En los pueblos, de casas de adobe y barro, casi completamente herméticas hacia el exterior, y viviendo hacia adentro, hacia sus patios interiores, se respira un aire tranquilo, pueblerino, la tierra se ara a sangre con bueyes, y las tareas son arduas y pesadas, y a pesar de ello, la gente tiene espacio para detenerse a vernos, a hablar con nosotros, a sonreír al ver nuestras bicicletas, a intentar a hablarnos y hasta incluso bromear sobre las diferencias de nuestras vidas, nosotros cargando bicicletas pesadas y ellas, las mujeres, decenas de kilos en lana de cabra.