Mi posición sobre el turismo

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Turismo

Este artículo ha sido inspirado por un comentario hecho por un lector en mi blog. Aquí intentaré explicar mi posición general sobre el turismo, ya que soy plenamente consciente de que muchos de los comentarios que escribo despotricando al respecto podrían malinterpretarse y tomarse personalmente.

Hay muchos modos de viajar por el mundo. Desde el más efímero, como puede ser el de un recorrido rápido visitando sólo atracciones turísticas, hasta el más profundo, que lleva a un alto grado de penetración en la cultura que uno visita. Todos son válidos, pero hay uno sólo que es el mejor, y es aquel que se ajusta a la búsqueda personal de cada uno. No todos tienen que disfrutar de ver la Estatua de la Libertad, el Taj Mahal o visitar el Louvre, como no todos tienen que tener ganas de montarse en una bicicleta cargada y lanzarse a cruzar la selva, o caminar el mundo a 20 km diarios. Ahora bien, cualquiera sea el modo que elijamos para viajar, creo que todos tenemos una responsabilidad a la hora de visitar un país ajeno. Así como cuando vamos de visita a la casa de alguien y generalmente nos adaptamos a sus códigos, poniéndolos por encima de los nuestros, cuando visitamos un país ajeno debemos hacer algo semejante.

A lo largo de más de 20 años de viajar por el mundo, y cerca de una centena de países a cuestas, he visto una y otra vez los efectos nocivos que el turismo en general tiene sobre las culturas locales. Estos efectos se han acrecentado exponencialmente en estos tiempos de globalización, desigualdad y precios bajos para algunos, en los que viajar, sobre todo en países del tercer mundo, se ha vuelto más accesible que nunca. Sin embargo, lo que no se ha incrementado en paralelo es la educación de quienes viajan, o mejor dicho: la conciencia sobre el impacto que los visitantes tenemos en los lugares que visitamos. De allí que hoy más que nunca tenemos una responsabilidad a la hora de conducirnos en tierras donde no somos más que huéspedes, y es como tales que debemos comportarnos.

Para mucha gente, viajar es un mero símbolo de estatus social y/o económico. Para otros, hoy en día, es algo más con lo que se tiene que cumplir en una larga lista de cosas para ganarse el respeto y la apreciación de los demás. Viajar, para este tipo de turista, no es el resultado de una profunda curiosidad e interés por el mundo, ni mucho menos, las ganas de aprender de las culturas que se visitan. No hay intención de intentar generar un intercambio genuino con la gente local ni tampoco respetarla. Es un tipo de turista chato, ignorante y casi siempre arrogante. Es el que ve a los países del mismo modo en que ve a los objetos que tiene en su casa: algo para acumular, para decir que lo tiene. Son coleccionistas de sellos en el pasaporte con el fin de lograr la autoridad para decir que estuvieron allí. En los casos más extremos, el haber estado en tal lugar les sirve para hacer alarde de que porque estuvieron en tal lugar y vieron tal cosa, entonces "conocen el mundo", por lo tanto se permiten juzgar indiscriminadamente y despreciar la visión y la vida de los otros. Pero conocer el mundo es un ejercicio mucho más profundo que ver sus atracciones turísticas.

Esto no se trata del medio elegido para viajar, no se trata de si se viaja en un paquete turístico, de mochilero o en bicicleta, sino que se trata de la motivación de cada persona detrás de cada viaje que emprende.  El medio es irrelevante, la actitud no lo es. El turista descomprometido y acumulador, no viaja por aprender, por descubrir, por abrir el corazón a quienes viven y piensan diferente para enriquecerse como ser humano, sino por la pasión de mostrar, exaltar su ego y/o aprovecharse de ciertos beneficios de los cuales no goza en su país. Este es el tipo de turista que se encuentra invariablemente en los circuitos turísticos famosos y en los centros icónicos de un país y nunca fuera de ellos. Ahora bien, nada de esto sería ciertamente un problema si no afectara a la cultura local, pero la ignorancia y la soberbia de los visitantes lastiman a las culturas locales y tienen un impacto enorme en la conducta de su gente.

Ese es el tipo de turismo al que me refiero cuando escribo con cierto enojo. Es el tipo que se encierra en un hotel de lujo en un país idílico del tercer mundo para que lo sirvan como rey y maltrata al personal de servicio. Es el que se sube a un autobus impecable con aire acondicionado para llegar a una atracción turística sin tener que mezclarse con la gente "pobre" porque tiene miedo que le roben. Es el que paga cualquier disparate sin cuestionamientos en países donde el regateo es parte intrínseca del comercio de todos los días. Es el que no quiere aprender sino que busca aleccionar con su ejemplo porque cree que su cultura es superior. Es el "mochilero" con plata del S.XXI que se va al sudeste asiático porque se cree aventurero pero va principalmente porque es todo es fácil y es mucho más barato emborracharse allí todos los días, que en su país de origen. Es el turista al que no le importa nada y que con dinero lo arregla todo sin mover un pelo. 

Toda esta serie de actitudes erosionan los valores y principios de las culturas locales y las pervierten, sobre todo en el tercer mundo donde la necesidad económica vuelve a la gente muy vulnerable. Los ejemplos específicos que puedo citar son más de los que puedo recordar y sobre muchos ya he escrito. Aquí, a modo de reseña menciono algunos que frecuentemente producen los efectos más negativos.

Es importante aclarar en este punto, que en algunas de estos ejemplos que voy a mencionar es posible que mucha gente, sin necesariamente ser un "mal" turista, pueda incurrir por simple desconocimiento. En ese caso, me gustaría que usen a estos ejemplos para aprender y reflexionar sobre el impacto que podemos tener a veces sin darnos cuenta.

  Los niños. La industria de la mendicidad es un problema muy grande en lugares como India. Allí, he visto una y otra vez a turistas que son llevados como rebaño en un autobus a lugares donde al bajarse son rodeados por niños de la calle pidiéndoles dinero. En respuesta a ellos el turista, responde orgulloso dándoles monedas, dulces o lápices, o cualquier otra cosa, para sentirse bien consigo mismo.
En India, como en todos los países donde esto ocurre, he hablado sobre este tema tanto con gente local como con trabajadores de ONG y todos concuerdan en que darle dinero, y cosas a los niños incrementa el problema y contribuye a, no sólo que esos niños se mantengan en la calle (muchos son mandados por sus padres o por mafias) sino que motiva a muchos otros a elegir la méndiga como medio de vida.
Para este tipo de turista, es mucho más fácil tirarle unas monedas a un niño, sentirse un filántropo y hablar sobre el horror de la pobreza que vieron, que volver a su casa, investigar sobre organizaciones locales que todos los días sacan a decenas de niños de la calle y donarles el dinero que estas necesitan para continuar haciéndolo. Las hay, y muchas, pero para colaborar con ellas hay que ser solidario de verdad, con el corazón, y eso requiere soltar más que unas monedas.

 El comercio. En Asia, en casi todos los rincones del continente, regatear es parte de la vida de todos los días para todas las personas. El comerciante ofrece un precio y los clientes hacen una contraoferta para bajarlo. A uno puede gustarle o no, pero es así, es como un juego. En lugares donde los turistas llegan en masa, y desconocen completamente este aspecto de la cultura, o peor aún, lo ignoran por comodidad, van y pagan lo que se les dice sin contemplación (al fin y al cabo, cualquier cosa que paguen en Tailandia a un precio disparatado les costará mucho menos que en sus países de origen) El problema es que esto genera inflación local y distorsiona los valores locales. Los comerciantes, llevados por la avaricia dejan rápidamente su tradición de regatear y venden las cosas a precios inflados a todos. Al fin y al cabo ¿Por qué le van a bajar el precio a un viajero que entiende su cultura si después vendrá un turista con dinero y pagará cualquier cosa que se le pida? De este modo, la gente local conectada al turismo pierde sus valores, se vuelve más agresiva, menos hospitalaria y sólo quiere más dinero. Los extranjeros comienzan a ser vistos como dinero caminando. Decenas de lugares en el sudeste asiático han sufrido de esto desde que comenzó el boom en el turismo allí. Mafias de taxis, rickshaws, tuk tuks, vendedores ambulantes, hoteles, pensiones de baja calidad a precios exorbitantes, restaurantes con menúes cuyos precios se determinan en la caja según el origen del cliente, etc. La lista es interminable. En el peor de los casos, los comerciantes dejan de venderle a su propia gente porque ya no les conviene, poniendo a los turistas como prioridad. 

  Vestimenta. La total falta de consideración de muchos turistas por respetar los códigos locales es a veces desquiciante. Curiosamente ocurre más frecuentemente en mujeres que en hombres (quizás porque estos últimos tienen más "libertad" en países conservadores). Me he cruzado una y otra vez con mujeres en camiseta sin mangas y pantalones cortos , exhibiendo su ropa interior y comportándose del mismo modo en el que lo harían en su país de origen, en países conservadores donde la gente tiene códigos estrictos de vestimenta y reservas muy grandes a la hora de la exhibición del cuerpo. Esto se ve en los templos de India, Tailandia, Laos, en las mezquitas de Egipto y Turquía y en tantos otros lugares turísticos del mundo. 
Uno puede estar de acuerdo o no con tales restricciones, pero lo que uno no debe hacer es ignorarlos descaradamente tratando de imponer las propias costumbres en lugares donde uno es el invitado. Refleja la ignorancia profunda de quién viaja por viajar sin siquiera informarse de las reglas y códigos que rigen en otras culturas. No sólo es un problema de una absoluta falta de respeto hacia la gente local, sus costumbres y su idiosincrasia, sino que en muchos casos, India por ejemplo entre otros, es ponerse en situaciones de grave peligro para la seguridad personal, específicamente en el caso de las mujeres. Han ocurrido y aún ocurren muchas tragedias por esto.

 La fotografía, un tema que me toca a mí personalmente como fotógrafo. En muchas regiones tribales que se han vuelto turísticas (Namibia, Etiopía, Kenia), el constante flujo de grandes cantidades de turistas, ha hecho que la gente local tome a la fotografía como un negocio. En cualquier pueblo alejado del turismo, la gente es feliz y se siente generalmente halagada cuando alguien le pide tomarles una foto. En los pueblos turísticos, sin embargo, se exige dinero, a veces hasta con violencia. Sin dinero no hay foto, sólo desprecio. Hay gente que incluso sin ser de la tribu, se disfraza para lucrar cuando ve turistas. Esto no viene de la nada, sino de turistas y también fotógrafos profesionales que una y otra vez acceden a dar dinero con tal de tener una foto para mostrar el lugar y la gente tan "exótica" que visitaron. La foto es un trofeo y no el resultado de una experiencia más profunda. Basta con que un puñado lo haga, para desvirtuar la tradición de una población entera y fundar la avaricia en lugares donde antes no existía.

Los lugares turísticos.  El caso del volcán de Kawah Ijen es uno de los casos paradigmáticos del mal comportamiento de los turistas. Para quienes no saben qué es, pueden leer este artículo que escribí el año pasado. El cráter del volcán es un lugar espléndido en sí mismo, pero a diferencia de otros volcanes, este es principalmente un lugar de trabajo para mucha gente. Un lugar donde el trabajo es inhumano. Desafortunadamente, se ha vuelto también un destino turístico y miles de turistas lo visitan todo el año. Cuando estaba allí, me encontré con un grupo de turistas europeos, suizos y franceses. Estaban divertidísimos al pie del cráter tomándose fotos (y arriesgando su vida) e ignorando descaradamente a los mineros que pasaban a su lado. Mientras ellos posaban alegres para la foto obstruyendo el camino de los mineros que en chancletas, agotados, luego de un ascenso altamente peligroso, cargando 80kg de azufre en los hombros, debían detener su paso para pedirles por favor a los turistas que se salieran del paso. Muchas veces esta gente ni siquiera se corría y respondían en francés o en inglés ofuscados, a personas que no hablan más que un dialecto local.

 Podría seguir porque hay más ejemplos. Muchas organizaciones hoy en día consideran al turismo como una forma más de polución. Desde lo personal, mi búsqueda se aleja de los circuitos turísticos porque en ellos me resulta cada vez más difícil, tanto encontrar gente local genuina que quiera compartir momentos de su vida conmigo sin esperar dinero a cambio, como otros viajeros comprometidos con viajar responsablemente y en busca de aprender realmente de la experiencia.

En lo que a mí respecta, una atracción turística, sea un museo, un monumento, una playa, un edificio, etc, si bien interesante, no refleja ni una fracción de todo lo que un país tiene para ofrecer. A través de ellas, no se conoce al país, se conocen sus íconos. Yo estoy interesado en conocer los países por dentro, su gente, su idiosincrasia, sus diferentes modos de concebir la existencia y lidiar con ella. Teniendo en cuenta esto, la bicicleta es el medio que mejor se ajusta para que yo pueda descubrirlo de este modo. Es mi manera de viajar y de penetrar en una cultura, y es la que considero mejor para mí, porque es la que se ajusta a lo que yo busco. No tiene por qué ser la realidad última de todas las personas. Ciertamente no lo es, y celebro que así sea.

Finalmente, indistintamente del medio que uno elija para viajar, a la hora de hacerlo, empero, es esencial intentar reducir al máximo el impacto que uno tiene sobre la cultura local, respetándola, informándose antes, moviéndose con prudencia y humildad, sin intentar imponer la verdad de uno por sobre la de sus anfitriones. Con esta apertura de corazón y mente como base, todo es válido. Que todos podamos disfrutar en la medida que lo hagamos con educación, respeto y responsabilidad.

opinionNicolás Marino