Estos días de descanso en Tangier me llevan necesariamente a profundos momentos de reflexión. Mirando hacia atrás, es casi imposible expresar en palabras lo que siento luego de estos 4 años de viaje. Específicamente, tras los últimos dos años y medio en África, que encapsularon el tipo de vivencias capaces de marcar un antes y un después en mi vida. La cantidad de experiencias grabadas en mi memoria es inconmensurable y es quizás esto lo más frustrante. Porque más allá de un puñado de momentos salientes (sea por lo bueno y/o por lo malo) que recordaré para siempre, la mayor porción de ellos quedará en rincones escondidos de mi memoria. Algunos puede que afloren al azar, producto de determinados disparadores que surjan en el futuro, pero lo más probable es que olvide la mayoría de ellos. Sin embargo, una vez que los cambios se produjeron, no hay vuelta atrás.
Es el final de esta ruta africana, que a lo largo de estos 870 días fue injertando poco a poco a este continente debajo de mi piel. Dentro de este complejo entretejido de órganos, articulaciones, vasos, tejidos, circuitos neuronales, y su conciencia asociada, ocurre una mezcla salvaje y caótica de vibraciones. El espectro va desde la emoción y la alegría corporeizadas hasta la conmoción misma que me inunda los ojos de lágrimas y me anuda el cuello. Con todo esto encima, aquí estoy, 55.000 km más tarde desde que salí de casa en Chengdu, y unos 41.000 km desde que salí de El Cairo. A lo largo de este camino que se volvió mi vida he pasado todo lo que imaginaba, y lo que no imaginaba también. Esta aventura africana ha sido la montaña rusa más emocionante y aleccionadora de mi vida hasta el momento. Me entretuvo, me alegró, me divirtió y me llenó de felicidad, tanto como me vapuleó, zamarreó, disgustó y proveyó de buenas dosis de tristeza también.
En retrospectiva, siento que he crecido mucho, aunque como todos los adultos sabemos, el aprendizaje no es solo producto de los aciertos y de los grandes momentos. Por un lado, atesoro lecciones que sin dudas marcaron (sin darme cuenta) un antes y un después en mi vida, del que solo podré hablar con el pasar del tiempo. Por el otro, también he perdido cosas muy importantes para mí, tal como si la vida buscara encontrar un equilibrio perfecto. La realidad es que cada decisión que tomamos implica necesariamente la renuncia a una cantidad innumerable de otras opciones que se nos presentan a cada momento. El amor a vivir de esta forma, el amor por el mundo, me ha traído experiencias magníficas y personas maravillosas a mi vida, a cambio de dejar muchas otras atrás. Sumando a esto, una cuota de grandes errores y desinteligencias que cometí, me llevaron a perder en el camino a Julia, la persona más valiosa que podría haber tenido como compañera de vida hasta el momento. Más allá de todas las ganancias que me ha dado el camino, esta pérdida ha dejado una herida abierta que aún hoy, año y medio más tarde, intento tapar y sanar como puedo. He probado la negación, la reafirmación positiva, el bloqueo con otras personas, perdonarme y más, pero nada parece tener efecto. Es una tarea que tendré que seguir elaborando a lo largo de los meses que le siguen a esta aventura.
Entregarse a esta vida me fuerza a exponerme cara a cara ante la realidad inexorable de la incertidumbre, aunque quiero ser claro, no es que fuera de esta vida uno esté en la certidumbre. No es una elección que las cosas sean certeras o no. Nada es certero más allá de la inevitabilidad de la muerte y el desconocimiento de cuándo y cómo ocurrirá. Por eso volviendo al punto que quiero transmitir, hay circunstancias en las que estamos mejor expuestos para no adormecernos en la ilusión de que de algún modo tenemos control y certeza sobre nuestra vida. Nunca lo tenemos y vivir así, hace que estar presente y atento a esta realidad, me resulte más fácil. Vivir sin saber dónde voy a dormir cada noche, dónde y qué comeré, en dónde estaré en tres días o tres meses, me sabe a una vida más real que la de vivir bajo el auto-engaño de la certidumbre. Solo por tener un techo seguro y creer que sabemos lo que haremos mañana no significa que las cosas resultarán como pensamos.
Todavía no veo en el horizonte el final de este viaje, aunque presiento el final de África es sin dudas el gran punto de inflexión. En estos días, durante mis paseos a lo largo de la costanera de Tangier, mientras gozo de las vistas del Mediterráneo, me sumerjo en profundas reflexiones. El problema de las experiencias transformadoras es que solo las entendemos cuando la transformación ya ha ocurrido. Uno no puede entender esto desde afuera, y cuando uno finalmente lo entiende es cuando ya no hay vuelta atrás.
De esta manera, es imposible predecir hoy el impacto que esta experiencia tendrá en mi vida futura. Sin dudas tendré que dejar que pase el tiempo. De a poco iré percibiendo el grado y la profundidad de lo que esta acumulación de experiencias ha provocado en mí y de qué manera influirá en mis decisiones futuras. Dado que debo esperar, seguiré caminando por aquí, disfrutando de la magia de este clima mediterráneo perfecto de mayo. Afortunadamente, tengo la grata compañía de Francis y su mujer, quienes me alojaron en Zhuhai a tan solo un mes de haber emprendido este viaje en 2012. En los cuatro años que transcurrieron en el medio, yo pedaleé desde ese extremo del planeta y ellos se mudaron aquí. Coincidencia como pocas. Es increíble y emocionante haber estado con ellos al principio de este viaje, y ahora en la sección final del mismo. Su compañía es invaluable para mí.
Puede que no le encuentren mucho sentido a todo este discurso, pero incluso apreciando con profunda gratitud a todos aquellos de ustedes que están leyendo, estas palabras son en principio para mí solamente. Haciéndolas públicas, estoy compartiendo abiertamente la clase de pensamientos y reflexiones que afloran en mi mente por estos días. Estoy pensando en voz alta y abriéndoles una ventana a la mente de un aventurero más allá de los relatos de viaje que vengo contando.
Si bien la claridad del día y los cielos inmaculados me permiten ver con claridad la costa de España al otro lado del mar, no es el momento aún de cruzar. Luego de este descanso, dejaré mi bici en lo de Francis, y me tomaré el tren hasta Casablanca para esperar la llegada de mi papá que viene por tercera vez a visitarme en este viaje. Estoy ansioso de verlo en este momento tan emotivo y llevarlo a viajar un poco por este último país de África que crucé.