Cuando volví a cruzar la frontera para entrar de vuelta en Sudáfrica, todo el verde brillante que me había acompañado desde Kwazulu Natal y a través de Lesotho, se había transformado completamente en amarillo. Las montañas dejaron de estar alrededor mío envolviéndome, para pasar a estar siempre en el horizonte lejano de un paisaje vasto y mayormente plano. El cambio visual y geográfico una vez que bajé de las altas cumbres fue radical, había entrado en el Gran Karoo y ahora me quedaban unos infinitos 1300 km hasta llegar al final de esta primera mitad de Africa.
Músculos inflamados y corazón encogido
1300 km en bicicleta, por rutas prolijamente asfaltadas, con acceso frecuente a agua y buenos alimentos, pueden parecer pocos luego de ya haber pasado el umbral de los 30.000 km ( 60.000 acumulados) experimentando todos los tipos posibles de caminos diabólicos y escasez de recursos. Pero así como se construye fuerza física y mental a lo largo del tiempo, hay períodos en los que también se suma agotamiento, y así fue cómo retorné a Sudáfrica: agotado, física y mentalmente. El dolor de cuadriceps de tanto esfuerzo que había hecho en las pendientes brutales de Lesotho continuaba, tenía los músculos permanentemente inflamados todo el día, por lo que pedalear se me hacía increíblemente duro incluso en caminos planos. Aún así, lo que había ganado en facilidad con la planicie, lo había perdido con los fuertes vientos del Karoo, muchas veces en contra. Como si con el cuerpo ya no tuviera suficiente, el primer día que me reconecté con el mundo por internet, leí un e-mail que no quería leer y quedé con el corazón encogido. Me dolía todo, absolutamente todo, estaba roto por fuera y por dentro pero debía seguir adelante, porque si hasta acá había llegado, no me podía dejar caer ahora. Pensaba en: "No te des por vencido ni aún vencido" una frase que me recordó mi madre del poeta argentino Almafuerte.
El Karoo es un lugar definitivamente especial, por momentos me trae a la cabeza bellas imágenes de la Patagonia, por sus grandes extensiones sin nada, su aridez, sus vientos; pero a su vez, son esas mismas características las que lo vuelven tan áspero y hasta cierto punto inhóspito. De todos modos, lo que más me cuesta enfrentar en sus rutas, no son ni los vientos ni la aridez, sino la monotonía y la sensación de soledad, de la cual tradicionalmente disfruto mucho, pero en este punto en particular, mi estado emocional me lleva a sentirla profundamente. No me pasa nadie por horas y no hay ningún lugar dónde parar a conversar con alguien y distraerme, en una ruta donde me puedo pasar hasta más de una hora en una línea tan perfectamente recta que parece como si hubiera sido trazada con una regla.
Como contrapartida, la presencia de los boer (pronunciado: buuure, significa "granjero" en afrikaans) es el mayor regalo que puedo recibir al final del día en estas interminables jornadas. Los boer son los granjeros sudafricanos descendientes de los primeros colonos holandeses que llegaron al país en el siglo XVIII; son gente fuerte, robusta, de campo, han enfrentado sangrientas guerras contra los británicos, sobrevivido y aún hoy trabajan las tierras de gran parte de Sudáfrica. Pero no son estas características solamente las que me acercan a ellos, sino su característica más sobresaliente, aquella que me hizo llenar el corazón de mariposas una y otra noche día tras día: los boer están entre las personas más hospitalarias que he encontrado en el mundo. Todas las tardes cuando me acerco a una hacienda y pido lugar para acampar, me dicen que sí, pero responden que para qué acampar si en su casa tienen un cuarto para mí. No sólo las estancias son construcciones coloniales fabulosas, algunas de hasta dos siglos atrás, con magníficas vistas al campo, sino que las habitaciones las tienen preparadas para invitados, con sábanas limpias, toallas y siempre con su baño privado. Seguido de eso viene el agasajo constante con comida y la reafirmación permanente de que yo en su casa estoy en mi casa y me puedo quedar con ellos.
Los boer no sólo son simplemente hospitalarios, también son muy curiosos porque no viajan mucho y aún hoy a pesar de la TV satelital e internet, siguen viviendo solitariamente en sus haciendas alejadas de todo. Les fascina escuchar mis historias, preguntarme cosas y también contarme sobre su vida, su tradición, sobre la historia de Sudáfrica, el pasado del apartheid, la política actual. Los hombres me agasajan con braai (asado sudafricano) en las noches, asando boerwors (chorizo)caseros preparados con carne de caza, y las mujeres me despiden todas las mañanas con la vianda lista para que tenga almuerzo en el camino y no tenga hambre, tal como si fueran mis madres. Una historia que se repite día tras día, en cada casa me enamoro de esta gente que me recibe como a un hijo, un hermano. Angelique y Christo me recibieron 4 días en su magnífica estancia, me vieron tan cansado y triste cuando llegue que no querían que me fuera. Christo insistía en que no pidiera nada, que directamente tome todo lo que quisiera de su casa, porque estaba en mi casa, y esta es una de tantas familias que me han recibido así en todo Sudáfrica.
Luego del Gran Karoo entro en el Pequeño Karoo, las grandes extensiones desoladas desaparecen y atravieso el hermoso valle de la Ruta 62 pasando por la famosa región vitivinícola del país, donde todo lo que veo a mi alrededor son montañas y viñedos, estancias y gente. No dejan de sorprenderme las similitudes con los paisajes de Argentina, ahora con los de Mendoza y Neuquén, pero pensándolo bien, teniendo en cuenta que ambos países están a latitudes semejantes no debería ser ninguna sorpresa. Por allí pensaba continuar directamente hasta Ciudad del Cabo, pero en Barrydale, en una parada de descanso, una pareja de sudafricanos encantadores me recomendaron un camino aún mucho más atractivo, el cual de paso incluía una invitación a su casa frente al mar. La hospitalidad sudafricana no se acababa en el Karoo con los boer, continúa con todos los sudafricanos.
La transición desde el Pequeño Karoo hacia la costa es sencillamente hermosa, pasando entre viñedos y montañas a medida que atravieso el macizo que separa al Karoo de la costa. En tan sólo un pocos kilómetros se transforma el paisaje una vez más y el clima también. Son estas mismas montañas las que preservan el microclima que existe en el Karoo, aquel que permite la existencia de viñedos estando geográficamente tan cerca del océano. De un lado el clima es seco, del otro el clima es húmedo, y en la transición, en la cima de las montañas las nubes quedan atrapadas casi permanentemente.
Realidad o ficción
A lo largo de los años de viajar por el mundo me han pasado muchas cosas curiosas en el camino, más de las que puedo recordar, pero nunca algo que me haya dejado eclipsado al punto de pensar si lo que me estaba pasando estaba realmente ocurriendo o no.
Avanzaba por la ruta N2, la cual tuve que abordar por tan sólo 30 km para encontrar el camino hacia la costa, cuando el día estaba llegando a su fin y el color dorado del sol hacía resaltar las ondulaciones del terreno. En ese momento vi un vehículo detenido al costado del camino, y cada vez que esto ocurre en Sudáfrica me pongo contento porque siempre es alguien que para para ayudarte de alguna u otra forma u ofrecerte algo para comer y charlar un rato. A medida que me acercaba la figura de una persona se revelaba más claramente. Era una chica joven parada junto al coche mirando al horizonte, sus cabellos rubios danzando con la brisa, una figura espléndida vistiendo un vestido negro ajustado y descalza como buena sudafricana. Cuando llegué me hizo señas para que me detenga y mantuvimos la siguiente conversación (lo juro!) :
- Hola - me dice con vos dubitativa
- Hola - le respondo con una sonrisa
- Pensaba que eras un amigo que también viene viajando en bicicleta por Africa, pero no eres él - dice con un dejo de confusión
- Ah mira! qué casualidad, porque yo también vengo viajando por Africa y estoy por terminar de cruzar la primera mitad del continente.
- ¿Vas a Ciudad del Cabo?
- Sí ! - sonrío
- ¿estás cansado? ¿quieres algo de beber? - me dice con una mirada muy especial, muy tranquila y dulce
- No estaría mal ! ¿tienes algo?
- Sí, espera - abre el coche y me trae una bebida abierta
Mientras bebo, continuamos hablando un poco de todo y del camino que hice y me falta por hacer. Me llama mucho la atención la suavidad de su voz y la suerte de dulzura con la que me habla cuando brillan sus ojos.
- ¿Pasarás por Hermanus?
- Sí, por esa ruta voy
- ¿ y dónde dormirás esta noche?
- La verdad es que no lo sé, cuando cae la noche siempre pido lugar para acampar en alguna hacienda.
- ¿Quieres venir conmigo a dormir a mi casa? - me mira a los ojos serenamente manteniendo la mirada
- estem....no sé si entendí. ¿ir contigo a tu casa a dormir o dormir contigo en tu casa? - le respondo sonriendo pero manifestando duda sobre su pregunta (la conversación era en inglés, es difícil traducir la forma de preguntar)
No obtengo una respuesta, sino una sonrisa cómplice que se escapa y responde por sí misma....
Debo confesar que me costó disimular los nervios y no tartamudear una respuesta ante semejante situación. Ahí me encuentro, en medio de la ruta, con mis barbas de 3 meses, sudado, a dos días de llegar a mi meta, ante esta chica excepcionalmente hermosa que no sólo me ofrece un lugar para dormir, sino que me invita a pasar una noche con ella y quizás más. Empiezo a pensar que la hospitalidad sudafricana no tiene límites. Y aquí viene mi respuesta, aquella que brotó naturalmente sin pensarla.
- ¿Sabes?.....en otro momento de mi vida, no hubiera dudado ni una milésima de segundo en responderte... es más, probablemente no hubieras llegado a tener que preguntármelo, pero me encuentras en un momento con el corazón enfermo, esclavo de otra persona, que ciertamente ya no se lo merece, pero la verdad es que me siento así, y si fuera hoy a tu casa, estaría aún buscando a esa otra persona y eso no haría más que lastimarme a mí mismo aún más. - y nos quedamos en silencio mirándonos unos segundos
- Entiendo - Responde, y me sonríe dulcemente, me da un beso suave en la mejilla, cerca de los labios arriba de la barba junto a la nariz, me abraza con afecto y se va. No supe su nombre, no supe su teléfono, ni su e-mail, no supe nada más.
Amigos, el camino da sorpresas pero nunca hubiera imaginado que me caiga una así, no sólo por la situación, sino porque me he sorprendido a mí mismo por la respuesta. Algunos de uds. los que me conocen y los que no, estarán pensando, "pelotuuuuudooo pelotudoooo
¿que cómo?
¿ por qué no te la co.....? imbécil!!! imbécil!! " . Pero otros sé que estarán orgullosos de mí, y en este punto, yo lo estoy también, respeté lo que sentía y actué acorde. Será que me estoy poniendo viejo jajaja....no lo sé, pero sí sé que hasta el día de hoy no me he arrepentido.
La recta final
Al día siguiente no dejé de pensar una y otra vez en lo que me había pasado,
¿habría sido realidad, habría sido un sueño, un simple delirio?. Lo cierto es que ese evento, me devolvió un poco de alegría y me dió las fuerzas necesarias para combatir el cansancio acumulado y la tristeza para seguir adelante y llegar a aquella ciudad que me estaba esperando en el fin del continente. Así continué
atravesando más y más campos ondulados
el día en el que finalmente llegué a la costa, cerca del punto donde el océano indico se mezcla con el océano atlántico.
El color intenso del océano me deslumbra cuando lo veo por primera vez, la recomendación de Nols para que desvíe por este camino había sido efectivamente excepcional, llenó de grandeza y belleza inconmensurable a estos últimos 200 km hacia mi destino. Pero no llegaría sin antes hacer mi última parada en su casa como había lo había prometido. Nols y Ronel me recibieron en Kleinmond como si fuera su sobrino y decidí pasar dos días excepcionales con ellos antes de iniciar el día final. Hice bien porque de no haberme quedado, el día que hubiera sido el último, sería nublado.
Sin embargo, el día en que parto estaba espléndido, de esos que son tan hermosos que es difícil de creerlo. Desde que salgo a las 8 am siento que hoy el universo está a mi favor. El día me sonríe, el camino no es hermoso, es inimaginablemente hermoso. No hay viento en contra, está radiante, avanzo por la magnifica "ruta de las ballenas", un camino serpenteante de cornisa que cae a un océano de color azul tan profundo que me cautiva, cuando las primeras vistas de la "montaña mesa" (Table Mountain) de Ciudad del Cabo aparecen a lo lejos. No pretendo correr en este momento tan pero tan especial y me detengo en Kogel Bay a quedarme atónito ante los colores, comer algo y absorber cada momento de este día.
En los últimos kilómetros de costa, todas las emociones se ciernen sobre mí, todas juntas, es una explosión que difícilmente me cuesta contener y ciertamente es imposible describir. Imágenes, imágenes de más de dos años en la ruta desde que partí de China me vienen una tras otra a la cabeza a medida que avanzo junto al mar. Emociones, emociones muy fuertes, recuerdos de momentos que jamás olvidaré. Los recuerdos de 26 países y casi 34.000 km, todos juntos en un mismo momento, es un cóctel explosivo. Siento electricidad en el cuerpo, cosquillas, escozor, es como estar teniendo miles y miles de orgasmos al mismo tiempo pero que no se terminan en segundos sino que recorren todo el cuerpo haciéndolo desbordar de placer permanentemente. Sé lo que es, es adrenalina, son las endorfinas histéricas, desquiciadas fluyendo por mi cuerpo, es una sensación que no tienen comparación alguna.
Miro los carteles al pasar, dicen Cape Town (Ciudad del Cabo), contengo las lágrimas, me cuesta, son lágrimas de alegría, de realización, me desbordan. Desvío en Muizenberg al sur de la ciudad, es mundo urbano ya, el tráfico aumenta, la gente por todas partes, miro todo a mi alrededor, y estoy seguro que aquel que me ve sonreirle al aire no entiende, ni tiene la más remota idea de lo que me está pasando por dentro. Mis piernas dejaron de estar cansadas como por arte de magia, tengo el cuerpo lleno de energía, tengo una fuerza que brota inesperadamente, piso los pedales con el poder con el que podría mover a un tractor y llego a Ciudad del Cabo...... estoy en Ciudad del Cabo la puta madre que lo parió !!!
La alegría agridulce de la llegada
Ha pasado mucho tiempo desde que salí de mi casa en China, 2 años y 4 meses, y si bien este es tan sólo un final parcial, porque aún me queda la otra mitad de África por delante, siento la enorme felicidad de haber conquistado la primera mitad de este hermoso aunque complejo continente. Han pasado 26 países (16 en África) y casi 34.000 km de aventuras, con mayores o menores grados de dificultad pero que siempre, al final del día, me han dejado ese hermoso sabor del aprendizaje diario que uno sólo puede obtener viajando por el mundo, aprendiendo de él desde su tierra y su gente. Me queda mucho aún por aprender de África, y recién ahora, habiendo cruzado la mitad, siento que estoy de a poco comenzando a entender más a la esencia de este difícil continente.
Han pasado innumerables desafíos, el frío, el calor, el viento, el barro, la arena, la tierra, las piedras, la montaña, el desierto, la selva, la estepa, las fieras, los bichos, los etíopes; y cada uno de ellos los he pasado con tanto estoicismo como tozudez. Cada paso me ha vuelto más fuerte y cada paso me ha brindado una nueva manera de sentir la vida y ver el mundo, pasos por los cuales he elegido la vida de viajar por este planeta en busca de enseñanzas que no brinda ninguna universidad del mundo, ningún libro, ni ningún Maestro espiritual.
Pero de todos los desafíos de estos últimos 34.000 km, ciertamente el más difícil de todos fue lograr levantarme de las cenizas y seguir adelante habiendo visto morir en el camino a un sueño que originalmente
creía compartido, algo a lo que aposté por primera vez en mi vida y perdí; es que será mala suerte de principiante quizás, aunque se supone que los principiantes deben tener suerte. Una zanja se abrió en mi corazón el 20 de diciembre de 2014, una zanja que me arrojó al fondo de un abismo de profundo dolor. Supe que desde ese día tendría que librar una batalla por salir adelante que ni todos los elementos que he enfrentado a lo largo de estos miles de kilómetros me ha dado antes. Librar la batalla de la mente atascada en las ilusiones de la permanencia y el apego para reencontrarse con la naturaleza impermanente de la vida, eso es lo que me queda por delante junto a la costa oeste de Africa en mi camino hacia Europa.
Ahora me toca dejar mi bicicleta descansando un tiempo en Ciudad del Cabo, y cruzar el atlántico volando para recargar mis baterías y mis fortalezas emocionales junto a mis seres más queridos en Buenos Aires, aquella ciudad que me vió nacer y crecer. En la gloria agridulce de esta pequeña meta alcanzada, es momento de descansar, es momento de afecto, es momento de engordar, es momento de introspección, es momento de comenzar a sanar y es momento de dormir.