Es probable que sea por su situación geográfica que la mayoría de los viajeros en bicicleta de largo alcance pasen por alto a Filipinas. Con sus más de 7000 islas esparcidas en el océano pacífico, Filipinas es un país aislado de todo tipo de acceso terrestre, y en la mayoría de los casos, hay que volar para entrar y salir. Esto desmotiva a muchos por el costo (bicicleta + sobrepeso) y por la incomodidad. Es un hecho, no nos gusta separarnos de nuestras bicis y mucho menos soportar las pesadillas de todo lo que les puede pasar cuando manos descuidadas las cargan y descargan de los aviones. A pesar de existir una única alternativa por vía marítima, es de todas formas bastante limitada y complicada para quien está yendo de país en país en bicicleta. Aún así, yo llevaba años soñando visitar Filipinas, y no iba a dejar que el hecho de volar me desmotivara, por lo tanto sentía que valía la pena afrontar el costo extra de volar y el sentimiento insoportable desde que uno suelta a su bici hasta que la recibe de vuelta. Dos meses más tarde, comprobaríamos que no sólo había valido la pena hacerlo sino que el tiempo nos quedaría muy corto.
Ante todo, respeto y cordialidad
Hay algo que tiene un fuerte impacto desde el primer momento que uno pone el pie (en el pedal) en Filipinas, sobre todo para los que venimos de China y llevamos varios años viviendo allí, y es el enorme respeto y el cuidado en los modales de la gente hacia uno. No quiero causar malentendidos, los chinos son respetuosos pero sus modos son muy diferentes y hay que entender mucho a China y a los chinos para adaptarse a ellos. Aquí no nos llevó más que unos pocos metros pedaleados fuera del aeropuerto para chocarnos con el respeto y la cordialidad. Ni bien salimos a la calle, comenzamos a escuchar una y otra vez a la gente que nos veía pasar, saludar en tono alegre y amigable: “Hello Sir! Hello Madam!”. Es tanta la amabilidad y la deferencia con la que los filipinos se dirigen hacia uno que promueven una sensasción muy linda de ser bienvenidos desde el primer momento. A los pocos kilómetros de emprender nuestro camino, un empleado de seguridad apostado a un lado del camino, no sólo nos indicó con precisión el camino que debíamos seguir, sino que para cerciorarse de que lo encontráramos, se montó en su bicicleta, con los 30C que ya hacían a las 9am, y rodó con nosotros hasta dejarnos en el lugar correcto.
Nuestro camino comenzó en Clark, un aeropuerto pequeño secundario, que sirve a la ciudad de Angeles, a unos 100km al norte de Manila. Bajarse en el trópico tiene siempre un sabor especial, uno sale seco del avión, e inmediatamente la humedad tropical se pega al cuerpo para nunca más volver a desprenderse hasta el último día; el aire es denso y tórrido y generalmente hay un característico olor fuerte a plantas y tierra. Pero el trópico no sólo se siente en la humedad que impregna el cuerpo casi permanentemente sino también en el espíritu más relajado y alegre de su gente. En el trópico, signado por el calor permanente, el paso es más lento y la vida más pausada, y viniendo de la vida frenética en China, esto supone una feliz bajada de revoluciones.
De las múltiples opciones que teníamos para empezar a rodar por el país, por decisión de Julia, comenzamos por la ruta más dura. En una decisión muy valiente de comenzar a construir su fortaleza física y mental emprendiendo desde el primer día el camino que le resultaría el mayor desafío, salimos en rumbo norte a atravesar lo que se conoce como
La Cordillera
. Lo más curioso, es que cuando uno piensa en Filipinas, piensa en playas paradisíacas, cóctels, palmeras y todo tipo de placeres en el idilio, y no es una imagen tan errada, porque Filipinas es una de las meccas mundiales del buceo y la gran mayoría del turismo que llega al país busca la vida del resort y aguas cristalinas que poco se acercan a la aventura. Sin Embargo, el norte de la isla de Luzon alberga mucho más que una cultura de pececitos de colores y resorts de placeres terrenales sobre la arena blanca. La Cordillera, es un enorme macizo de montañas verdes exhuberantes, cañones estrepitosos, caminos de cornisas, laderas empinadas y sobre todo, un impresionante crisol de cultura tribal que la habita desde el inicio de los tiempos.
Cuesta arriba
La primera etapa saliendo del aeropuerto en camino a la ciudad de Baguio, puerta de entrada a la Cordillera, comenzó fácilmente. Al ser el comienzo, uno está con un fuerte entusiasmo tratando de absorberlo todo cual niño curioso. Es todo nuevo, es todo diferente y uno no quiere perderse de nada. A pesar de ser un camino casi completamente plano y perfectamente asfaltado el simbronazo vino con el calor y el tráfico. En el trópico el calor no perdona, te acompaña todo el día, y pasadas las 9.30 de la mañana comienza a volverse paulatinamente un problema, haciendo pico a las dos de la tarde y amainando pasadas las 4. El tráfico en la ruta es desordenado y caótico y el volúmen va acorde a la población. Filipinas es un país muy populoso, 97 millones de habitantes en un espacio muy reducido, y resultó claro desde el principio que no solían pasar trechos de más de 1 o 2 km en los que no hubiera gente. Las rutas filipinas son casi un perfecto continuo de asentamientos. Considerando el volúmen, el caos, el ruido, el desorden provocado por el tráfico, nos resultaba alucinante el hecho de que no nos tocaran constantemente la bocina debido a nuestro paso lento. Por momentos, teníamos filas de conductores atascados detrás nuestro por centenas de metros, esperando para pasarnos, y sin embargo, de no ser por nosotros que torcíamos la cabeza, no nos dábamos cuenta. En ningún momento osaban prepotearnos ni con bocinas ni gritos para sacarnos de su paso. A mí, viniendo de donde vengo, me resultaba casi de ciencia ficción y hasta me generaba un sentimiento de culpa, con lo cual solía tratar de tirarme al lado del camino para dejarlos pasar. Camiones, mini-vans, coches, motos, triciclos, buses y los simpáticos Jeepneys, inundan las rutas filipinas. El Jeepney es un invento filipino de colectivo público, a veces hasta casi caricaturesco, una suerte de camión antiguo con carrocería metálica y pintado glamorosamente para sobresalir entre los demás que carga el cuádruple de la gente que debería cargar. Ver la dedicación que sus dueños ponen en ellos me traía fuertes recuerdos de Pakistán y sus camioneros. Ambos enamorados con orgullo de sus vehículos.
Durante estos primeros días de adaptación y absorción, claramente detectamos dos elementos característicos de la Filipinas del día de hoy, ambos herencia de su pasado. Filipinas sufrió dos desgracias continuas, primero la colonia española, llevando allí toda la misma suerte de miserias que le tocaron a América. De ellos les quedó: una gran cantidad de asesinados y sometidos, muchísimas palabras españolas en su idioma (incluyendo casi todos los apellidos), bastante arquitectura colonial, y por supuesto, la implantación de la iglesia, convirtiendo a Filipinas en el único bastión del cristianismo en Asia. Como si no hubieran tenido poco con la primera, les llegó la segunda desgracia, la colonia estadounidense. De ellos les quedó: la cultura del Shopping Mall y la comida basura del Fast Food, ambos centro en torno al cual gira la mayoría de las vidas de los filipinos modernos; y también les quedó el inglés, idioma que casi todos hablan en el país y muchos en un nivel muy alto.
La cantidad de Shopping malls, fast foods e iglesias de todas las variantes imaginables del critiansimo, es abrumadora. Hay al menos una sucursal de cada uno ellos en cada pueblo. Un puñado de familias ultra-archi-poderosas controla casi la totalidad de la riqueza del país, que en su mayoría va de pobre a pobrísimo. Las dos familias más poderosas, ambas filipinas pero una de origen español y otra de origen chino, se disputan el poder construyendo un Shopping al lado del otro. El más común escenario urbano tripartito es: Iglesia+Mc Donald's+Shopping, el resto: pobreza.
Es realmente difícil de imaginar cómo puede funcionar tan prósperamente esta trilogía en un país donde el salario básico fuera de las dos grandes ciudades no pasa generalmente de 5 dólares diarios.
Por el lado de las iglesias, por sólo mencionar algunas, recuerdo: católica, evangelista, bautista, protestante, anglicana, luterana, adventista del 7mo día, mormona, testigos de Jehová, moonie, Opus Dei.... No amigos, no estoy listando todas las variantes del cristianismo de la historia, estoy literalmente mencionando sólo algunas de las que hemos visto diariamente por todo el país. Al preguntarle a los filipinos qué piensan de los 300 años de colonia española, todos parecen acordar en que fue mala y terrible, sin embargo todos agradecen que les hayan llevado la Fe cristiana. Los filipinos en general son MUY creyentes pero tienen toda la misma suerte de delices que en todos lados del mundo, alcoholismo, prostitución, drogas, corrupción, pederastia, incesto y muchas cosas más. Por otro lado, como sociedad religiosa que es, si hay algo que sobresale a mi parecer, es la tolerancia. No sé cuál será la estadística, pero la cantidad de travestis que hay en el país es apabullante, más que en ningún otro lado que haya estado y lo que es más maravilloso aún es que no se ve que sean discriminados. Ni travestis ni homosexuales se ven marginalizados en guetos sino que todos interactúan normalmente dentro de todos los grupos sociales. Una vez estuve charlando con un grupo de travestis y homosexuales e indagué sobre si tenían algún problema a la hora de ir a la iglesia y si eran discriminados en alguna forma, y todos me respondieron que no tenían inconveniente alguno, que los curas y sacerdotes los respetaban completamente como a todas las personas. Ojalá este alto nivel de tolerancia y respeto se traslade al resto del universo cristiano y demás religiones dogmáticas.
Los días fáciles de caminos planos se acabarían pronto. La entrada a La Cordillera comenzó a menos 50km antes de llegar a Baguio y fue un comienzo abrupto. De un paisaje completamente llano de extensas plantaciones de arroz y palmeras a nivel del mar se comienza a subir estrepitosamente, a curva y contracurva con fuertes pendientes, y al cabo de tan sólo 35km uno se elevó ya por encima de los 1000 metros y todo lo que circunda son montañas.
Las pendientes eran tan fuertes en las curvas que había que hacer fuerza al pisar el pedal. Para mí, ya entrenado, esto era normal, pero para Julia, aún en su comienzo, resultaba lógicamente un esfuerzo inconmensurable y debía bajarse constantemente a empujar. Los primeros dos días de paso muy lento y empinados ascensos, vinieron acompañados de fuertes lluvias aún siendo la temporada seca y nos obligaba a parar a cada rato cada pocos kilómetros. Todo cambió al pasar la ciudad de Baguio, una ciudad fea y populosa, al comenzar la ruta Halsema, una magnífica carretera que atraviesa toda La Cordillera de sur a norte. Lo que siguieron fueron centenas de kilómetros através de las más espectaculares terrazas de arroz que alguna vez haya visto. Las del sur de China ya me habían ciertamente impactado pero las de La Cordillera quitan el aliento, no sólo literalmente, debido a pedalear las fuertes pendientes, sino por la más absoluta perfección con la que las laderas fueron esculpidas a lo largo de los siglos para optimizar al máximo el espacio de cultivo del arroz. Desde las alturas del camino, la textura de las laderas parece la de un suave tejido de lana. Por momentos se forman mantos continuos, en otros intrincados anfiteatros moldeados por los haces de luz que se filtran entre las nubes. El escenario es sublime.
Las tribus Igorot (entre otras) que habitan esta región desde el origen de los tiempos aún sobreviven aquí, en tiempos en los que el cultivo de arroz en la altura ya no es rentable para el mercado de consumo masivo. Sus casitas de madera y chapa se adaptan a las laderas con la misma aparente facilidad que las terrazas que ellos cultivan todos los días. La gente de todas las edades camina por las terrazas descalza, subiendo y bajando por los estrechos bordes que configuran los muros de barro que contienen la terraza misma. A pesar del fuerte ejercicio que esto supone, se mueven con la agilidad y destreza con la que nosotros podemos tener subiendo una escalera común y corriente.
Los más viejitos tienen el cuerpo entero artesanalmente tatuado, los más jóvenes y niños ya han dejado la tradición tribal de sus ancestros atrás y se visten de modo contemporáneo con ropa barata y cursi importada de China. La sencillez, la amabilidad y la calidez humana de los Igorot nos maravilla y gracias a que muchos de ellos hablan inglés bastante bien, nos es posible comunicarnos fácilmente. En La Cordillera, el café de la región es lo que el agua es para el resto del mundo, todos los beben, es delicioso, barato y en la mayoría de los casos la gente local nos invita siempre con una taza.
Hospitalidad de Barangay
En tagalog (idioma oficial de Filipinas), Barangay significa algo así como comuna o municipio. Es la unidad más pequeña de estructura urbana y social. Un pueblo puede ser un barangay en sí mismo o un barrio dentro de un pueblo o ciudad también puede serlo. Cada Barangay tiene a su líder elegido por la gente, el “Capitán del Barangay”y siempre sin excepciones, es una persona muy amable y hospitalaria. El Barangay Hall, dependiendo del tamaño del Barangay, puede ser un edificio o una casita sencilla y es el lugar donde el Capitán se reúne con sus consejeros para discutir los temas que le conciernen a la comunidad que dirige. Al final de cada día, al llegar a un Barangay lo primero que hacemos es preguntar por el Capitán, a quién le contamos nuestra travesía, nuestro motivo de presencia allí y le pedimos un lugar dónde poder dormir. El Capitán siempre se asegurará de proveernos este lugar. Casi siempre nos permite pernoctar dentro del Barangay Hall, y muchas veces directamente nos invita a pasar la noche en su casa con su familia, donde nos invita a cenar y al otro día desayunar robustamente. De este modo, las veces que hemos pagado alojamiento en Filipinas fueron deliberadas y contadas con los dedos de una mano. No hay Barangay alguno en el que su gente, comenzando por su Capitán, no haya velado por nuestra integridad y seguridad, como así también nuestra comodidad. En Filipinas, la gente nunca pero nunca te abandona si necesitas algo. Quizás al principio no entienden muy bien qué necesitas o qué quieres, pero se quedan hasta que comprenden y encuentran la solución a tu necesidad. Es sencillamente increíble y una de las cosas más hermosas que tiene viajar por este país. En todos los Barangays en cada punto del país, hemos pasado nuestro tiempo y compartido nuestras vidas con la gente local, la cual siempre nos ha bienvenido con la más cálida hospitalidad.
A medida que nos adentrábamos en las partes más remotas de La Cordillera, los barangays se volvían cada vez más pequeños y la gente de las tribus, más amigable y curiosa. Ya habían quedado lejos atrás Sagada y Banaue, dos de los únicos puntos turísticos en los que se aglutina el 99% de los que visitan esta región, por lo tanto no nos resultaban nada interesantes. Al primero lo pasamos por necesidad un par de días, al otro lo ignoramos completamente. Ibamos en camino a la provincia de Kalinga buscando atravesar el parque nacional Balbalasang. Cada vez que comentábamos esto, la gente local nos miraba primero a nosotros, luego a nuestras bicicletas y concluían: es imposible! Es un camino destrozado, es peligroso, no hay gente, no hay transporte, no hay comida!; pero nuestras fuentes nos decían que era el camino más hermoso de Filipinas, era imposible resistir la tentación. Luego de la espectacular ruta de Halsema era difícil imaginar algo mejor, pero al salir de Lubuagan en camino a Balbalan el camino se volvió seriamente increíble!
Varios kilómetros antes de Balbalan había terminado la carretera de Halsema y con ella había muerto la comodidad del asfalto. El desvío, el cual estaba tan escondido que era fácil pasarlo de largo, era un estrecho camino de tierra y piedra efectivamente destrozado, con subidas y bajadas muy cansadoras donde se sentía al corazón golpear en el pecho como buscando salirse, pero las vistas eran cada vez más increíbles. El camino se retorcía una y otra vez bordeando cañones vertiginosos. Los ríos cristalinos rugían decenas de metros más abajo.
A un promedio de 1500 a 1800 metros de altura, la vegetación era una mezcla entre selva tropical y bosque de montaña. El clima en La Cordillera de momentos hace olvidar que uno se encuentra en el trópico, el calor durante el día es muy llevadero y las noches son frescas y traen cielos atiborrados de estrellas. En la primera mitad desde Balbalan a Balbalasang había pequeñas tribus y asentamientos. A ellas, su gente llega luego de muchas horas de viaje en un jeepney semanal hecho trizas y cargado hasta lo inimaginable.
Después del último pueblo no hubo absolutamente nadie por muchos kilómetros y nos llevó varios días completar los mismos. El camino era muy duro y se volvía cada vez peor, alcanzando su peor punto en el ascenso de 9km al paso que divide la provincia de Kalinga con Abbra. Comenzamos como pudimos, yo pedaleando y Julia empujando, pero era un río de piedras y cascotes con una pendiente feroz, y teníamos para todo un día entero de empujar. Después de algunos kilómetros de miseria, un jeepney que se caía a pedazos, llevando leñadores a buscar agua, nos vió a duras penas subir por el maldito pedregal, el conductor nos dijo que no iba mucho más lejos a dejar a los leñadores y siguió, y nosotros también, pero luego de un poco más de miseria, su conductor, Mario, volvió en busca de nosotros y nos subió 5km dejándonos a tan sólo 3km de la cima. Eternamente agradecidos, nos despedimos de Mario y cruzamos a la provincia de Abbra. Luego de alcanzar la cima pasaron
más kilómetros hasta comenzar el espectacular descenso de 45km. El camino aún era una porquería, apenas había gente, pero ya íbamos en bajada. El verdor del bosque y la selva iban paulatinamente desapareciendo a medida que descendíamos por los valles de Abbra. La tierra se volvía árida y anaranjada y las vistas no menos impresionantes.
Con la salida de La Cordillera y su clima más ameno, el calor volvió a cernirse sobre nosotros y fue un golpe duro. Sudor constante, humedad, sol insoportable. Ya estábamos al nivel del mar y en camino a Vigan, en la costa oeste de Luzon, desde donde bajaríamos hacia Manila. Continuamos ya por valles fértiles y al estar del lado oeste de La Cordillera los atardeceres se volvían cada vez más hermosos
Otra característica particular del trópico es el equilibro más parejo entre las horas de luz y la noche, amanece y atardece temprano, hay casi tantas horas de luz como de oscuridad y a menos que uno se levante muy temprano, los días se hacen muy cortos. El día que debíamos llegar a Vigan el calor nos hizo parar más veces de lo normal y quedamos afortunadamente varados a 18km de la ciudad en el pequeño Barangay de Santa. Allí, conocimos a Orlando Marino, un italiano de 60 años dueño de una carnicería, cuyo pueblo de origen es el mismo de mi bisabuelo italiano que emigró a Argentina el siglo pasado. Orlando casi un tío lejano para mí, llevaba ya 6 años viviendo en Filipinas y había montado su carnicería y su piara en Santa. Nos recibió como a su propia familia en su casa y allí pasamos varios días descansando antes de emprender nuestro camino a Manila.
De allí pudimos visitar finalmente Vigan, un lugar que si uno no supiera que está en Asia pasaría como un pueblo más de la América colonial. Caminar por las calles del casco antiguo de Vigan es como retroceder 400 años, su arquitectura colonial se mantiene en muy buen estado, me traía felizmente, fuertes recuerdos a Cartagena. Pero saliendo del mismo, Vigan no es más que una ciudad filipina fea más.
Por el contrario, Santa es un pueblito muy tranquilo al borde del mar, donde los pescadores se montan en sus botecitos al final del día para pescar bajo los más increíbles atardeceres. Sus siluetas se recortan con la luz del sol al final del día y con la caída de la noche pueblan el mar de lucecitas en plena oscuridad. Allí se quedarán hasta las primeras horas de la noche y luego correran por la calle principal del pueblo arrastrando sus baldes cargados de pescaditos, anunciando a los gritos lo que tenían para ofrecer.
Fue desde Santa que rehaciamente inciamos nuestra bajada a Manila, la horripilante capital del país.