Cabinda es una peca de Angola encerrada entre el la República del Congo y la R.D.Congo. Quedó separada del país cuando por un tratado, Angola le cedió una estrecha franja a la R.D Congo para que tuviera salida al mar, a cambio de una concesión de tierras que esta última le daría a Angola al otro lado del país. En la aislada Cabinda no hay nada más que petróleo explotado por las grandes corporaciones petroleras, pobreza y la selva de Mayombé.
En mi primer, y originalmente único día que pasaría en esta peca, un inesperado mensaje me llegó por Facebook. Era de una doctora argentina que por contactos de contactos se enteró que yo era un argentino que viajaba en bicicleta y que ahora mismo estaba cruzando Angola, país al que ella se había mudado hacía tan sólo 3 semanas, y era precisamente a Cabinda donde se había ido a vivir. Me contactó para ofrecerme cualquier cosa que necesitara, así que esa misma noche conocí a Sil en su nueva casa, como también a los otros dos médicos argentinos colegas de ella que trabajan allí.
Sil(vina), es médica pediatra egresada con medalla de oro y posteriormente residente y jefa de residentes en el hospital pediátrico más importante de Buenos Aires. Dada su capacidad y su currículum, bien podría estar amasando buenas fortunas con la medicina de estos días, la que poco tiene que ver con curar y mucho con lucrar. Sin embargo, Sil decidió seguir su verdadera vocación y dedicarse a lo que más la mueve en su vida, que es una profunda necesidad de sanar a sus "pacientitos".
Luego de varios años de ejercer en Buenos Aires, la vida la llevó a Africa, primero através de la ONU a Guinea Bissau, y ahora con una ONG estadounidense a Cabinda, esta provincia angoleña tan pequeña como su natal Tucumán. Allí se dedica a tratar niños con una terrible enfermedad llamada anemia falciforme, una condición de la sangre exclusiva de los africanos en la que los glóbulos rojos adquieren la forma de una hoz (de ahí su nombre en inglés "sickle cell aenemia") impidiéndoles fluir libremente por el sistema circulatorio.
Con una tasa de mortalidad del 80% en menores de 5 años, un sufrimiento espantoso para los que la sufren y sin tratamiento local alguno, a menos que sea cedido por los países ricos, es una de las enfermedades menos divulgadas de Africa y que causa miles de muertes anualmente a quienes no tienen la dicha de recibir ayuda externa. Pero más aún, la dicha de tener atención de primera calidad como la de Sil, una persona con la que basta ir al hospital a verla trabajar para ver el amor que emana por sus pacientes y ver el efecto positivo que ese amor tiene en aquellos pequeñitos a los que está contribuyendo a darles un futuro con el que sin ella quizás nunca podrían siquiera soñar.
En un mundo donde lo que mayormente predomina es la gente viviendo en diferentes grados de infelicidad ( o felicidad aparente), haciendo trabajos que van desde la mera conveniencia económica hasta por la fuerza o la inercia, encontrar a alguien que experimenta una genuina felicidad interna por hacer lo que hace, es una bocanada de aire fresco en un mundo intoxicado por la fiebre del dinero, la acumulación de posesiones materiales y la insatisfacción eterna.
Sil es un claro ejemplo de que vivir dedicado a lo que uno ama hacer con devoción es lo único que nos puede asegurar la felicidad, como así también permitir que despleguemos nuestro verdadero potencial humano. No menos relevante es el hecho de que aporta la energía necesaria para sobrevivir en entornos tan complejos y adversos como los que enfrenta Sil en Africa, donde su trabajo de médica es tan sólo una pequeña porción de la larga sucesión de tareas extras frustrantes que tiene que llevar a cabo todos los días y que nada tienen que ver con la medicina.
Lo he dicho varias veces y es bueno recordarlo, el mayor regalo de viajar por el mundo en bicicleta es la gente maravillosa que el camino me regala, y Sil está entre los más grandes regalos que he recibido en todos estos años. Es por gente como ella por quien me quito el sombrero con la más profunda admiración y respeto, y ojalá el mundo en el que vivimos fomentara más el vivir una vida dedicada a lo que uno ama hacery sea dignamente recompensado por eso, y no a lo que más renta genera.
Lo que inicialmente sería una pasada rápida de un día por Cabinda, se volvieron rápidamente 10, hasta que crucé al Congo en el último día de validez de mi visa angoleña, en la última hora antes de que cierre la frontera.