Llegar a la ciudad
Una vez completada nuestra travesía por los volcanes, queríamos que nuestra pasada por Java ocurriera lo más rápido posible. Java, a excepción del espectacular este de la isla, es donde se aglutina la gran mayoría de la población del país, que con 200 millones de habitantes, no es una cifra menor. Java está sobrepoblada. En este aspecto me hizo recordar mucho a las rutas filipinas donde no pasaba más de 1km sin haber gente o asentamientos. Java, además, contiene a la mayor parte de las industrias del país, por ende el tráfico y la polución son altísimos.Finalmente, luego de 3 meses y más de 4000km por Indonesia rural, habíamos llegado a las grandes ciudades.
Llegamos a Yogyakarta, en el centro de Java, con el tiempo muy justo para hacer la nueva extensión de la visa. Nos quedaba tan sólo un día para que expirara. Allí, paramos en la casa de Sardi (y Eve) quién sería nuestro nuevo sponsor para la extensión. El trámite fue relativamente simple pero aquí nos hicieron esperar 3 días hábiles para finalizar con la burocracia involucrada. Yogyakarta (también Jogjakarta) es considerada la capital cultural de Indonesia, donde se forman y viven los artistas e intelectuales del país. De no ser porque la gente se refiere a ella como a una ciudad, la sensación es más bien la de estar en un pueblo grande. Es una ciudad inusualmente tranquila y basta con salir de pleno centro para encontrarse inmediatamente entre extensos arrozales y gente tradicional vistiendo los sombreros cónicos típicos de la región. El fondo está siempre enmarcado por el fabuloso volcán Merapi, que no hesita en hacer destrozos y matar gente cada algunos años. Yogya, fue el lugar perfecto para reponerse luego de las duras travesías volcánicas que habíamos pasado, y para visitar uno de los más famosos sitios históricos de Asia y del mundo: Borobudur.
Borobudur es el templo budista más grande del mundo,
asoma de la tierra, rodeado entre montañas verdes y arrozales. Está a tan sólo 45km de Yogya y es ideal para ir y volver en el día. Llegué allí con expectativas que, al encontrarme inmediatamente frente al templo, me daría cuenta de que eran completamente sobredimensionadas. No sé si es por lo que había leído y escuchado antes y como bien dice mi prima Carla "después de una buena propaganda, siempre viene la desilusión". No sé si es porque ya he estado en lugares tan grandiosos como Angkor, Machu Picchu, Bagan, Gran Muralla China, Persépolis, entre otros y luego de ellos, es realmente muy difícil impresionarse. Tampoco ayudaba el hecho de que el día que fuimos, el lugar era un infierno de gente, y sobre todo de visitas escolares, que estoy convencido de que van más para brutalizar el monumento que por apreciar genuinamente su valor histórico. A pesar de su grandeza, y sus extensos corredores a lo largo de cinco niveles exquisitamente esculpidos en la piedra, me encontré mayormente desilusionado y sobre todo malhumorado por gastar los irrisorios 20 dólares que costó la entrada ( 4 días de presupuesto en Indonesia!). Antes de partir, Yogya nos despidió con un temblor durante la noche, el más fuerte que experimenté hasta el momento, los muebles se sacudieron y las paredes parecían moverse, nos dejó mareados varios minutos luego de que pasó y agradecimos que no trascendiera..
Con la visa renovada exitosamente, nos quedaban oficialmente 30 días en Indonesia y queríamos usar la mayor cantidad de ellos en cruzar Sumatra, por lo tanto decidimos no perder tiempo en caminos congestionados y ciudades feas y poner las bicis en un bus y dirigirnos rápidamente a Jakarta para hacer la visa China. Pocas cosas hay tan pero tan molestas (y caras) en un viaje como obtener visados. Es increíble la cantidad de tiempo que se pierde y ni hablar de la pesadumbre de juntar lo necesario para cumplir con los requisitos absurdos que exigen algunos países.
Llegamos a Bekasi, a 40km en las afueras de Jakarta, a media mañana. Nos bajamos del bus con hipotermia, luego de 16hs para completar los 650km, viajando en lo más parecido a una cámara frigorífica con ruedas. Nunca aprecié tanto el calor tropical como cuando tiritando me bajé del bus esa mañana.
Nos llevó 5 horas pedalear (cuando era posible) los 40 km entre Bekasi y Jakarta y nos quedó clarísimo desde el primer día por qué Jakarta es famosa por su tráfico. Es literalmente, el infierno en la tierra, sólo lo puedo comparar a los infiernos que viví entrando en Delhi o saliendo de Teherán y aún así creo que les disputa el primer puesto. El tráfico es tan infernal que condiciona ampliamente los hábitos de la gente. Muchos optan por quedarse en casa en sus días libres y ver tele, o ir al shopping más cercano posible, ya que salir con el auto a pasear fuera de la ciudad, les puede insumir entre 6 a 7 horas del día dentro del vehículo para lograr dos, o como mucho tres horas de esparcimiento en un lugar afable. Ni la mayor agilidad de la bicicleta es un beneficio, uno se queda atascado en pleno de tráfico con la misma, sin encontrar ni el más mínimo intersticio por el cual filtrarse.
Antes de llegar a Jakarta, creía que nos íbamos a encontrar con una ciudad horripilante como Manila, pero sacando su tráfico, Jakarta, sin ser hermosa, es más bonita de lo que esperaba, aunque la sensación de estar en la misma, es la de haber salido de Indonesia. Luego de tres meses de pedalear en regiones rurales del país y movernos mayormente entre pueblos pequeños, con gente muy tradicional, llegar a esta megalópolis de contrastes abismales, tiene gran impacto. Su distrito financiero, con sus rascacielos acristalados de última generación, sus shoppings, sus restaurants, su gente sofisticada, parecen estar completamente desconectados del resto del país.Es difícil asociar unos con otros, pero no es ninguna sorpresa, así es el tercer mundo asiático. En Jakarta viven los magnates que lucran con la miseria de los demás y la aniquilación del medio ambiente, viven atrincherados, claro. Los archi-ricos de aquí son famosos por comprar propiedades de millones de dólares al otro lado del mar, en la lujosa Singapur, y pagarlos en efectivo. Todos saben que es dinero sucio, aquí y allá, pero nadie hace nada, el dinero puede tapar todas las bocas y dejar a todos contentos guardando silencio.
Junto a las vías
Allí mismo, en la Jakarta de grandes contrastes tuve la alegría de finalmente lograr un encuentro muy esperado, con algunos de los mejores fotógrafos del país, a quienes conocía hacía tiempo a través de Internet. Gracias a Sebastian, uno de ellos, tuve el enorme lujo de acceder a fotografiar una parte del otro lado de Jakarta, el de la miseria y el hacinamiento. Sebastian me llevó a fotografiar en un barrio donde la gente vive debajo de lonas, apostada al borde, a tan sólo centímetros a veces, de las vías del tren. De no ser por él, jamás me hubiera atrevido a ir por mí cuenta, ya que mi experiencia en mi tercer mundo, el de latino américa, me dice que a dichos lugares no se va, y mucho menos cuando lo que cuelga de mis hombros cuesta más de lo que gana una familia entera en un año entero de supervivencia. Sin embargo, una vez más, no dejo de asombrarme con las diferencias entre la pobreza en Sudamérica y en Asia. A diferencia de Sudamérica, en casi todo Asia, la pobreza, en muy pocos casos deviene en crimen y en violencia. Junto a las vías del tren, pasamos parte de la tarde con una familia que vive allí, sólo encontramos sonrisas, un enorme sentido del humor y hasta fuímos invitados a tomar café por gente que casi literalmente hablando, no tiene nada, al menos material. Los barrios pobres de Jakarta colapsan de gente, a muchos sólo les queda vivir al pie de la vía del tren, donde tienen que tener un permanente cuidado de no ser sorprendidos por los trenes que van y vienen día y noche. Familias enteras, desde los abuelos hasta los más pequeñitos se congregan por grupos y montan tiendas de palos y lonas donde duermen, comen y llevan su vida social en completa normalidad, casi siempre a la intemperie.
Pasar por aquí fue una experiencia de esas que llevan a reflexionar. De haber tenido más tiempo hubiera vuelto varias veces allí, para tratar de entender y aprender más sobre sus vidas, los motivos por los cuales decidieron migrar a la gran ciudad y cambiar una vida más rural y tranquila por el hacinamiento de la urbe. Muchos interrogantes me quedan, sobre todo como sudamericano donde la pobreza muchas veces degenera en mucho odio y violencia. No son interrogantes nuevos, son interrogantes que tengo desde la primera vez que pisé Asia hace 14 años, y luego de vivir y viajar en el continente por casi 8 años aún no termino de dilucidarlos del todo. Nuestra estadía en Jakarta fue muy positiva. Con visa China en mano, era hora de partir para iniciar la larga cruzada por Sumatra.