Nicolás Marino Photographer - Adventure traveler

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La selva detrás, el miedo delante

Han pasado 5 días de emociones fuertes en la capital, entre burocracias infames, exorcismos diabólicos, mecánica de bicicleta, sanación del cuerpo, transformaciones estéticas y poco descanso. Sigo sosteniéndome a duras penas con las piernas infectadas y medio cráneo entumecido sin ánimos aparentes de despertar en el futuro cercano. ¿Cómo he llegado a este punto? No lo sé, pero no puedo negar que mi estado de ánimo es excepcional y supongo que eso es una señal de que la constante alimentación de mejor calidad está comenzando a surtir efecto. Estoy alegre y lleno de entusiasmo cuando me despido de Ernestine y sus vecinos del quartier (barrio bajo) para volver a la ruta.

 El cambio a tan solo pocos días de salir de Yaoundé es radical. A medida que asciendo por las montañas hacia el noroeste, el entorno se transforma una vez más. Son cambios que ya experimenté muchas veces al transitar los estrechos que me llevan de una región climática y geográfica a otra, pero que aún así, nunca dejan de darme ese hermoso cosquilleo que provocan el final de una etapa y el comienzo de una nueva. Aunque debo reconocer que a esta mezcla usualmente dulce de sabores, se le agrega ahora un picante muy fuerte. Voy camino a Nigeria, el país con la peor reputación de todo Africa y actualmente entre los que peor publicidad reciben en el mundo entero. Miento si digo que, a pesar de mi entusiasmo, no hay una ansiedad y preocupación subyacentes que me quitan el sueño todos los días, aún siendo una persona que no se intimida fácilmente.

La temperatura y la humedad bajan drásticamente y llevo tanto tiempo en el trópico que me vuelvo muy sensible al frío. La lluvia continúa todos los días como en las últimas semanas pero ahora, pasados los 1600 metros sobre el nivel del mar, tiemblo del frío al pedalear empapado. El paisaje pasa de la exhuberante vegetación tropical, al bosque seco de montaña. Es como entrar en otro país. Del mismo modo, esta parte anglófona de Camerún, es totalmente diferente a la francófona. Por algún motivo, aquí la gente es muchísimo más amable y educada. Hasta Yaoundé, mis experiencias se habían divido 50-50 entre gente bruta que me confrontaba con ánimos de provocar, y gente adorable y de buen corazón como en casi todo Africa. Aquí la balanza se vuelve a inclinar por estos últimos, por eso recibo este cambio con los brazos abiertos.

Las ciudades y pueblos, por su parte, siguen siendo igual de feos estéticamente, pero están llenos de vida y de colores que vibran cuando el sol brilla sobre los vestidos de las mujeres, las decenas de frutas exóticas desbordando sobre las mesas, la tierra roja y el verde del bosque. Sin embargo, no son sólo los colores y el bullicio los que traen vida sino también la música y la cerveza, que es el fluído principal que corre por las venas de los camerunenses, en este país donde la misma es más barata que el agua. Mujeres y hombres beben día y noche en las decenas de bares y cantinas de los pueblos y, curiosamente, a diferencia de muchos otros países, aquí nadie parece estar realmente ebrio.

A pesar del frío intenso de las mañanas y las temperaturas templadas del día, es hermoso volver a sentir la piel seca sabiendo que el tórrido calor tropical va quedando finalmente atrás. Este clima más benévolo compensa la dureza de la vuelta a las largas horas de pedalear cuesta arriba en la montaña. Voy despacio y sin apuros, subiendo y bajando, hasta alcanzar un máximo de 2000 metros de altura, algo que se siente muy raro en esta parte de Africa. Me mantengo en el sillín lo más que puedo, porque durante estos días también compruebo que caminar me resulta cada vez más doloroso. Para cuando llego a Bamenda, luego de 7 días pedaleando entre 8 y 9 horas al día, apenas me puedo mantener en pie del dolor.

La ciudad goza de un microclima magnífico y allí decido descansar durante dos días espléndidos, junto a las chicas de la ONG alemana Brot für die Welt (Pan para el mundo) quienes me invitan a quedarme en su casa y proveerme de desinfectantes y material esterilizado alemán de alta calidad. Esto me ayuda a contener el proceso infeccioso, pero ya cuento con 7 heridas abiertas con pus, a veces gusanos, y profundamente dolorosas, que nunca sanan. Mis tobillos están tan inflamados alrededor de ellas que ya perdieron su forma. Pararme y caminar es un desafío. Sólo puedo hacerlo cuando el dolor es tal que dejo de sentir.


Como si no fuera suficiente, mis nervios se acrecentan sabiendo que estoy a tan sólo dos días de la frontera nigeriana. No sé si el motivo real por el cual quedarme en Bamenda es el de sanar las heridas o el de querer demorar lo más que pueda llegar al crucial momento de comenzar a cruzar Nigeria. Lo que sí sé, es que tarde o temprano debo enfrentarlo, por eso, a pesar de las infecciones, decido no quedarme más tiempo y emprender la partida. Paso mi última noche en Camerún en la iglesia de Mamfé, el último pueblo del país, junto al afectuoso Padre Patrick. La mañana antes de partir hacia Ekok, cuando mi ansiedad se refleja en el largo de mis uñas, el obispo viene de visita a la iglesia. Yo no soy cristiano, no creo en ningún dios, ni tampoco soy supersticioso, pero sí valoro las bendiciones de aquellos cuyas creencias los llevan a dar amor y compasión incondicional hacia los demás. El obispo me regala un rosario y un crucifijo que fijo al manillar. Cuando ya estoy subido a la bici, los bendice a ellos y me bendice a mí para que todo me salga bien en Nigeria. Acepto de corazón sus buenos deseos y me despido de todos. Ahora así, estoy listo.

Adiós Camerún

Me voy de Camerún con sentimientos encontrados. No ha sido un país fácil de cruzar. Por un lado llegué aquí muy contento, luego de meses de emociones fuertes, viviendo al extremo cruzando la selva, pero por el otro, como era de esperarse, mi cuerpo comenzó a pasarme factura luego de tanto abuso. A las durezas de los caminos remotos del sureste del país, se sumó una parte de los camerunenses que no resultaban los más agradables. Todas esas experiencias se vieron compensadas por caminos más fáciles y gente mayormente amable hacia el centro y noroeste del país. Paralelamente, alimentarme mejor y más seguido comenzó a hacer efecto durante mis días allí.

Me es difícil ser objetivo en mi conclusión final sobre Camerún, porque muchas situaciones que pasé probablemente estuvieron teñidas de un color opaco por mi propio agotamiento. Estoy totalmente convencido de que el estado de ánimo de uno mismo contribuye mayoritariamente al modo en el que nos relacionamos con las experiencias, el mundo y los demás. Ahora bien, dentro de un mismo contexto de cansancio, ha habido claramente diferencias entre los momentos buenos y no tan buenos con la gente, por eso, la realidad objetiva yace siempre en algún punto medio. Teniendo esto en cuenta, Camerún no ha sido el país más fácil de Africa, pero aún así, es un país del que me llevó un muy lindo recuerdo y al que no tendría problema en volver.