Nicolás Marino Photographer - Adventure traveler

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El camino del medio

Me van a decapitar en menos de dos días. Me van a secuestrar, disparar, robar, violar y trozar en pedacitos para vender mis órganos en el mercado asiático. Este es un breve listado de alguna de las cosas que me dijeron que me van a ocurrir una vez que cruce la frontera que tengo delante mío. Estoy en tierra de nadie con el sello de salida de Camerún en mi pasaporte. El momento ha llegado finalmente y no hay vuelta atrás. Estoy en las puertas de Nigeria, y la gran mayoría de estas cosas no las he oído solo en los medios, sino de los mismísimos africanos en toda Africa. Como si no alcanzara con eso, también he leído malas experiencias de varios ciclistas que atravesaron el país en los últimos años.

A medida que cruzo el puente avanzando hacia el puesto de migraciones de Ekok en un día radiante, tengo nervios corriendo por mis venas. No sé qué esperar, pero dentro de la vorágine que transcurre por mi cabeza me prometo dos cosas a mí mismo. La primera es usar todas mis energías para cruzar el país lo más rápido que pueda y dejarlo atrás lo antes posible. La segunda es no hacerme el valiente y empecinarme en cruzarlo en bicicleta a toda costa. Si mi sentido común dice que me encuentro en peligro, entonces me subo con todas mis cosas al primer autobus que me lleve hasta Lagos. No tengo nada que probarle a nadie y la gente que me quiere en este mundo es más importante que engordar mi ego. Con ese pensamiento llego al puesto de migración con pasaporte en mano.

 Entro con una sonrisa saludando a todos allí porque hace tiempo que no me encuentro en una frontera tan populosa. El interés por mí es inmediato y la calidez y el buen humor de los oficiales es tal que me descoloca al tiempo que me reconforta. El oficial de inmigración que tiene mi pasaporte, me habla de todo sin cesar con la simpatía de un amigo de toda la vida. Me pregunta cálidamente: ¿Cuánto tiempo piensas quedarte en Nigeria? a lo que le respondo que como viajo en bicicleta calculo que necesitaré unas dos semanas al menos para cruzar el país hasta Benín. ¿2 semanas? - Repite. -Sí, Calculo que sí- le respondo sin pensarlo mucho ya que de todas formas mi visa es válida por 30 días.

 Ya con el sello en el pasaporte, antes de partir les pregunto a los oficiales sobre la situación de seguridad en el país y me reafirman que todo está tranquilo en el sur, que sólo el norte sigue en conflicto con Boko Haram, pero que eso está muy lejos y no tengo nada de preocuparme. Entre eso y la mismísima calidez de ellos, pues comienzo a rodar por Nigeria con una sonrisa, aunque sin fiarme aún. 

En este país de casi 190 millones de habitantes, una población comparable a la de Brasil pero en tan solo una fracción de su tamaño, decidí armar mi ruta manteniéndome al margen de los grandes corredores sobrepoblados del sur y lejos de las zonas en conflicto del norte. Supuse que este, el camino del medio, me llevaría a lo largo de redes de caminos rurales más tranquilos y así poder evitar las caóticas ciudades del país cuya reputación es nefasta. 

Por allí es por donde comienzo a rodar por Nigeria, donde mucho antes de que pueda siquiera comenzar a reparar en su gente, hay algo que salta a la vista sobre todo lo demás. Es imposible de ignorarlo porque es simplemente abrumador. Al poco tiempo de entrar en este país descubro que el paisaje urbano nigeriano es principalmente una colección interminable de carteles ofreciendo y prometiendo la Divina Salvación, la salida definitiva de la pobreza, la sanación de todas las enfermedades terminales, y todo tipo de extravagancias que superan la imaginación. Aquí es el evangelismo de fantasía al extremo, encabezado por un batallón de innumerables auto proclamados pastores, el que manda. Las instituciones tradicionales como la iglesia católica quedan reducidas a meros teatros abandonados. La cantidad de iglesias clandestinas que hay en Nigeria es tal, que bien podría dejar a las FIlipinas reducida a un país de ateos. Nunca he visto algo semejante y los nombres y slogans que las definen son una invitación tanto a la risa como a la indignación.

Entre medio de este delirio religioso, poco a poco comienzo a darme cuenta de que recibo hermosas sonrisas de toda la gente que me voy cruzando en el camino, pero ante todo, una intensa curiosidad. Les devuelvo el gesto sonriendo con la misma voluntad pero no me quiero confiar porque puede ser tan solo una falsa ilusión del comienzo, como ya nos había ocurrido en Etiopía junto a Julia. Pero las horas y los días pasan y por estos, mayormente tranquilos caminos rurales, la gente me reconforta cada día un poquito más.

Tanto en los pueblos, como en las ciudades, los nigerianos se empiezan a meter en mi corazón con esa energía brillante que me muestran todos los días. Una energía tan positiva y también tan intensa, que confieso que pocas veces he sentido con tanta profunidad hasta el momento. Donde quiera que pare atraigo hordas de curiosos, ávidos de conversar y preguntarme cosas. Estamos en la era de los celulares baratos y todos quieren una foto conmigo hasta el punto de hacerme sentir casi como una estrella de cine.

La energía me contagia y con ella mis miedos se van derribando uno por uno hasta hacerme sentir completamente cómodo. En cada lugar que me detengo, sea a comer, a beber algo o a tomar un descanso, la gente se acerca con risas, sonrisas, con bromas, buen humor y cariño a preguntarme cosas. Una parada de descanso deriva en una invitación a almorzar, o una montaña de frutas y snacks de regalo para el camino, o una afable charla con los vendedores de los puestos.

En los múltiples controles militares y policiales a lo largo del camino, a veces tan próximos entre sí como tan solo 10 km, los policías y militares nigerianos sí hacen justa fe a su fama. En todos y cada uno de ellos me piden dinero de una u otra forma. Sin embargo, lo más gracioso es que al poco rato, todos parecen verse superados por la fascinación y la curiosidad y en cada control, lo que comienza con una invitación al soborno, termina en una divertida charla de amigos. Policías armados hasta los dientes con ametralladoras que devienen en niños curiosos, preguntándome todo con un sinfín de "por qués". Aquellos que se encuentran en el control al otro lado del camino rápidamente se acercan para venir chusmear. Cada uno de ellos quiere una foto conmigo, y cada uno con su propio celular y así van rotando entre ellos pasándose los teléfonos y poniéndose a mi lado para posar. Yo estoy encantado, pero llega un punto en que ya no puedo detenerme en cada control 20 minutos para charlar y debo cortarles el entusiasmo, porque sino terminaré de cruzar Nigeria en 3 meses.

 A pesar de que las experiencias positivas se suman unas sobre otras todos los días, al punto de perder el miedo totalmente y adorar a los nigerianos, no detengo la marcha en ningún momento. No quiero bajar la guardia tampoco porque la reputación del país tampoco puede ser completamente un mito, por lo tanto procuro llegar a un pueblo siempre antes de que oscurezca y encontrar un lugar seguro para dormir. A diferencia de otros países, aquí sí es más difícil encontrar lugares donde me permitan quedarme. Por un lado la sobrepoblación no deja espacios libres suficientes como para acampar y sentirse seguro durante la noche, y por otro, la desconfianza general debido al conflicto de Boko Haram es una realidad que lleva a la gente a ser menos abierta a darte un lugar en sus casas. Por eso busco siempre hoteles baratos, generalmente burdeles, donde poder pasar la noche, pero aún así en muchos les cuesta superar las sospechas sobre mí.

 A pesar de todo, me siento plenamente feliz cruzando Nigeria aunque igualmente confundido debido al brutal contraste entre lo que se dice de Nigeria y lo que yo estoy experimentando todos los días en este país entre su gente. Mi confusión es enorme y en mi cabeza, las preguntas ampliamente superan a las respuestas a medida que avanzo. Esta es la clase de dilemas que uno enfrenta al viajar, cuando las experiencias personales de todos los días, contradicen los rumores y estereotipos que uno se había formado.

La primera semana, hasta llegar a mi primer encuentro con el grandioso río Níger, pasa en un abrir y cerrar de ojos, pero estoy haciendo un esfuerzo titánico para cruzar el país sin hacer descanso y mis infecciones no sanan. Tengo las piernas todas inflamadas y con profundo dolor. Peor aún, he desarrollado impetigo. Ahora, una nueva infección me aparece en cada lugar que me toco luego de tocarme una de las heridas abiertas existentes. Necesito seguir avanzando lo más que pueda para llegar a Lagos y buscar tratamiento, soy consciente de que esto ya no sanará con tan solo limpiarme las heridas.

Por otra parte, afortunadamente he ganado la suficiente confianza como para creer que todo estará bien en Nigeria. El camino del medio ha resultado excelente para avanzar sobre este país. Sin embargo, las cosas cambiarían sensiblemente al cruzar el Níger, a veces para mejor, y otras no tanto.