Nicolás Marino Photographer - Adventure traveler

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Luanda la injusta

Mi primer contacto con Angola había ocurrido hacía 5 años, en el año 2010, cuando mi jefe del estudio para el que trabajaba en Chengdu, China, me puso a cargo del proyecto de un edificio de oficinas en Luanda para un desarrollador chino allí. En ese momento no logré viajar al país para poder entender el sitio de la obra, así que me tuve que limitar a "conocer" Luanda através de las imágenes satelitáles en Google Earth. En aquellos días, lo que las imágenes mostraban, era mayormente una gran masa aglomerada de barrios pobres comprimidos y los primeros edificios altos que afloraban de la superficie. Tal era el contraste, que como arquitecto me resultaba absurdo, casi una aberración, estar diseñando un edificio acristalado de 30 pisos rodeado de una gran masa de casas de cartón. El proyecto nunca se construiría, y pasarían 5 años hasta que entrara rodando a Luanda en bicicleta y pudiera ver a esta ciudad sobre la costa del Atlántico, transformada en una especie de Miami horripilante de estilo africano, portugués aunque mayormente Made in China. 

 Luanda, desconocida por muchos, es paradigma del exceso, la corrupción, el despilfarro y la desigualdad social al extremo. Luanda es la hija de años consecutivos de especulación obscena con el precio del oro negro, el cual abunda en las costas del norte de Angola, los diamantes, el oro y los contratos millonarios corruptos principalmente entre China y el gobierno. De ellos, sólo la familia y los amigos de su presidente de término sin fin, Eduardo Dos Santos, son benefactores. Difícil de olvidar es aquel año en el que vino de visita a China, y el rumor oficial fue que mientras Edu visitaba a Hu Jintao, su mujer, aburrida sin fin, se había ido a Hong Kong de shopping donde entre otras cosas, gastó 1 millón de dólares en Louis Vuiton. 

 Consistentemente ubicada entre las tres ciudades más caras del mundo en los últimos 5 años (la más cara en 2014 seguida por Ginebra y Hong Kong) los alquileres más económicos en Luanda arrancan en los 5000 dólares por mes, por un apartamento nuevo de 2 habitaciones (unos 100 m2) en un barrio periférico, cuyo costo suele rondar los 3 millones de dólares. En distritos centrales o con vista al mar, el precio se dispara rápidamente a los 12.000 usd por mes. Paralelamente, una habitación en un hotel mugriento de 2 estrellas no baja de 250 usd la noche, y una cena en un restaurante de standard no africano ronda los 50-70 usd por cabeza.

 De necesitar atención médica mejor tener seguro: la noche de hospitalización en la clínica Girasol, una de las empresas de salud privada de la nueva Angola, cuesta 4500 usd, un dinero que absolutamente nada tiene que ver con la calidad de la medicina que se practica sino con la necesidad insaciable de hacer dinero. Mi amigo Germano, llegó un día a la guardia con un corte en el tobillo que se hizo con una hélice de barco nadando en el mar. Luego de una pequeña cirugía para coser el tendón, pasó los dos meses siguientes con dolores extrañosen su espalda sin entender qué le ocurría a su cuerpo. No fue hasta que volvió de vacaciones a su nativa Italia y descubrió en un hospital público que el médico angoleño de la clínica Girasol le había cosido, por 600 usd, el tendón a una arteria y la sangre ya no le llegaba al pie...¿será que tendría que haber pagado más?

 Lo cierto es que la alternativa de ir a un hospital público se desvanece de la mente de inmendiato ni bien se pasa frente a uno de ellos y se puede ver claro, que probablemente sea la muerte una opción preferible a entrar en ellos. Son los familiares de los enfermos que viven hacinados bajo cartones en la puerta de los hospitales, quienes cuidan de sus parientes enfermos que encuentran un lugar dentro. De no estar allí, sus parientes mueren simplemente porque no hay enfermeros/as, ni ningún tipo de atención más que el de algunos doctores y ayudantes que no dan abasto para la cantidad de pacientes.

En otra punta de la ciudad, la escuela número uno de Luanda, la "Luanda International School", cuesta 50.000 usd por año escolar, luego de pagar una matrícula de 40.000 usd para ser admitido. Los nuevos ricos se desesperan desde varios años antes porque no hay cupos y se necesita de varios miles extras para poder saltar posiciones en la larga lista de espera. Por el contrario, las escuelas públicas de Luanda, al menos tienen paredes, puertas y techo (aunque no necesariamente maestros) a diferencia de ser tan sólo un pizarrón colgado de un árbol como en el sur del país. Allí asisten no menos de 60 a 100 alumnos por clase y maestros que no siempre van a enseñar.

Para cuando llegué a Luanda, luego de 25 días cruzando la mitad sur de Angola, había gastado 17 usd, menos de 1 usd por día, tal fue la inmensa hospitalidad de los angoleños y la sencillez de la vida rural en el mato.

Contento por haber ahorrado tanto dinero, me fui a comer una hamburguesa a un shopping junto a mis amigas portuguesas, Anita e Inés, quienes me acogieron como a un hermano en su lujoso apartamento en Talatona por casi dos semanas. No me puedo quejar de la hamburguesa, era efectivamente deliciosa, pero sí, fue más duro digerir los 23 usd que me costó, una hamburguesa que me costó más cara que cruzar la mitad de un país enorme. 

Dada esta situación de precios, es inevitable preguntarse cómo se vive en una ciudad así, cuando la mayoría de su población no llega a ganar más de 300 usd por mes (que ya de por sí, es un salario 4 veces más alto que el de gran parte de Africa). Bueno, la respuesta es muy simple: o se vive en el exceso o se vive en la extrema pobreza de sus bairros, el nombre con el que los angoleños llaman a los barrios pobres.  

Los bairros son una aglutinación orgánica de casas de madera, cartón, chapa y/o adobe, que se apiñan unas junto a otras por toda la extensión de la ciudad extendiéndose por decenas de km2. Sus calles son de barro, no tienen luz ni agua pero brindan magníficas vistas del estado del mundo que hemos creado, a todos aquellos que celebran desde un balcón de varios millones de dólares, la suerte de haber logrado insertarse en el otro lado.

Contrariamente a lo que uno podría creer, recorrer los bairros es una experiencia magnífica, no precisamente por ver la carencia, sino por sentir el espíritu alegre indestructible de los angoleños. A pesar del abuso y la obscenidad que se desfila ante sus ojos cuando ven a los ricos pasearse en Toyotas Landcruisers de lujo con vidrios polarizados, en el bairro se respira energía alegre y no resentimiento, gente que sonríe, se mata de risa y baila como si no los afectara estar en el último escalafón de la pirámide social. 

En mi visita al bairro Rangel pasé más tiempo disfrutando conversaciones con la gente que documentando el bairro en sí mismo. Cada persona me daba una lección de vida, diciendo una y otra vez la frase por excelencia de los angoleños: "estamos juntos". Una frase que lo explica todo, porque en una situación así, se está en compañía o se muere. 

Pasé 3 semanas en Luanda la injusta, descansando en la casa de varias amigas portuguesas adorables que hicieron de Angola su casa y en sus casas encontré la mía. Durante mis días allí, comencé a librar las primeras batallas contra la burocracia insoportable de los países que tendría por delante en mi viaje, principalmente el visado de R.D.C (República Democrática del Congo, que sólo en nombre del más vil cinismo puede llamarse así).  También fui invitado a dar una charla en la "Hora do Moskito", un evento muy popular organizado por mi amiga Anita, al cual concurrió mucha gente,  principalmente fotógrafos, tanto expatriados como angoleños, a ver mi trabajo y saber sobre mi aventura. Allí hice amigos y amigas, de aquellos que uno gustaría tener siempre en su mesita de luz, a muchos de ellos, los volvería a ver más adelante. 

Lugares como Luanda me dan naúseas, son la fiel expresión de un mundo en el que NO QUIERO VIVIR, y aún así, paradójicamente, la gente (la mayoría, no todos claro) que habita esta abominable ciudad, me demuestra ser la gente con la que sí quiero vivir en este mundo. Es un gran dilema sin solución, que también en sí mismo, nos habla del mundo que creamos, pero al cual no podemos escapar. Paralelamente a estas vidas de angoleños y europeos escurriéndose por la vida entre la lujuría y la miseria, están los chinos, pero su abrumadora presencia tanto en Angola, como en toda Africa, merece un capítulo, sino un libro en sí mismo , sobre la nueva realidad y geografía económica de este continente en el siglo XXI.