Haber viajado por Mongolia fue haber cumplido un sueño de hacía mucho tiempo. 55 días que se sintieron como haber salido del espacio y el tiempo en el que uno está acostumbrado a vivir. Es cierto que pueden haber notado bastante romanticismo en todo lo que escribí sobre este país, pero es que Mongolia es un lugar que con su belleza, lo saca a uno de su propia órbita y lo invita a romantizar. Sus paisajes de formas suaves y la vida "precaria" a paso lento pacifican la mente y evocan una sensación de magia dentro de uno. Es cierto también que son imágenes de su escueto verano. Al poco tiempo de salir del país, las temperaturas bajarán rápidamente a -20C y para final de diciembre se estabilizarán en -37 C a -40 C de temperatura (los mongoles inconscientemente omiten el "-" al hablar) con una sensación térmica muchísimo más baja. Aún con su clima extremo, sospecho que hasta pasar un invierno aquí debe ser una experiencia especial y la cual intentaré cumplir en el futuro.
Hay muchos países bonitos en el mundo, mejor dicho, todos los países son bonitos o tienen algo de bonito, pero hay países o lugares que aparte de ser bonitos son especiales. En mi percepción, puedo sentir en dichos lugares una cualidad extra que los separa del resto. Hasta hoy me cuesta describirlo y ciertamente no tengo una definición, pero es como una suerte de fenómenos que se conjugan en un mismo espacio y tiempo invocando una reacción física positiva dentro de uno, son aquellos fenómenos que evocan dicha magia interna. He sentido esta tan poderosa sensación en todos mis años de viajar por el altiplano tibetano y la he vuelto ha sentir felizmente aquí en Mongolia. No es casualidad creo, que tibetanos y mongoles viven ambos en regiones muy extremas del planeta y llevan modos de vida y tienen creencias espirituales muy similares. Los nómadas mongoles son gente extraordinaria en todos los aspectos, y eso creo que es decir poco. Su afecto nos ha llegado muy adentro y hemos vivido con ellos momentos verdaderamente especiales en algunos de los lugares más insólitos y remotos en los que he estado. Creo que no me iré nunca de Mongolia porque se quedó muy dentro mío, en el corazón y en el olor a oveja que no se va con nada. La serie de fotos en la cabecera de esta entrada es una muy breve reseña de algunas de las infinitas imágenes que se grabaron en mi retina.