Liberación. Con el GPS en mano determiné el punto exacto en el cual arrodillarme justo detrás de la línea fronteriza. Aquí estoy en Kenia, desbordado de felicidad y enviando a toda Etiopía mi más cálida señal de despedida
He pensado más de una docena de posibles títulos para hacer este texto de cierre sobre Etiopía. Entre todas las aberraciones posibles que me vinieron a la mente, el más ligero y que considero el original es: "Vete a la mierda Etiopía". Sin embargo, he dejado sabiamente pasar 6 meses para escribir sobre este país con el fin de poder evitar que sean mis instintos más bajos y mis pensamientos más oscuros los que dictaran las palabras que hoy escribo. Por eso he decidido ir por la versión más moderada de título: "Nunca más Etiopía" y muy moderadas también han sido las palabras más duras que he escrito en todos los textos que precedieron a este.
52 días fue lo que ha durado este largo suplicio que se ha repartido entre momentos de intensa grandeza, donde la fascinación ha exaltado mis sentidos como pocas veces antes, y momentos de la más profunda miseria donde mi habilidad espiritual para poder desarrollar compasión se ha visto vencida repetidas veces por la maldad impune de este pueblo, dejándome hundido en los más viles sentimientos de odio. Viajar en bicicleta por Etiopía es esencialmente eso, es el desafío de sumirse en un estado de permanente contradicción, una dicotomía abrumadora a la que uno no puede escapar.
Etiopía es en su lado más brillante uno de los países más deslumbrantes que he visitado en este mundo. Por un lado, la majestuosidad de sus paisajes deja sin aliento, desde el dramatismo de la intrincada geografía de las altas tierras del norte, hasta los paisajes desérticos del sur, detrás de cada curva, el país revela una belleza que lo vuelve efectivamente único. Por otro lado, el legado cultural es simplemente impresionante. Para quienes gozamos de experiencias culturales fuera de lo común, donde se preservan aspectos históricos que aún perviven sin haber sido doblegados por el inminente paso de la globalización, Etiopía, en todos sus aspectos positivos, ofrece una riqueza que prácticamente no tiene paralelo alguno, tanto dentro del continente africano como en el mundo entero.
Ahora bien, en su lado más oscuro, tan vivo y quizás mucho más poderoso que su lado brillante, la experiencia etíope tampoco tiene paralelo alguno. Los etíopes, al menos la inmensa mayoría que se ha cruzado en nuestro largo camino, resultaron ser gente horrible, de la más despreciable que he tenido la desgracia de conocer. Llegando desde Sudán, el salto de la hospitalidad a la hostilidad es tan radical como el de tirarse a un abismo. De una despedida afectuosa de sonrisas y una mano en el corazón, hemos pasado a una bienvenida con piedrazos y risas burlonas. Los etíopes han tenido la enorme habilidad de doblegar mi paciencia, mi tolerancia y mi afecto por la gente del mundo, el mismísimo motivo por el cual amo viajar! En este país hemos tenido que procurar una y otra vez huir de la gente para encontrar paz en el encierro entre las cuatro paredes de alguna pensión mugrienta, porque fuera de ellas la experiencia llega a límites insoportables que por momentos parecen conducirme a la locura.
Etiopía es una país donde su gente me ha hecho sentir que no soy una persona, que como blanco, para ellos no somos más que cajeros automáticos caminando que tenemos la obligación de darles algo, lo que sea. Décadas de acción irresponsable por parte de occidente y sus tan honorables ONG's que llegaron de a miles a este país para tirar el pescado sin enseñarle a la gente a pescar, han sido en gran parte, los responsables de crear la fuerte distorsión de la imagen que esta gente tiene del concepto de ayuda.
Por un lado, los etíopes se vanaglorian abiertamente de ser el único país de todo Africa que no ha caído en las manos de ninguno de los poderes coloniales, pero por el otro, ese excesivo orgullo lo pierden en un abrir y cerrar de ojos cuando son capaces de bajarse los pantalones y agacharse para que un blanco les tire algo, lo que sea, de regalo.
De acuerdo con la descripción de las varias escenas de hostigamiento que les he descrito hasta ahora, es muy probable que lo que les venga a la mente es la imagen de un país de gente arrasada por la miseria, cuya pobreza es tan extrema que fuerza a su gente a arrastrarse por pedir dinero, pero no se confundan, porque esa imagen no puede estar más lejos de la realidad. La pobreza es un hecho pero está claramente muy lejos de explicar la conducta enfermiza, casi patológica de esta gente con respecto al dinero. Los etíopes nos piden por diversión, por puro molestar y esencialmente porque somos faranjis(blancos). Aquí nadie muere de hambre hoy en día y la creencia general en la psique de la gente es que los blancos están ahí para regalar cosas (gracias por la magia, occidente!). En cualquier escenario de la Etiopía rural, un adinerado etíope puede bajarse de la más lujosa 4x4 en cualquier pueblo y los niños ni se molestarán en ir a pedir algo. La méndiga en este país, no es méndiga por necesidad, es selectiva, deliberada y exclusivamente dirigida a los blancos.
Por encima de todas las cosas, lo que he podido concluir con mucha claridad, es que hostigar a los faranjis es más bien una diversión, un pasatiempo que rompe la monotonía en la vida de decenas, sino centenas de miles de niños, que se encuentran a la deriva desde el inicio de sus vidas porque han llegado a este mundo como resultado de la ignorancia y una triste falta de educación general de la población. Aquí la gente se reproduce como conejos, sin la más mínima contemplación sobre la desgraciada vida que le tocará a quienes traen al mundo. Al pensarlo objetivamente, no puedo sentir más que compasión, porque detrás de cada niño que he visto gozar impunemente a costa de tratar de jodernos la vida para matarse de risa, lo que hay es eso, un niño indefenso, que sonríe, se divierte (aunque sea retorcidamente), que le ha tocado nacer en una situación de mierda y no conoce otra cosa. Pero en la realidad, la compasión no alcanza, al menos no para mí hasta hoy, para justificar y contrarrestrar el nivel abrumador de semejante acoso al cual nos sometieron.
El desafío etíope fue más allá de todos los desafíos que he enfrentado, y debo reconocer que en este país he sido derrotado interiormente, he perdido y los etíopes me han ganado. Me voy de este país sintiendo el cuerpo enfermo de algo tan horrible como el odio, que es tan intenso a veces que puedo sentir que si sigo aquí me voy a causar un daño grande a mí mismo. Me voy de este país con la sensación de querer volver, pero ya no con una bicicleta para entrar intensamente en comunión con la cultura, sino con un tanque y un lanza misiles para poder reventarlos por el aire y encontrar placer en ese acto. Por eso, es que no quiero volver nunca a Etiopía, porque no quiero llevar en mi corazón un sentimiento tan perverso y tan dañino, no me hace bien. Esa es la sabia lección que me han dejado los etíopes, que si no puedes lograr revertir una emoción negativa, entonces más bien aléjate de ella y eso es lo que voy a hacer: nunca más Etiopía.