¿Cómo despedirse de Indonesia?

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Cuatro meses, siete islas, unos 6000 km rodados, y algunas de las experiencias más increíbles vividas hasta el momento en dos ruedas. A pesar de parecer mucho, son cifras prácticamente insignificantes para un país tan vasto. Visto en un mapa, parece relativamente pequeño, pero con sus más de 17.000 islas, unos 300 grupos étnicos, más de 700 lenguajes y dialectos, engaña como pocos. En cuatro meses uno puede tan sólo siquiera comenzar a raspar la superficie de semejante mastodonte de infinita riqueza natural y cultural. 8 meses hubieran sido más apropiados, aunque 1 o 2 años serían lo esencial para conocer realmente Indonesia. Cautiva, atrapa, enamora.

Cada isla dejó marcas muy fuertes. Pienso en Kalimantan y no importa donde esté, comienzo a sudar con tan sólo recordar su nombre, a la par de millones de sonidos de la jungla que endulzarán mis memorias. Pienso en Sulawesi y me brota la adrenalina de haber cruzado el corazón de la jungla jugando a tarzán en bicicleta en condiciones extremas. Pienso en Timor occidental y las sonrisas "sangrientas" de la siripina, y la infinidad de personajes de cuento viviendo en los simpáticos ume kebubus, me trae una sonrisa de oreja a oreja. Pienso en Flores y olvidaré que hay un mundo con caminos planos y de otro color que no sea verde, y creeré que todo a mi alrededor puede potencialmente erupcionar en cada momento. Pienso en Bali y prefiero olvidarlo, ya que ese lugar fue expropiado de Indonesia y de su gente, no tiene nada que ver con este país. Pienso en Java y puedo oler el aroma del café mientras recuerdo la crudeza de la existencia de quienes entregan su vida por centavos y aún así, contagian con sus sonrisas, su calidez y nos recuerdan la lección de que hay muy pocas o ninguna excusa para quejarse, se puede ser feliz con realmente muy poco. Pienso en Sumatra e imagino que los monos dominarán el universo y añoraré que todo el mundo tuviera la belleza de sus valles y sus lagos.

Pienso en Indonesia y pienso en los indonesios, en los "Hello Mister" que resonaron alrededor nuestro de manera casi omnipresente durante toda nuestra estadía en el país. En tan sólo dos palabras, demuestran el afecto con el que reciben y tratan a sus invitados. Sin los indonesios, Indonesia no sería el país increíblemente maravilloso que es. Sean musulmanes, protestantes o católicos, su afecto incondicional, su protección, su ayuda, su hospitalidad, su buen humor, nos acompañaron a cada lugar que visitamos, e hicieron de los días increíblemente duros que uno pasa pedaleando en un país de tan intrincada geografía y clima tan riguroso, algo mucho más fácil al final del día. Acorde con la simpleza de la gente, el bahasa indonesia (lenguaje oficial) es quizás el idioma más fácil del mundo, nos costó poco y nada aprenderlo y al poco tiempo ya éramos capaces de comunicarnos muy bien con la gente. Al final de nuestro camino ya podíamos hablarlo con bastante fluidez y mantener largas conversaciones con nuestros siempre curiosos anfitriones. Desde hoy, voto por este idioma para que sea el nuevo lenguaje universal. 

Hubo uno que otro momento malo, sí, pero se pierden rápidamente en un océano de experiencias tan hermosas y reconfortantes para el alma. No extrañaré, eso sí, despertarme casi todas las madrugadas a las 4.30 am al son de los estridentes megáfonos de las mezquitas emitiendo a los desafinados muezines recitando el azan (llamado al rezo). Tampoco extrañaré temer enfermarme de algo serio cada vez que me pique un maldito zancudo, los cuales sobran en este país. No extrañaré ver cómo un puñado de políticos corruptos y empresarios sin escrúpulos abusan de su propia gente mientras aniquilan el medio ambiente, aunque este no es un problema de Indonesia sino del mundo entero.

Indonesia es la verdadera joya del sudeste asiático, un país que es tan grande e inabarcable que se salva de haber sido dominado completamente por las garras del turismo en masa. En Indonesia, las masas están todas concentradas solamente en un puñado de lugares que son como granitos de sal sueltos en un universo infinito. Esquivándolos, uno tiene el país entero para sí, y esto es un lujo como pocos en una región del mundo a la cual el abuso del turismo le ha robado la mayor parte del encanto que alguna vez ha tenido.

Todas las expectativas que tenía antes de llegar a Indonesia no han sido cumplidas sino ampliamente superadas. Indonesia se apoderó de mí y fue capaz de sorprenderme en cada rincón. No me quiero despedir de Indonesia porque siempre buscaré volver. Fue la primera visita de muchas que espero realizar en el resto de mi vida.