Los días después.....

Tuvimos energías suficientes para atravesar la jungla, pero creo que no nos dimos cuenta de la magnitudde energía que habíamos consumido hasta algunos días después de terminada la odisea. Al día siguiente de llegar a Gimpu, partimos hacia Palu en un día completamente radiante. Allí podríamos tomarnos algunos días de descanso. El sol brillante, el cielo celeste, la inconmensurable satisfacción que llevábamos adentro y el saber que los días siguientes serían fáciles, nos dibujaban una enorme sonrisa al partir de Gimpu. Pero no pasaron más que unos pocos kilómetros para advertir que aún estábamos cansados a pesar de haber dormido muy bien, y que nuestras bicicletas habían sufrido más de lo imaginado.

Por empezar, ninguno de los dos tenía frenos. Ambas bicis estaban llenas de barro y ramas. El óxido se hizo visible en varias partes. Mi velocímetro resistente al agua se había ahogado y necesitó horas de sol directo y caliente para evaporar su interior y volver a la vida. Y lo peor de todo, mis llantas que ya venían comprometidas desde hacía un tiempo, ahora se habían rajado completamente; en ambos lados de cada una, tenían una zanja a lo largo de todo su diámetro de 3 a 4 mm de espesor. Lo veía y no me lo podía creer.

Todo esto no hubiera sido un grave problema si 60km de los 100km a Palu no fueran en bajada, y si Palu fuera un lugar con buenas bicicleterías.

Comenzamos a pedalear sin frenos, ya nos encontrábamos en un camino, no más senderos, y la calidad del mismo iba mejorando paulatinamente a medida que avanzábamos. Durante los primeros 40km planos no tuvimos mucho problema más que nuestro propio cansancio, pero cuando comenzaron las bajadas, eran tan largas y con tantas curvas que no había nada que pudiéramos hacer para controlar las bicicletas. A mí me alcanzó con caerme en una curva tratando de frenar con los pies y terminar todo raspado contra el asfalto caliente y la bici encima. La alternativa era bajarnos y caminar conteniendo el peso pero resultaba exhaustivo. Luego de varios intentos fallidos, por sana decisión decidimos parar y esperar alguna camioneta que nos remolcara hasta Palu. Al poco tiempo llegó una y bastó que pasaran los primeros 20km de bajada para cerciorarnos de que sin frenos iba a ser una tarea suicida intentarlo en bicicleta.   

Llegamos a Palu, una ciudad fea sobre un mar bonito, y buscamos un lugar para dormir. Por dos días, para lo único que salimos de la habitación fue para comer. Nos costaba parar de dormir. Sentíamos todos los músculos vapuleados por el desgaste. Al tercer día salimos a buscar alguna bicicletería, pero no encontrábamos nada de nada, un verdadero problema, ya que estábamos a 900km de Makassar, ciudad de la cual debíamos partir de Sulawesi. Finalmente, luego de rodar y rodar por la ciudad dimos con un pequeño lugar donde su dueño, un abogado cuyo hobby era el ciclismo, tenía un pequeño negocio y taller. Sabía bastante de bicicletas y sudó su vida por ayudarnos, pero al fin y al cabo su especialidad eran los pleitos. Por dos horas trató de reparar los frenos de Julia pero no hubo forma, estaban rotos. Fue muy generoso y le puso unos usados que no cobró, de los cuales sólo pudo hacer andar el delantero. Algo es algo, a esa altura ya no teníamos alternativas, era el único lugar en todo Palu y la única bicicletería decente en centenas de kilómetros alrededor. En lo que respecta a la mía, le puse zapatas de frenos nuevas pero me tocaría pedalear con la impredictibilidad de rodar con dos llantas totalmente destrozadas que podían colapsar en cualquier momento. Luego de hacer estos remiendos, decidimos partir al día siguiente y tomarnos el tiempo que fuera necesario para llegar tranquilos a Makassar.

La ruta que nos conduciría hacia allí, es muy tranquila, va bordeando toda la costa del oeste de Sulawesi y ha sido muy recientemente terminada de asfaltar, aún no figura en los mapas y ninguna guía turística incluye nada de los lugares a lo largo de ella. Para mí, algo así como la tierra prometida! Tiene muy poco tráfico ya que nadie elige ese camino para llegar a la capital. Los primeros 200 fueron fáciles pero difíciles. Fáciles porque no tenían una real dificultad técnica, pero difíciles porque arrastrábamos bastante cansacio, porque quedaban pasar algunas montañas aún antes de llegar al mar, porque el calor se volvió agobiante de vuelta y porque resultaba exhaustivo luchar con las bicicletas rodando a duras penas y con frenos limitados. El paisaje sin embargo se mantuvo muy bonito, a pesar de que era difícil impactarnos después de la selva. Las plantaciones de cacao seguían apareciendo por doquier. La gente de los pueblitos tiene sus propios árboles y acostumbra secar el cacao en el frente de sus casas y en el borde los caminos.

La gente es sencilla, sonriente, se alegraban de vernos allí, en nuestro pasar escuchábamos incansablemente el “Hello Mr.”que prácticamente define a los Indonesios. Es inagotable, todo el mundo que nos ve nos dice efusivamente: “Hello Mister!!”, a mí, y a Julia también, porque el “Miss” todavía no llegó al vocabulario en inglés de la mayoría de los Indonesios, que contiene en la mayoría de los casos, sólo dos palabras: “Hello” y “Mister”. El “Hello Mr.!!” resuena 24hs en todo el país. Luego de unas semanas, ya hasta en los sueños uno escucha “Hello Mr.!!”. La gente es muy amable, excesivamente amigable, bienintencionada y está siempre bien dispuesta a un breve intercambio afable con uno, es inevitable no devolver el saludo, genera culpa si uno no lo hace. Así es que devolver el “Hello Mr.” cada 5 a 10 mts, es parte de todos los días por aquí, este uno de buen o mal humor.

Una vez pasadas las montañas del comienzo y unos 40km de plantaciones siniestras de esa misma palma apestosa por la cual se aniquila a Borneo, y lamentablemente a sectores de Sulawesi también, el camino se volvió plano siguiendo por la costa, solamente poblada por una muy larga sucesión de pueblitos pesqueros muy pobres al borde de bahías de aguas tranquilas y transparentes, donde el tiempo está mayormente detenido. Todos los días terminaban con atardeceres de postal en algún desa donde su Kepala, nos recibía en su casa, nos servían abundantes cenas y desayunos y la comuna completa venía a vernos como si fuéramos dos aliens. Raramente pasan “bulés” (el apodo que nos ponen los indonesios a los occidentales, significa “occidental blanco”) por aquí y nuestra presencia despertaba una curiosidad incontenible para la mayoría de los habitantes.

Toda la región es muy pobre y subdesarrollada. El trabajo es duro, la gente tiene los años de esfuerzo trazados en el cuerpo, sea por la vida en el mar, en las plantaciones de arroz o en una fábrica de ladrillos de barro, pero pareciera no tener tiempo para detenerse a lamentarse y sonríe, saluda con amabilidad, sin resentimientos, lleva la vida con dignidad y estoicismo.

A pesar de que el camino se había vuelto muy fácil y seguía siendo muy bonito, rodábamos ya por inercia, con muchas ganas de llegar a Makassar para descansar bien y reponernos del todo. Los últimos dos días encontrábamos preciados estrechos de playas mayormente deshabitadas, paraísos para acampar en un silencio que sólo se rompía con el eventual sonar de olas suaves sobre la orilla, noches negras pintadas de estrellas, brisas revitalizadoras, mares azul profundo e inolvidables amaneceres.

Así, de a poquito, día a día completamos los 863km hasta Makassar donde pude comprar llantas nuevas de buena calidad, engrasar los ejes de las ruedas, calibrar los desviadores y Julia reparar sus frenos y demás. Allí pasamos 5 días en la casa de Ikhsan, un jóven Indonesio de un corazón enorme y su loca familia. Su casa fue como nuestra casa. Dormimos, comimos, nos bañamos intensivamente, vimos tele, nos relajamos y esperamos el día en que partiera nuestro barco a Timor Occidental.