, de la única compañía naviera que opera. El proceso comienza en el puerto de Aswan, a las 8 am, está cerrado aún pero allí la gente y las mercaderías se van acumulando a medida que pasan las horas. A las 9 am, cuando abren las puertas el caos se desata. En masa, centenas de personas comienzan a aplastarse cual manifestación, para pasar através de la única puerta de 90 cm de ancho por la cual tenemos que pasar. Es un inferno, y con la bicicleta es aún peor. Empujones, pisadas, carretillas con montañas de cajas que te chocan, todos al mismo tiempo intentando colarse. Nos lleva dos horas y media de aplastamiento pagar el impuesto portuario, pagar por la bicicleta, sellar el pasaporte y subirnos al barco. Una vez arriba, tenemos que movernos rápidamente para subir las bicicletas hasta el techo y encontrar refugio del sol bajo un bote salvavidas. Los pasillos estrechos, la gente y la empinación de las escaleras lo hace una tarea tortuosa. Haber llegado temprano ha valido la pena porque efectivamente encontramos el refugio en el techo. Allí, lejos de terminar, todo recién empieza. El barco se va llenando de a poquito, gota a gota como un balde, hasta rebalsar. Mientras esto ocurre, estamos abajo del bote salvavidas refugiándonos de un sol asesino a 45C. Las horas pasan y lo que ocurre delante de mis ojos no lo puedo creer, no paran de subir con cajas, una tras otra. Lo que antes era un deck vacío ahora apenas tiene corredores de 20 cm de ancho para se abra paso en un laberinto de mercaderías. Es tanta la carga, las montañas de cajas y el hacinamiento de personas que realmente creo que es un milagro si este barco no se hunde. Pasadas las 18.30 hs seguimos aún en el puerto, y el barco se sigue llenando, pero estamos en el Islam y es la hora de rezar, allí todo se detiene y donde no había espacio se hace.
Zarpamos a las 20.00hs, no hay sol pero el aire es caliente. Debajo del bote salvavidas, ya no somos tres sino doce. No hay rincón vacío. Cuando bajo al baño tengo que subir y bajar pisando cajas porque está todo bloqueado, no quiero ser paranoico pero trato de ver cuán lejos estamos de la costa porque no entiendo cómo esto se podrá mantener a flote 17 hs. A la noche, decenas de personas se suben a los botes salvavidas para encontrar lugar para dormir, miro las cadenas de las que cuelgan y ruego que no se corten para que no muramos aplastados. El aire refresca y hasta hace frío. Lo único que me quita la preocupación es que estamos rodeados de gente excepcional, son los primeros sudaneses que conocemos, y allí mismo, en aquellas primeras conversaciones ya me doy cuenta de que esta gente es diferente a todo, presiento un espíritu alegre internamente. Dormir resulta muy difícil, entre el viento, la gente que te camina por encima, evitar que no te usen a la bicicleta como escalera para saltar al bote, etc. Temprano a la mañana abro los ojos y luego de agradecer que esta chatarra siga a flote, veo a lo lejos el magnífico templo de Abu Simbel. El lago Nasser es el lago artificial más grande del mundo, surgió en los años 60 producto de la gran represa de Aswan. Esto implicó la inundación total y desaparición de las tierras de Nubia y los nubios que todo lo perdieron tuvieron que irse a uno u otro lado de la frontera, una tragedia de la cual muy pero muy poca gente se ha enterado alguna vez. Ellos han sido transplantados como también lo ha sido Abu Simbel luego de una delicada maniobra de ingeniería que reubicó al templo en una de las orillas.
El sol comenzó a arder temprano y hasta las 14 hs no llegamos. Ya pasadas 30 horas desde la llegada al puerto de Aswan el día anterior, nos encontrábamos finalmente en Wadi Halfa, pero con las bicicletas en el deck literalmente atrapados en el barco hasta que lo descargaran entero para que pudiéramos salir. Luego de dos horas y media más, empapados de sudor, logramos salir del barco, cruzar migraciones y entrar finalmente en Wadi Halfa, un pueblo que una vez a la semana desborda de vida con la llegada del barco. A diferencia de la mayor cantidad de pueblos fronterizos, en Wadi Halfa se respira una atmósfera relajada. Calles de arena, casas de chapa y barro, la gente es infinitamente amigable, no sólo con nosotros sino entre ellos mismos. Sentados al aire libre ya de noche, los veo desde afuera y me da la sensación de que son todos amigos. La gente pasa, nos saluda alegremente, nos conversa, nos invitan té, café, cena y una vez más vuelvo a percibir esa suerte de alegría interior que brota de sus rostros, en sus gestos y sus sonrisas.
La dictadura del sol
Aladín, un policía de guardia, nos deja dormir en el recinto de una estación, pero nos advierte que no durmamos afuera en el piso porque a la noche está lleno de escorpiones, por eso nos abre una habitación para nosotros. Es una noche caliente y nada peor que dormir mal antes de iniciar los 1000 km restantes de Sahara. Doy vueltas y vueltas en mi colchoneta, lo intento pero me cuesta pegar un ojo. Para cuando sonó el despertador a las 4.30 am había dormido no más de 3 horas, pero debemos arrancar temprano, tenemos al menos 90 km de absoluta nada hasta el primer parador.
Arrancar es fácil. La madrugada es mágicamente agradable. Es tan fresca que mientras uno avanza antes de salir el sol, invita a albergar la falsa ilusión, o mejor dicho el sentimiento utópico, de que quizás hoy, el día no sea tan caliente. Sin embargo, el sol finalmente aparece amenazante en el horizonte, es una ardiente bola naranja cuyo ascenso detona la inevitable cuenta regresiva hacia algo que sólo puedo definir como el descenso hacia una hoguera en el infierno. Su progresión es inminente, el sol asciende impunetemente con violencia, sin nubes que puedan mitigar su poder. A las 8 am no hay absolutamente nada más que arena y rocas a nuestro alrededor, no hay tráfico ni nadie que se interponga entre nosotros y él. Avanzamos al paso más rápido posible porque sabemos que debemos encontrar refugio en pocas horas, el que sea. A las 10 am la temperatura ya está por encima de los 45 C y para las 11 am cuando sus rayos ya son tan agresivos, su opresión te obliga a correr como cucaracha debajo de cualquier piedra que encuentres. Las llamadas “cafeterías”, un montaje precario de chapas ardientes o paja sobre la arena, con dos pobres desgraciados que cocinan fuul en el medio de la nada, son uno de los refugios posibles que aparecen cada 60 a 90 km en este sector del Sahara. El “refugio” nos resguarda del ataque directo de los rayos pero nada hace contra el calor. Nos tiramos en las esterillas de rezo para descansar y pasar las 6 horas siguientes del día cuando la temperatura pasa ampliamente los 50 C.
Aunque “descansar” no sea más que un verbo que pierde completamente su significado. Son horas infernales amigos, en las que el calor genera como paredes ilusorias que comprimen al cuerpo, provocan un sentimiento casi claustrofóbico. Es como estar en una prisión en estado libre, se puede correr hacia cualquier parte indefinidamente y aún así no poder escapar. El clima es completamente seco, con una humedad del 3 o 4%, tan seco que el cuerpo no suda a pesar del calor, y aún así uno puede ver su camiseta y pantalones impregnarse misteriosamente de sal. Durante las horas del mediodía y la tarde, el sol parece intentar llevar a estado de incandesencia a todas las cosas que están en la tierra. A la tarde, no es ya el mismísimo sol el que nos abusa, ahora son todos los objetos que nos rodean a quienes él ha hecho sus cómplices. Todo arde, el calor viene de arriba, de abajo, de los costados, el mundo a 60 C es espantoso. Cuando llega el final del día y es hora de arrancar de vuelta, el sol triunfante, se despide impune dejándonos un mundo que perseverará ardiente hasta varias horas dentro de la noche. Pedaleamos solitarios en plena oscuridad con la lámpara de cabeza alumbrando nuestro camino. Todo es negro a nuestro alrededor pero el aire es persistentemente caliente, son las 7, 8, 9 de la noche y la temperatura se empecina en no bajar de los 40 C. Le lleva horas al aire fresco poder enfriar a los objetos que calientan este horno infernal en el que se transformó el mundo. A las 10 u 11 nos acostamos en las camillas de hilos sudanesas de los paradores, es más seguro que acampar en estas tierras nocturnas dominadas por escorpiones peligrosamente venenosos.
Todos nos advierten que chequeemos nuestro calzado al levantarnos y no durmamos en el piso bajo ninguna circunstancia. Pero dormir? Cómo se duerme aquí? Son las 12 de la noche y hacen 39 grados aún, cierro los ojos y me esmero por respirar relajadamente para conciliar el sueño pero todos los músculos y articulaciones están hinchadas del calor y es imposible descansarlos. Hay noches en que un viento caliente sopla tan fuerte que no permite encontrar posición comfortable. Con el pasar de las horas, el aire fresco desciende y la temperatura baja finalmente, y en un lugar donde durante el día se pasan los 50 C, no es insólito que uno se despierte tiritando del frío cuando hacen tan sólo 28 C. No tardamos más que un par de días en encontrarnos en una encrucijada. La mejor hora para pedalear es la misma que la mejor hora para poder dormir. Entre las 3 y las 7 de la mañana se puede dormir o se puede pedalear pero no ambos. Optamos por dormir porque durante las 6 a 7 horas que paramos durante el día, dormir es imposible. En los días a lo largo del Nilo, encontramos refugio bajo los árboles a las orillas del río, pero basta con que la temperatura baje dos grados junto a ellos para que las moscas, quienes también intentan sobrevivir a estos calores, hagan la vida imposible. La única manera de evitarlas es cubrirse con algo, pero cómo cubrirse con este calor? El cansancio me vence a veces pero me encuentro en un estado semi-inconsciente entre dormido sacudiéndome las moscas del cuerpo, que una y otra vez me caminan por la cara, los brazos, las piernas. Es insoportable, creo que me van a conducir a la demencia.
Llegar al Nilo desde el camino vale siempre hacer los kilómetros extra. Cuando la temperatura pasa los 55 C, ya no me importa saber que está infestado de cocodrilos, busco a pastores locales y les pregunto si es seguro bañarme aunque mi decisión ya esté tomada; en última instancia es probable que los cocodrillos solucionen mi problema de la rodilla. Me baño en el Nilo todas las tardes, me tiro de lleno, vestido, me entrego al elixir de su agua fría, revitalizante.
Me sumerjo una y otra y otra y otra vez, siento al agua correr en mi cuerpo, me devuelve la vida, empapado puedo respirar. En ella encontramos la manera de sobrellevar estos largos días en el infierno a lo largo de 600 km, no sólo es el refresco que nos ayuda en esta travesía sino que ha sido el agua que hemos bebido todos estos días vital para poder cruzar el desierto, pero tiene sus riesgos. No sólo los cocodrillos pueden ser un problema, sino que al cruzar la franja fértil de palmeras y plantaciones hasta llegar a sus orillas, uno puede disturbar al habitante equivocado. Se debe ir con cuidado, uno no quiere tropezar con lo que potencialmente puede ser una mamba descansando, la víbora más letal del mundo.
La venganza del dictador
Pero al llegar a Moltaga, 350 km antes de Khartoum, el camino se divorcia completamente del río y luego de varios días burlando al poder del sol con las mágicas aguas del Nilo vino la vendetta. Al leer los reportes de todos los ciclistas que han cruzado el Sahara sudanés uno lee repetidamente los comentarios sobre los fuertes vientos del norte. Parecen ser crónicos y definitivamente dominantes todo el año. Es decir, que los que viajan hacia Egipto lo sufren y a los que viajamos hacia el sur nos beneficia. Amigos, las burlas del destino suelen ser crueles y sin escrúpulos. A lo largo de 1000 km hasta la capital, todos los días hemos tenido viento en contra, contradiciendo los reportes de todos. Cuando uno suma viento a temperaturas por encima de los 50 C lo que se tiene es un secador de pelo de potencia industrial frente a uno, que no sólo sube horriblemente la sensación térmica sino que frena y deshidrata a una velocidad muy superior. De Moltaga a Khartoum el despótico sol se alió con el viento desatando brutales vendavales de arena y polvo que nos reducían a unos miserables 6 km/h. El agua de nuestras botellas no podía renovarse ya cada pocos kilómetros sino que había que cubrir distancias enormes e insalvables con este viento endemoniado hasta poder encontrar de vuelta un punto para aprovisionarse. Hidratarse con agua hirviendo es una mierda, pero muchísimo peor (y peligroso) es quedarse sin agua. Dos días antes de Khartoum, nos aventuramos a las 10 am a seguir 20 km más hasta alcanzar una aldea, teníamos poca agua ya y no era seguro tampoco quedarnos a la sombra de un techo por varias horas. Ya hacían 49 C en ese momento pero el viento era suave. Avanzamos 5 km y nuevo vendaval, el peor de todos se desata de la nada. Con apenas 3 cm de agua restantes en la botella, un viento infernal, y un sol vengativo se asocian para partirnos al medio. No hay nadie en el camino, los arbustos se doblan con el viento y la arena, la maldita arena que lo cubre todo, la veo hacer formas danzantes sobre el asfalto, la veo opacar el horizonte, la siento en la boca empastada de la deshidratación y la mastico magramente. Me pega en el cuerpo, me entra en los ojos, me atraviesa la piel, una nueva sesión de acupuntura no solicitada pero esta vez con una temperatura infernal. Hay que hacer tanta fuerza para pisar los pedales como para compensar el viento para que no nos tire de la bicicleta. No puedo detenerme a tomar fotos en este momento pero intento filmar un poco como puedo (imágenes del video).
Esto ya no es un secador de pelo, es estar detrás de la turbina de un avión o tener una plancha ardiendo en la cara, la siento en los brazos, en la frente, en las mejillas cuando el viento me dobla el sombrero hacia atrás. Miro todo a mi alrededor, miro al cielo y puedo jurar que hay una lupa interpuesta entre el sol y Sudán. A las 13 hs, un horario impesable para estar rodando, finalmente alcanzamos un refugio de barro y paja donde unos niños nos dieron agua para beber. Julia estaba teniendo escalofríos, el punto previo al golpe de calor. Nos arrojamos dentro del refugio, bebimos todo el agua que pudimos aún cuando estuviera caliente como un té y nos sentamos a esperar. Fue uno de los momentos más difíciles de todo el viaje pero lo pasamos.
Dos días después llegamos finalmente triunfantes a Khartoum donde no sabíamos que nos esperaba una familia sudanesa que nos adoptaría y nos malcriaría como parte de su propia familia. La travesía nos dejó mugrientos, agotados y muy necesitados de un largo y merecido descanso. Fue una travesía tan dura como maravillosa. Comparado con el Sahara egipcio, el sudanés es mucho más crudo y no tan hermoso en términos de paisaje pero a lo largo de todos estos días ha habido gente, de la gente más especial que hemos conocido en el mundo, pero ellos....ellos merecen una entrada aparte, son los sudaneses.