Ernestine y los exorcistas

GOPR6515.MP4.20_40_35_22.Still002.jpg

La salida de Batouri es especial. No siento el pie derecho, no siento la mitad derecha de mi cráneo, mis tobillos comienzan a perder forma a medida que las heridas se infectan más, he perdido al menos 9kg en los últimos tres meses y siento como poco a poco me voy desarmando. Soy como un coche viejo al que se le van cayendo su partes mientras intenta seguir andando, pero aún así, nada logra detenerme porque mi motor sigue en marcha.

 Con mis modestas energías emprendo con optimismo el camino a Bertoua donde comienza el asfalto, y dado que no estoy en condiciones de derrocharlas, decido tomar un atajo para ahorrarme 40 km de distancia. Sin embargo, como suele ocurrir con los atajos africanos, el ahorro de aquellos 40 km significaría el derroche del 40% más de energía que en el camino normal. Cuando cae la noche, luego de batallar durante horas en el malévolo atajo de 90 km de polvo y cráteres, llego rodando a Bertoua con la suavidad de una pelota de trapo, listo para colapsar en el primer convento que encuentro. Lamentablemente, hoy no hay Carmelita Descalza que pueda resucitarme pero mañana será otro día, y de verdad que lo es. 

Cuando salgo de Bertoua temprano por la mañana, quedo conmovido de la emoción cuando comienzo a rodar por el asfalto suave como la seda, luego de los miles de kilómetros infernales de los últimos meses. Por 5 días consecutivos me deslizo por la ruta con la agilidad y ligereza de un patinador sobre hielo aunque me encuentre en pleno trópico. Sigo rodeado de una exuberante vegetación que perfuma mis días y enmarca la perspectiva de mi camino como la de un túnel viviente que me lleva hasta las mismísimas puertas de la capital. Durante los días, los fuertes chaparrones tropicales llegan como un elixir todas las tardes para mitigar el calor. De ellos bebo y en ellos me baño mientras sigo pedaleando, porque ni un pie mocho ni medio cráneo ausente me detienen ahora.

No tengo ningun interés especial en llegar a las capitales africanas de noche pero en algunas oportunidades excepcionales no puedo evitarlo. Para ser sincero, nunca me he sentido inseguro pero algunas de ellas no gozan de la mejor reputación y eso inevitablemente me pone en estado de vigilancia. La lluvia torrencial me forzó a ir más lento durante la última tarde y eso demoró mi llegada a Yaoundé hasta entrada la noche. No sé si son los nervios de hierro que tengo, o mi enorme habilidad para no ser paranoico cuando menos lo necesito, o bien es mi capacidad para jugar ingenuamente a creer que no me va a pasar nada, pero entrar de noche a esta ciudad en bicicleta no es tarea para pusilánimes.

Habiendo pasado 5 días en la ruta sin mayores subidas y bajadas, las empinadas colinas de Yaoundé me toman por total sopresa. Demás está decir que no me resulta agradable estar pedaleando de noche cuesta arriba, exhausto, a paso de peatón, y ser el único hombre blanco (con todos los prejuicios locales que eso conlleva) en esta ciudad que es mayormente una gran aglutinación de barrios bajos, sin luces, calles destrozadas y demasiada gente de miradas sospechosas dando vueltas. Espero poder llegar sano y salvo al encuentro con Ernestine, quien será mi anfitriona durante mi estadía aquí, pero debido a mi demora me pide gentilmente por teléfono cambiar nuestro lugar de encuentro ya que es su hora de ir a la iglesia. Le digo que no hay problema, que vaya a la iglesia, que comience a rezarle a su dios por mí, y que si todo sale bien, cuando llego la llamo. 

Media hora más tarde, luego de abrirme paso temerosamente por esta encrucijada caótica de ciudad, llego a las puertas de la supuesta iglesia. Ernestine, una simpática mujer camerunense de talla grande y vozarrón penetrante, se presenta rápidamente y me invita a entrar a la iglesia con ella donde la ceremonia continúa. La iglesia no tiene naves, ni bóvedas, ni rosetones. Tampoco tiene hombres sangrando colgando de cruces ni arrastrándolas. Esto no es más que un precario salón color verde agua, colmado de gente escuchando a un histriónico "pastor" quien parado sobre un escenario improvisado y rodeado de una comitiva de acólitos serviles, grita su propia versión de las palabras de algún Dios.

 De la mano de Ernestine, avanzo entre un público tan sumido en la ceremonia que paso casi totalmente desapercibido. Así llegamos hasta el frente, a la segunda hilera de sillas desde donde junto a ella, presencio uno de los escenarios más intensos e irracionales de fe humana que he experimentado en mi vida. Casi a la par del brutal episodio que presencié en el Congo meses atrás.

El pastor, de voz estridente, gruesa e incisiva, camina exaltado de lado a lado del escenario prendido al micrófono. Predica alternando entre el inglés y el francés mientras que uno de sus vasallos traduce al francés inmediatamente después. Sí, efectivamente, traduce del inglés pero también repite en francés lo mismo que el pastor acaba de decir en ese mismísimo idioma. El clima entre el público es de tensión. Su voz, amplificada hasta la distorsión por los altavoces baratos puestos a máximo volúmen, se eleva hasta hacer doler los tímpanos. Habla de ángeles, del fuego, del demonio, del Padre. Invita a los feligreses a pararse y tomarse de la mano. Invoca a los ángeles y al Señor, que vendrán a derrotar a los demonios que nos infectan de HIV, que nos tienen sin dinero, sin trabajo, que se llevan la vida de nuestros hijos y rompen nuestras relaciones. Ellos vendrán a sanarnos también.

En la muchedumbre sigue obedientemente lo que les dice el pastor.  El trance es absoluto y cada tanto, se producen brotes de histeria generalizada, cuando algunas mujeres, con sus brazos elevados en el aire y los ojos cerrados, comienzan a temblar y sacudirse. Seguido de ello, gritan histéricamente hasta caer en el piso en un estado casi epiléptico donde se siguen sacudiendo con los ojos dados vueltas y escupiendo saliva descontraladamente por su boca. Los ayudantes del pastor acuden rápidamente a socorrer a las mujeres a quienes toman de los brazos y arrastran por el piso hasta la base del escenario, donde las dejan allí mientras se siguen sacudiendo. El pastor se acerca y arenga a la multitud para juntos quitarles al demonio.

Lo que estoy presenciando me resulta tan espeluznante que creo que soy yo el que va a empezar a sacudirse y echar espuma por la boca ante semejante escenario. Con discreción oculto mi GoPro en la palma de la mano y trato de filmar pero temo muchísimo que los gigantes guardaespaldas del pastor, sentados a unos pocos metros detrás del mismo, me vean. Pongo tanta concentración en ello que me olvido de Ernestine hasta que de repente, comienza a gritar a los alaridos y a girar descontroladamente con sus brazos abiertos. En sus giros compulsivos y estado de histeria, me lleva puesto a mí, a 3 personas más y a 7 sillas a nuestro alrededor. Tumba todo lo que encuentra. Su embestida me hace desestabilizar y tropezar hasta caer en los brazos de la gente que estaba a mi lado, quienes contienen mi caida. Cuando se arma el espacio suficiente a su alrededor, ella cae también como un mosquito junto a las otras.

Mientras la ceremonia continúa y mi anfitriona yace ahora en el piso, poseida por algún demonio (o por algún perro rabioso), balbuceando incoherencias y echando espuma por la boca, no puedo evitar inquietarme un poquito ante semejante situación. - ¿Con quién demonios te vas a quedar Nicolás!? - Me digo a mí mismo mientras intento mantener mi compostura.  Pero no hay mucho que pueda hacer, más que esperar que el pastor la exorcise hasta devolverla a la normalidad, porque en plena noche de Yaoundé no pienso salir a la calle a pedalear sin rumbo. Prefiero dormir en la casa de la Linda Blair africana poseída antes que arriesgarme a seguir transitando esta ciudad en plena oscuridad.

Finalmente el pastor los sana a todos, y Ernestine vuelve a ser la misma persona adorable que me había conocido una hora atrás.  La ceremonia concluye y estamos listos para irnos a casa. A la salida, no puedo evitar entristecerme al ver cómo tanta gente evidentemente muy humilde deja probablemente todo lo que ha ganado en un día o más, en las manos de estos auto-proclamados hombres de dios.

Ernestine me dice que estamos cerca de su casa, pero  no entiende realmente las vicisitudes de andar en una bicicleta cargada. Ella sube en un taxi moto y yo los sigo hacia su casa, que queda en el corazón de uno de los más inmensos barrios bajos en los que he estado y donde jamás se me ocurriría entrar de otra manera más que de la mano de alguien local. No es un camino fácil, y seguirles el ritmo me es muy difícil. No veo nada, no hay alumbrado, estoy exhausto, y las calles de barro y cráteres están completamente inundadas de lodo líquido. La condición está a la par de los peores caminos de la mismísima jungla que vengo de atravesar en los últimos meses. Para cuando llegamos a su casa, 20 minutos más tarde, no sé sinceramente como lo he logrado.

 Durante los 5 días que paso en el quartier (barrio bajo) en la casa de Ernestine, ella me cuida como a un hermano. Yo compro la comida para los dos y ella con todo el amor del mundo la cocina. Ernestine, quien tiene 38 años como yo y está sola, por momentos parece perder un poco la coherencia durante la conversación. Su vida ha sido signada por la tragedia de perder a su única hija a la edad de 8 años edad producto de la anemia falciforme. Nunca se ha recuperado desde entonces y el peso de su dolor se refleja en la tristeza que subyace en su rostro. Por eso disfruto mucho de hacerle compañía y conversar con ella durante el día porque me doy cuenta que le hace muy bien.

NIC_0107.jpg

Yo por mi parte aprovecho mi estadía para descansar lo más posible intentando contener mis infecciones manteniéndolas limpias, esterilizadas y vendadas. Me afeito todo el pelo y la barba y la transformación es tan grande que apenas puedo reconocerme. Me asusta sobremanera la cantidad de peso que he perdido en estos meses. Soy piel y huesos ahora.

Duermo no menos de 11 a 12 horas todos los días en el tumultoso cuarto de Ernestine, quien lo cedió para que yo durmiera mejor. La mitad derecha de mi cráneo sigue enteramente entumecida e insensible, pero en mis excursiones diarias por esta horripilante ciudad me tomo el tiempo para usar internet e investigar y consultar a mis contactos. Aparentemente, las contracturas tan fuertes que experimenté durante aquella noche infernal de sobredosis, me causaron un pinzamiento en las cervicales que comprimió los nervios que controlan la sensibilidad de aquella parte del cuero cabelludo. En teoría, sólo será cuestión de tiempo hasta que la recupere. Sólo me queda esperar y (suplicar) que el tiempo confirme aquel diagnóstico en vez de algo peor. Entre tanto, me mantengo ocupado tomándome dos días enteros para desarmar completamente la bicicleta, reemplazar partes rotas, limpiarla y ponerla a punto nuevamente.

Paralelamente, utilizo tres días para sortear el engorroso trámite de obtener la visa nigeriana. Me lleva visitas diarias a la embajada, a veces mañana y tarde, para enfrentar al duro personal, que se obstina en ponerme una traba tras otra para no emitirme el visado. Tanto que comienzo a pensar en volver a la iglesia con Ernestine para pedirle guía consular al Pastor, quien por cierto, es nigeriano. Pero finalmente no fue necesario, y el día antes de partir, salgo de allí sonriendo con el visado en mi pasaporte del país más temido de todo Africa por los mismos africanos.

Me voy de Yaoundé con la bicicleta afinada como un violín listo para tocar un concierto de Bach. Por otra parte, a pesar del intenso cuidado, mis piernas no sanan. He recuperado la sensibilidad completa en el pie derecho pero la herida ha degenerado en una infección tan potente y dolorosa que bien preferiría no haber recuperado la sensibilidad. Tampoco ha despertado la mitad derecha de mi cráneo que sigue entumecida a pesar de tantas horas de descanso. Quizás son los demonios que me tienen poseído. Quizás debo ser exorcisado por el Pastor y dejar todo mi presupuesto de viaje en hacerlo, pero me voy a arriesgar a seguir camino encargándome yo mismo de mis propios demonios. Me queda no menos de una semana muy dura por delante a través de las montañas centrales de Camerún para llegar hasta la frontera nigerena pero estoy listo para salir. Aleluya!