De la capital de arena a la frontera
Un mes en la capital de arena
Desde un punto de vista estético, sinceramente hablando, Jartúm (Khartoum) no es la ciudad más atractiva del mundo. En términos de arquitectura es una ciudad a medio construir, de hecho ninguna construcción parece estar terminada del todo. El horizonte revela paredes de ladrillos sin revestimientos, estructuras sin terminar, paredes sin pintar y edificios públicos que se vienen abajo entre los centenares de minaretes puntiagudos de las tantas mezquitas de la ciudad. Las excepciones, como ocurre en muchos países con presidentes tiranos enquistados en el poder, son los edificios monumentales del poder militar, la policía, las casas de gobierno, embajadas y alguno que otro hotel. En términos urbanos, la ciudad está definitivamente incompleta, más allá de sus pocas arterias principales asfaltadas, las calles son de arena y las aceras no existen ni hasta en pleno centro.
Aquí no existen los colores de Kerma sino que dominan los distintos tonos amarillos y marrones de la arena. En cierto sentido, la ciudad capital de Sudán no es más que una versión extendida de cualquier pueblo sahariano que hayamos pasado. Khartoum significa "trompa de elefante" en árabe y su nombre deviene de la forma que toma en la ciudad, el triple encuentro del gran Nilo con sus dos afluentes, el Nilo blanco proveniente desde el lago Victoria en Uganda y el Nilo azul proveniente del lago Tana en Etiopía. Ninguna costanera de la ciudad tiene el desarrollo ni el atractivo que tiene en cualquier ciudad de Egipto pero es un punto de gran relevancia en el curso de este gran río.
Situada en el borde sur del desierto del Sahara, la ciudad está casi permanentemente cubierta de arena todo el año y el aire está tan cargado de ella que el cielo es siempre turbio. El fuerte silbido de los poderosos vientos saharianos es la melodía de fondo que acompaña al llamado al rezo desde los megáfonos de las mezquitas. Con días de hasta 50 grados, el furioso viento no hace más que empeorar el calor. Todo quema en Khartoum, si tomo el cuadro de mi bicicleta en pleno día, no puedo sostenerlo por más de uno pocos segundos, al igual que las barandas, las sillas o cualquier objeto metálico expuesto al rigor del sol por algunos minutos. La arena es un problema constante por eso al caer la noche legiones de barrenderos se lanzan a las avenidas para barrerla. Si ellos no estuvieran, Khartoum estaría enterrada hace tiempo. Las tormentas la azotan, pero no las de agua, aquí casi nunca llueve, son las de arena. El Sahara escupe toneladas de ella en tan sólo unos pocos minutos. Se manifiestan en gigantescas murallas marrones que aparecen en el horizonte, parece como si las nubes se hubieran caído del cielo para rascarse con la tierra. Una brisa deviene en un fortísimo viento huracanado y en segundos la ciudad queda completamente a oscuras, no se ve a más de 10 metros delante de uno. Cuando el vendaval pasa un halo de partículas de arena queda sostenido en el aire hasta caer completamente y devolver la ciudad a la normalidad.
Con todo esto, cuando uno llega a Khartoum, lo último que imagina es quedarse mucho tiempo allí. Sin embargo, los sudaneses son el as en su manga. En Sudán, hasta la gente de su ciudad capital es amable y hospitalaria. Imaginen llegar a una capital del mundo como un desconocido e irse como parte de una familia. Así llegamos con nuestras bicicletas luego de miles de kilómetros de desierto desde que habíamos salido del El Cairo, agotados, sucios y hambrientos. Llegamos a la casa de Ahmed quien pasa su vida entre Sudán y China donde tiene sus negocios. Ahmed no estaba pero nos dijo: "no importa si yo no estoy en casa, está toda mi familia, vayan y siéntanse como en casa".
¿Se imaginan un escenario así en muchos otros lados? Aquí es común, así es que caímos en su casa, invitados por Ahmed, cuando Ahmed ni siquiera estaba y su familia ni sabía de nosotros. Aún así, desde el primer momento fuimos recibidos, una vez más, como familia. Pensábamos quedarnos unos 5 días, pero nos quedamos una semana y dos, y tres, y cuatro...... Un mes en Khartoum con los Haluda viviendo en familia, porque de verdad que no puedo compararlo con otra cosa más que con cualquiera de las situaciones de vida cotidiana que yo mismo he vivido en mi propio país con mi gente mientras crecía, con la obvia diferencia de que aquí llegamos como desconocidos. Desde levantarnos a la hora que queremos, desayunar, tomar el té, almorzar y cenar en familia, salir con los padres y/o hermanos a hacer cosas, hasta ver tele tirados en el sillón, ir a visitar a la abuela, a la tía, donde también somos igualmente recibidos como familia. Se siente mágico, sencillamente mágico. Como si fuera poco, Waleed, a quién habíamos conocido en una cafetería del desierto días atrás, se disputaba nuestra “tenencia” con los Haluda. Nos quería llevar con su familia a quedarnos con ellos, a quién por supuesto conocimos y nos hizo parte. Waleed se encargó de llevarnos a todos lados, a conocer, a ayudarnos con cosas que debíamos a hacer. Fuímos su cuarto trabajo durante las cuatro semanas en la ciudad y al agradecerle todo lo que hacía por nosotros, él simplemente respondía en su simpático inglés con fuerte acento árabe: "No thanks for duty" ( no gracias por mi deber )
Khartoum tiene su gente, pero tiene algo más, y no es cosa menor para quién no vive en un lugar donde poder disfrutar de determinadas delicias. Khartoum tiene los jugos de mangos más deliciosos que he probado en este planeta. Me he deleitado con jugos y licuados extasiantes en Brasil, en Colombia, en el sudeste Asiático, pero amigos, jamás he probado mangos tan deliciosos como los sudaneses. Sin embargo, nada de esto tendría sentido si tuvieran el costo que tienen en los países lejos del trópico, pero en Khartoum, una jarra de 1 litro de licuado de mango puro, sí, puro!! hecho en el momento delante de uno, cuesta el equivalente a 1,20 usd. Los mangos son tan buenos que ni siquiera tienen que agregarle azúcar. Día tras día, noche tras noche hemos bebido litros y litros de jugo de mango como si cada uno fuera el último día de nuestras vidas. Un mes en Khartoum sonará excesivo, pero entre su gente y sus mangos uno podría quedarse aún mucho más.
El Sahel
Fue difícil partir de Khartoum, no sólo por habernos encariñado profundamente con nuestra ahora familia sudanesa y por tener que dejarlos atrás junto a los jugos de mango, sino porque el calor aplastante, ya en pleno verano sudanés, invitaba más bien a irse a pasear en trineo por Groenlandia que a la demencial idea de salir en bicicleta a cruzar el Sahel. El Sahel es históricamente uno de los lugares más sufridos del mundo, es la franja geográfica que corre desde el océano atlántico hasta la península arábiga donde se produce la transición entre el desierto del Sahara y los países tropicales de Africa subsahariana. Las sequías constantes, los conflictos tribales, las luchas territoriales, las guerrillas clandestinas, han causado y aún causan hoy en día hambrunas, violencia, desplazamientos y más sufrimiento humano del que cualquiera de nosotros puede imaginar. Si bien los 600 km desde Khartoum hasta la frontera etíope atraviesan una de las partes más amenas de esta maldecida región, el cambio geográfico, étnico y social es notable. La piel de la gente es más negra, hay menos desarrollo, aun más pobreza material y el ganado está flaco del hambre y la sed.
Luego de un mes de descanso total, retomar el ritmo resulta increíblemente difícil. Son días asfixiantes en los que el sol y el calor nos siguen hostigando sin piedad, como si quisieran que no nos olvidemos nunca de ellos. El paisaje ha perdido ya todo atractivo, es totalmente plano, sin colores, sin vegetación, ya ni arena hay, todo es mayormente tierra suelta, marrón y encontrar un árbol bajo el cual echarse a pasar las horas infernales de la tarde parece ser pura buena suerte.
A la noche todos los músculos están tan inflamados que cuesta caer dormido a pesar del cansancio. Cada día es una paliza y por primera vez ya empezamos a sentir una gran necesidad de dejar este clima atrás. Las distancias a cubrir son grandes y la población escasa. La pobreza ahora se nota, lo que antes eran casas de barro ahora son chozas aisladas en el medio de la nada. Se nota mayor ignorancia en la gente, mayor deterioro físico. Los niños están mugrientos, tienen los dientes marrones, deformados, hongos en la piel y diversos problemas.
Intentamos avanzar durante las primeras horas de la noche como lo habíamos hecho en el Sahara, pero ya no se siente tan seguro aquí, hay más tráfico nocturno y la gente ya no es tan extremadamente receptiva en los pueblos. En la última noche antes de alcanzar Qadarif, faltando tan solo 5 km para llegar a una casa donde nos habían invitado, una leve brisa comienza a soplar de repente, y tal como lo había experimentado en Khartoum, inmediatamente es seguida de un viento huracanado extraordinariamente fuerte. A diferencia de la ciudad, en el medio de la ruta la oscuridad es total y ahora estamos luchando contra ráfagas de tierra y polvo metiéndose en los ojos, en las orejas, mientras que se nos hace imposible mantenernos arriba de la bicicleta sin caerse. Al bajarnos de ellas para salirnos de la ruta el viento nos las arrebata tirándolas al piso. Estamos dentro de este torbellino que no nos deja ver nada, y mucho menos podemos entender de dónde salió, no nos dio tiempo ni siquiera a reaccionar. Logramos a duras penas llegar a la puerta de una casa y nos dan un refugio. 15 minutos más tarde la tormenta pasa y todo vuelve a la normalidad como si nada hubiera ocurrido.
Nos llevó 6 días penosos llegar a Qadarif, 400 km que de no ser por el ya insoportable calor, la tormenta de arena, el viento en contra y nuestra falta de entrenamiento, hubieran sido muy fáciles. Afortunadamente, en Qadarif nos esperaba familia. Muaz, el tío de Ahmed, nos recibió en su casa como a sus sobrinos y como tales nos ha malcriado junto a todos los vecinos con mucha comida y reuniones familiares. Hasta me regala un bellísimo gallabiya y un taqía los cuales visto con orgullo. Ya me siento casi un sudanés, y feliz!
Nos sirven los usuales platos de la cocina sudanesa, que no es la más variada del mundo pero es muy rica. El fuul es el plato omnipresente en todas las comidas. En regiones rurales es lo que come casi todo el mundo casi todos los días de su vida, 2 o 3 veces al día. Es un plato de porotos (alubias) gigantes marrones en aceite, con cebollas y a veces queso picado. Es delicioso, es rico en fibra y proteínas y para ser el plato que hemos comido quizás 49 de los 51 días que pasamos en Sudán, no cansa tanto como uno imaginaría. Los cubiertos no existen, todas las comidas se comen presionando la comida con el pan y si hay carne, se toma con la mano. Claro está eso sí, déjenme decirles, que una alimentación basada en fuul es como cargar al estómago de dinamita. Cada mañana en bicicleta es como un festejo diario de año nuevo chino (puro estruendo), si me entienden lo que quiero decir, a veces el efecto es tal, que hasta podría aseverar que ayuda a ir más rápido en la bicicleta. Entienden, sí? :). El fuul se acompaña con falafel, huevo, a veces carne de cordero, otras veces kurrasa y de postre se come pasta dulce. Se hierven los spaguettis y se les pone azúcar, que contrariamente a lo que uno imagina, es muy rico.
Esta es la última ciudad sudanesa, 165 km antes de la frontera etíope, más que ciudad es un pueblo donde casi no hay calles de asfalto y hay más chozas que casas de ladrillo. Aquí, ya habiendo dejado bien atrás el norte sudanés, la raíz árabe se comienza a mezclar con las tribus negras del Africa subsahariano. Es clara la diferencia entre sudaneses de origen árabe y los sudaneses negros del sur, muchos de ellos se han quedado en Sudán luego de la independencia de Sudán del Sur.
Antes de partir de Qadarif, Muaz me pregunta como buen tío:
- Tienen dinero suficiente para llegar a la frontera?
Sí, nos quedan 50 pounds ( casi 5 usd) – le contesto
pero eso no es suficiente! Toma aquí otros 50 – Me dice
no no no, gracias Muaz! pero realmente nos sobra para llegar a la frontera – Le digo
Insisto, no es suficiente, tómalo por favor.