A pocos kilómetros luego de salir del mato me volví a reencontrar una vez más con el océano atlántico en Benguela. Comenzaba una nueva etapa por este país del cual ya me había enamorado. Dejaba ya atrás la Angola de las tribus ancestrales y el clima árido para pasar a una Angola floreciente repartida asimétricamente entre rascacielos modernos acristalados y pobreza extrema. Un presente que tiene la disparidad necesaria para matar de un infarto repetidas veces a nuestro mismísimo Comandante Che Guevara de haber vivido para verlo. Retratado en las paredes de casi todo centro urbano angoleño, y símbolo de la lucha por los ideales de igualdad y justicia social, que en Angola alguna vez proclamaron sus actuales líderes en los tiempos de la independencia y la posterior guerra civil de 27 años de duración con el apoyo de Cuba, hoy su imagen icónica, como en muchos otros lados, no simboliza más que otro sueño que parece haber quedado enterrado bajo las patas de aquellos que añoran los excesos de poder y el dinero. Esa es la Angola que tenía por delante.
Que mullheres!!!
Mejor lugar no podría haber elegido para descansar varios días, luego de la a veces brutal travesía por el mato que me había conducido hasta allí. Habían pasado más de dos semanas desde que había cruzado la frontera, muy poco descanso y el cansancio ya me invitaba a un paso más relajado. Tan pronto como llegué a Benguela descubrí los dos aspectos más característicos que se repetirían una y otra vez a lo largo y ancho de toda mi experiencia en Angola. La primera es la dulce calidez y simpleza del pueblo angoleño. En la gente de este país percibo esa misma cualidad que ya había descubierto en Mozambique; una suerte de alegría interior y despreocupación por las cosas irrelevantes de la vida, sin importar de cuántas posesiones materiales se carezca. Aquí la gente baila en la costanera junto al mar, hace deportes en la calle, se respira un aire relajado, simpatía genuina, amistad.
La segunda es la belleza hipnotizante de las angoleñas. No sé si será porque efectivamente no había habido mujeres hermosas en casi todo Africa hasta el momento, o porque he pasado 3 años enamorado profundamente de la belleza de la persona que me había acompañado por la vida hasta hacía 7 meses atrás; cualquiera haya sido el caso, ya comenzando a dejar el dolor atrás, las angoleñas me eclipsaron. Es la gran sensualidad de su deslumbrante belleza física combinada con una simpatía natural y un encanto seductor, potenciado por la dulzura del lenguaje portugués, que las puede hacer revivir a un hombre en estado de coma, lo que me cautivó desde el primer día. Y mucho cuidado hube que tener porque no fueron pocas las veces que desde Benguela en adelante, casi me pego un palo con la bicicleta por darle libre albedrío a mis ojos al perderse en estas mujeres. Como también fueron muchos los días que tuve que sacudir la cabeza para seguir adelante y no quedarme coqueteando indefinidamente con alguna angoleña hermosa en alguna parada del camino. Así no llegaría ni en un año hasta el Congo!
Que mullheres!
Por eso, y quizás para no perder la coherencia por las angoleñas tan pronto, pasé mis días en la residencia de quién se convertiría casi en un abuelo angoleño para mí, mi adorable Padre Bongo, quién me ha cuidado y malcriado como a un nieto durante mi estadía en Benguela. Tuve el honor de ser invitado a la misa del domingo que él daba, donde dedicó varios minutos de la misma para presentarme, hablar de mi historia como ejemplo e hacerme hablar ante un público de unas 400 personas que estaban en la iglesia aquella mañana. Una experiencia que trasciende la religión, porque no tengo que ser católico para compartir un grato momento con quienes los son, en su momento especial de espiritualidad de la semana. Una vida sana se basa en el respeto y la tolerancia por las creencias de los otros y con todo mi corazón me abrí hacia una audencia de católicos angoleños, un momento hermoso que me llenó de felicidad.
De Benguela continué a lo largo del camino que conduce a Luanda por la costa del Atlántico, un camino fácil, a veces con bastante tráfico, pero sobre todo con mucha gente adorable, y mujeres preciosas -
ayyyy que mulheres!! -
Ya lo dije, no?! De detenerme en cualquier lugar a comprarme algo para beber, no lo pagaría porque siempre alguien presente me lo invitaría. Al pedalear, una y otra vez, un eco sonaba a mi alrededor al pasar por los pueblos o desde los vehículos que me adelantaban, la gente exclamaba efusivamente - FORÇA AMIGO!! - al verme pasar. Qué país magnífico, qué cómodo me siento aquí! Disfruté inmensamente aquellos días porque a pesar de ser aburridos desde la adrenalina, la gente me acarició el corazón una y otra vez
de uno u otro modo, y entre tanto, en el camino me divertía con cosas más simples como detenerme a jugar con alguna de las tantas víboras con las que me encontraba.
Los pueblos y pequeñas ciudades en camino a Luanda no son más que versiones reducidas de lo que vería potenciado al extremo en la capital, la pobreza material. Las fabelas que se extienden de a varios kilómetros a la vez, decoran el horizonte de toda urbanización angoleña; la falta de infraestructura básica, electricidad, agua corriente, cloaca, son constantes. Y aún así, hay una dignidad profunda que prevalece el espíritu de la gente que, a pesar de la adversidad, sonríe radiante en la vida como si no les faltara nada! Porque... ¿ acaso no es que justamente lo tienen todo si son capaces de ser felices teniendo nada material? No hay dignidad alguna en la pobreza pero no por eso se pierde necesariamente la dignidad, como me enseña el pueblo angoleño todos los días.
Fue en los últimos 100 km antes de Luanda, ya bien pegado al océano atlántico en la hermosa localidad costera de Cabo Ledo donde advertiría el brutal contraste que estaría por vivenciar en la capital. De repente, una ráfaga me pasa a una velocidad muy inusual, o bien inexistente en Africa, serían no menos de 180 km/h quizás 200, era un Porsche Carrera plateado como una bala, y esta definitivamente no era laAutobahn!. A pesar de la velocidad me es fácil reconocer a un coche por el que tengo fascinación desde pequeño. No mucho más tarde un Maserati seguido de un Jaguar, seguidos durante el resto del día por una tras otra y tras otra 4x4 de lujo, Landcruisers, Patrols, Cayennes, Pajeros, etc, no los modelos básicos sino los más onerosos. Sí, era claro que ya estaba por llegar a la famosa Luanda, capital del despilfarro y costos de ciencia ficción, pero no antesde parar a disfrutar de una de las impresionantes vistas del atlántico desde los acantilados en forma de cañón, y claro, de más angoleñas -que mulheres!!! - sí, ya lo dije!