No es fútbol, o es béisbol, baloncesto o cricket. En Filipinas, el deporte nacional no lo juegan los hombres sino las aves, son las peleas de gallos. Son rápidas y sucias, tardan solo unos segundos y siempre terminan inevitablemente con un contendiente que muere cruelmente. Las masas aplauden y apuestan y el perdedor regresa a casa listo para ser servido como cena.