Nicolás Marino Photographer - Adventure traveler

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Noches de selva

Las noches en la selva son siempre especiales. Es como cuando vamos a un teatro y en el momento previo a comenzar la función apagan las luces y todo queda en la más absoluta oscuridad. Nosotros, los espectadores, en ese momento nos llenamos de excitación y entusiasmo por lo que está por venir. En la selva, cuando las luces se apagan, no sólo no hay luz sino que tampoco hay silencio. La ausencia de estímulos visuales hace que resalten las vibraciones de los sonidos de la sinfonía nocturna de bichos a nuestro alrededor. Es tan intensa que estremece. No hay nada para ver, sólo escuchar.  Mientras tanto los árboles y las plantas contribuyen a la magia liberando el oxígeno que enfría el aire usualmente tórrido del trópico.

En la aldea, la vida continúa normalmente durante la noche. Los Bayaka se reúnen desde poco antes que oscurezca. Sentados aquí y allá en grupos, mientras organizan los frutos de la recolección del día, chismean, conversan y ríen. Las mujeres van y vienen con sus canastas y los niños ayudan a preparar la comida. Cuando cae finalmente la noche, la única luz que queda es la débil luz de aquellas pequeñas fogatas donde cada familia está reunida cocinando.

En la casa de Louie y los vecinos de alrededor estamos de bonanza. Hoy comeremos el duiker azul que han cazado durante la expedición del día. También tenemos un montón de hojas de coco (una hoja comestible que nada tiene que ver con la fruta coco), hongos, el omnipresente manioc y una sorpresa que no esperaba: una canasta llena de panales rebalsando de miel que nos han traído unos vecinos.

Todos menos los hombres contribuyen a la cocina. Toto, Mame y otros niños destripan inescrupulosamente al pequeño antílope. Para ellos, no es más que comida y no hay conexión alguna con la de un ser vivo. Los diferentes trozos del animal se reparten entre varias familias, todo se comparte. Sentadas en la penumbra alrededor de una lámpara de aceite, Esanga y Ngodi luego le quitan la piel y cortan los pedazos de carne, pelan ajos y otras verduras. Agathi prepara una cacerola llena de manioc y la salsa de hojas de coco de color verde bien oscuro donde se guisa la carne.

Dentro de la casa, iluminada con la ténue luz de una lámpara solar, Louie está concentrado en su lectura, escuchando música clásica en bajo volúmen mientras que con la tranquilidad de un monje, le da forma a un largo cigarro de marihuana. En el otro extremo de su mesa estoy con Toto y Mame sentados encima mío mientras les leo un cuento usando mi lámpara frontal. Claro que no entienden ni una palabra de lo que les digo pero es un momento que disfrutamos muchísimolos tres, casi como si fueran mis sobrinos.

Cuando la comida está lista, nos sentamos en el piso en la penumbra alrededor de una pequeña lámpara de aceite, que con su fuego oscilante hace danzar a las sombras sobre las paredes de madera de la pequeña habitación y revela diferentes fragmentos de nuestras caras y cuerpos dejando invisible al resto. Será por el hambre que tenemos todos luego de un largo día en el que usamos todas nuestras energías, que comemos mayormente en silencio, con el sonido de la selva de fondo. Es un momento mágico en el que siento a Louie, Agathi, Mame y Toto como a mi familia.

Luego de la cena viene el postre, el más magnífico postre que puedo haber imaginado. Los Bayaka, especialmente las mujeres, son adictos a la dulzura de la miel. Los hombres la obtienen directamente de las colmenas situadas en agujeros dentro de los troncos de la copa de los árboles. Para llegar allí arriesgan su vida, trepando hasta 40 o 50 metros de altura con pies y manos y sin arnés de ningún tipo, con una canasta a cuestas. Desde abajo, los niños y las mujeres que acompañan, queman hojas para generar humo que aleje a las abejas temporalmente de la colmena. Cuando el hombre llega a la cima, se encuentra rodeado de un infernal enjambre de abejas irritadas. Sentado en un rama con los pies en el vacío a 40 metros de altura, estas lo pican inescrupulosamente una y otra vez, mientras introduce su mano en la colmena para extraer grandes pedazos de panal chorreando del irresistible néctar dorado. Muchos Bayaka mueren todos los años al caer desde las copas de los árboles, pero ellos lo hacen por un sólo motivo: sus mujeres. Ellas se pone de muy mal humor cuando ellos no les traen miel. Si esto no es una muestra de amor (o de miedo) entonces ¿qué es?

Nunca he sido especialmente fanático de la miel, hasta el día que probé esta miel, directamente extraída del panal y entendí lo que es la miel de verdad. Aquí la comemos directamente introduciendo el panal en nuestra boca. Al comprimirlo entre la lengua y el paladar, este se deshace con la blandura de un papel, volviéndose un pequeño bollito cuando toda la miel empalagosa inunda de sabor nuestra boca. El manjar es indescriptible y cuando expreso mi asombro absoluto como resultado de lo que estoy sintiendo, Louie me dice: - "¿Y sabés qué es lo mejor? Que nunca un panal sabe igual al otro, el sabor cambia todo el tiempo y siempre es delicioso". Algo que pude comprobar durante todos los días siguientes al degustar mieles provenientes de diferentes colmenas. Pocas cosas me serán tan difíciles de olvidar como el mágico sabor de esta miel.

Una día más ha llegado a su fin. La selva abruma a los estímulos. Me voy a mi mosquitera iluminando el oscuro camino con mi frontal y me acuesto tranquilo porque sé que la melodía nocturna me dormirá como a un niño. Nunca creí que despertaría pocas horas más tardes en la madrugada cuando sentiría ruidos y vería luces de linterna en la casa de Louie. No entedía que pasaba por eso procedí a acercarme. Eran las 4 am y la casa entera apestaba a gasolina. Había una invasión. Louie me explicó que había entrado un pelotón de hormigas legionarias, aquellas que me muerden todo le día cuando marcho por la selva, y se habían devorado al puercoespín entero que íbamos a comer mañana. En tan sólo unas pocas horas, dejaron tan sólo los huesos. Tal es el poder de acción conjunta de estas hormigas, a quienes los Bayaka expulsan rociando gasolina.

Al cabo de un rato me volví a la mosquitera a dormir. He dicho al comienzo que las noches en la selva son especiales. Cada noche es distinta, y cada noche es especial. Cada noche es inesperada. Mañana me voy por algunos días a conocer al tercer extranjero que vive en este remoto lugar en el fin del mundo, Rod, un sudafricano que me hizo llegar una invitación para pasar unos días en su hotel, varios kilómetros río arriba. Con él, su mujer y unos amigos invitados pasaré un tiempo hasta volver con mi familia Bayaka.