Nicolás Marino Photographer - Adventure traveler

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Final tribal

10 horas como sardina en una furgoneta, a lo largo de un aburridísimo camino de asfalto, fue lo que me llevó deshacer 12 días de travesía en bicicleta por caminos brutales. Cuando no me queda otro remedio que tener que subirme a un transporte público, no dejo de preguntarme cómo hice para viajar tantos años por este medio. Es espantoso. La diferencia es abismal porque todo ocurre a una velocidad que ni la mente ni el cuerpo pueden realmente absorber lo que está ocurriendo. Es como volver al mundo donde se vive en un correr perpetuo (aún me pregunto con qué fin) y hasta en Namibia, se corre tanto por sus pocas rutas de asfalto, que la gente se lleva puestos hasta los elefantes. Cada vez que esto ocurre, la policía confisca los colmillos de marfil y el cuerpo es carneado en la ruta misma por la gente de una aldea entera que lo cenará por varios días consecutivos. Así fue cómo finalmente llegué de vuelta a Windhoek, queriendo "carnearme" las piernas del dolor en los músculos atrofiados de tantas horas comprimido en la puta furgoneta.

Contra las fuerzas de la burocracia

A diferencia de lo que puede parecer a primera vista, un viaje en bicicleta, especialmente por Africa, no sólo se trata de desafíos físicos y mentales, también hay un tercer tipo de desafío y en mi opinión el peor de todos: el desafío burocrático. Porque una cosa es intentar superar un paso de montaña, un camino de arena, el calor, el frío, desafíos que no dependen de la conciencia de nadie sino que son puestos por la naturaleza; pero otra muy diferente es luchar contra la burocracia, la ineptitud, la necedad de gobiernos corruptos e insensatos. El gobierno de Angola es uno de ellos, y con su tan famosa reticencia a otorgar vistas, presenta uno de los mayores obstáculos para quienes pedaleamos por el oeste de Africa. 

 Comencé a investigar las opciones posibles para obtener dicha visa unos 5 meses antes de llegar a Namibia. Pasé horas y días de aburrimiento buscando información en foros de internet, páginas oficiales, etc. Procedí a contactar angoleños y a extranjeros que viven en Angola por medio de diferentes redes sociales, pidiendo datos y ayuda para conseguir el visado. Algunas puertas se abrieron pero nada se concretaba. 

Meses más tarde, fue mi amiga Pata, quien cuando yo ya había salido en camino a Namibia, llegó como un ángel para abrirme las puertas del cielo. Pata trabaja en la cancillería en Buenos Aires y zarandeó a todos sus contactos internos para que la nueva embajada argentina en Luanda supiera de mi existencia y mis deseos. Al poco tiempo, el primer cónsul se comunicó conmigo para ofrecerme el apoyo de la embajada. Guillermo, con el aval del embajador, fue la mente maestra de la famosa " carta de chamada", requerida por las embajadas de Angola para conceder el visado. Básicamente una invitación oficial de alguien en Angola para visitar el país.

En su carta de llamada, de estricta formalidad diplomática, Guillermo le solicita al ministerio de relaciones exteriores de Angola la bondad de concederme el visado. Me presenta como un "atleta argentino de alto rendimiento" (aunque en la realidad no sea más que un comedor de pasta y masoquista de alto rendimiento) que está en su gira alrededor de Africa y necesita pasar por el país. Hasta en las altas esferas de la diplomacia los argentinos vivimos del "chamuyo" y hoy brindo por eso. La carta luego fue presentada a las autoridades pertinentes en Luanda y devuelta una semana más tarde con los sellos y firmas necesarias. Ahora sólo me restaba ir con una copia de ella a la embajada angoleña en Windhoek, famosa en todos los foros de viajeros como la embajada que no suelta una visa ni luego de que les manden un coche bomba. 

 Como era de prever, fui recibido por la señora de la ventanilla con dulce apatía. Ni mi más seductora sonrisa que he usado repetidas veces para conquistar a las más hostiles profesoras del colegio, sirvió para ablandar esta mujer. Me escuchó reacia y me exigió la lista: pasaporte, formulario completo, copia de libreta de vacunación con vacuna de fiebre amarilla y claro, "carta de chamada" con sello oficial de notario certificado, pago de arancel y recibo del Banco. Las tengo todas, tomá perra! - pienso mientras le extiendo cada papel como buen alumno aplicado. Gruñendo me dice -"Volvé en 7 dias para ver si Luanda aprueba tu visado". Les di 12, y los leones del camino me ayudaron a no pensar más en el resultado. Finalmente, cuando volví a Windhoek, luego de unos 5 meses de proceso, mi visa estaba pegada en mi pasaporte. Es curioso cómo cualquier desafío superado sabe a una enorme victoria. No importa que sea cruzar una montaña, un desierto, una selva, sufrir el frío, el calor, o derribar las murallas de la burocracia. En cualquier caso, sabe de puta madre y tengo una felicidad que me desborda! 

Angola allí voy

Luego de una semana extra de descanso en Windhoek entre amigos, amigas, haciendo braai en las gélidas noches y disfrutando de las últimas bondades del cómodo sur de Africa, emprendí el camino de vuelta a Opuwo. Pero esta vez junto a mi gran amigo Javier, un tipo con una historia para escribir 100 libros, a quien había conocido en Windhoek un mes atrás.  En su tremenda 4x4 me llevó de vuelta hasta Opuwo, y no por el asfalto. Aún así, y por mucho que yo mismo ame conducir, con estos monstruos de vehículos preparados para todo me resulta imposible sentir algo de aventura por el mundo cuando es un motor y cuatro ruedas gordas las que hacen todo el trabajo duro. Cada vez me impresiona más cuánto ha cambiado viajar en bicicleta mi modo de viajar y vivir. Con Javi nos tomamos dos días para llegar a Opuwo, pasando por la mayoría de los lugares que yo recorrí, pero paradójicamente, evitando los más extremos con la 4x4! 

Opuwo es un pueblo tragado por el polvo, es la capital de Kaokoland, la tierra de los Himba, y los Herero. Consta de una calle central comercial y el resto, expandiéndose por varios kilómetros alrededor, es una aglutinación de aldeas esparcidas por el desierto rocoso de Kunene. Caminar por este pueblo es una verdadera experiencia cultural. A diferencia de lugares perdidos como el lago Turkana o el valle de Omo, aquí ha llegado la Globalización con la presencia de una cadena de supermercados sudafricana, un shopping, tiendas de celulares y demás. 

 Integrantes de todas las tribus de la región llegan a Opuwo desde las regiones más remotas. Aquí, las Himba descalzas y semi-desnudas con sus decoraciones y sus cuerpos cubiertos de ocre, hacen sus compras en el OK Supermarket como cualquier mujer de occidente; las Herero con sus exquisitos vestidos multicolor pasean por la calle central ostentando su clase y su vanidad, mientras van charlando por celular.

El turismo que llega hasta aquí en una buena cantidad, ha también contribuido como siempre, a desvirtuar los valores de la gente local. Es casi imposible tomar una foto genuina en cualquier lugar de Opuwo y sus alrededores. Las Himba, como buenas mujeres hermosas y coquetas que son, son conscientes de su atractivo exótico y su belleza y han aprendido a explotarlo. Gracias al turismo imbécil, que llega en busca de una experiencia de zoológico humano, y no tiene el menor reparo en arrojarles unas monedas miserables con tal de llevarse la foto a casa junto al "marciano" que conocieron en su "aventurita" por el norte de Namibia, las tribus Himba y Herero, han sabido desde entonces transformar su belleza en un negocio. Hoy es imposible tomarles una foto sin que exijan dinero a cambio. Tampoco es ninguna sorpresa incluso, verlas andar por las calles intentando hacer contacto visual para vender su imagen a cualquier blanco que les pueda tirar un hueso. Es muy triste pero ya no es la primera vez que he vivido esta desilusión.* 

Me alegré una vez más de haber llegado a aldeas tradicionales con la bici, alejadas de toda esta comercialización occidental y haberme podido relacionar genuinamente con esta gente. Con las Herero fue más difícil porque son mujeres muy reservadas y tímidas, hasta que conocí a Sara, una jóven de 22 años proveniente de una aldea remota cerca de Purros. Con su hijito había viajado hasta Opuwo para hacer un curso de maestra jardinera para poder enseñar a los niños en su aldea. 

En otras ocasiones, en caminos muy remotos, he tenido la enorme fortuna de conocer a las Himba. La belleza y la gran simpatía de estas mujeres les brinda un encanto del que extrañamente, se pueda decir que gocen los hombres de su misma tribu. Las Himba dedican su vida a cultivar su belleza; cuidan su piel cubriéndola de un polvo que hacen mezclando tierra con ocre, se las deja suave como la seda y de un atractivo color rojizo. Su pelo lo separan cuidadosamente en varios mechones que envuelven en barro dejando los extremos sobresaliendo como un pompón. Collares tradicionales, hebillas, brazaletes, y tobilleras decoran sus articulaciones sumando a su atractivo. Pero es su alegre carácter carismático lo que las hace encantadoras. 

Adiós Namibia

Así pasé mis últimos días en este magnífico país del cual me voy luego de haber gozado de una, tras otra y tras otra, sobredosis de adrenalina. En términos de belleza natural, mundo salvaje y aventura sin límites me cuesta encontrarle rival a Namibia. Hoy puedo cerrar los ojos e imaginar a muchos de los momentos que pasé allí, e incluirlos fácilmente entre los más sublimes e intensos que he experimentado en mi vida. Hay momentos y escenarios de Namibia que literalmente te transportan a otro planeta, no hay otro modo de describir situaciones en las que me he sentido en Marte, otras en Júpiter. Los estímulos sensoriales que viví acá no los he sentido en ningún otro lado.

Por otro lado, si bien Namibia es el parque de diversiones perfecto diseñado para un aventurero, no lo es para quién también va más allá y busca un contacto íntimo con la gente local. Namibia no goza de un fuerte costado humano, principalmente porque el país está vacío, a veces literalmente. Es el segundo país menos poblado del mundo después de Mongolia, y en este último me he sentido infinitamente más acompañado. No sólo porque casi nunca hay gente alrededor, sino porque cuando la hay, en general es gente muy fría y distante. A excepción de contadas excepciones, los namibios blancos tanto los de origen alemán como los afrikaners que he conocido, fueron desde lo indiferente hasta lo simplemente desagradable. Es cierto que no es tarea fácil ser vecinos de Sudáfrica, donde la hospitalidades inconmensurable, pero aquí por momentos hasta he creído que la hospitalidad no existe. Los nativos namibios tampoco transmiten ninguna simpatía particular, en general son también distantes y creo que fueron aún más afectados por la era del aparheid que sus pares sudafricanos. Finalmente están las tribus, pero una gran porción de ellas ha sido tan comercializada que tampoco es fácil encontrar integrantes de ellas con quienes entablar un genuino vínculo desinteresado. 

 En mi experiencia, Namibia es increíble desde lo natural pero pobre desde lo humano, y eso derrumba mi balanza. No tengo dudas de que volvería mil veces a allí en busca de aventura y fenómenos sobrenaturales deslumbrantes, pero también tengo muy claro que mi corazón permanece en aquellos países donde su gente me llena el alma por sobre la belleza de sus paisajes. Por eso estoy contento también de irme de Namibia, estoy ansioso por llegar a aquel país que tan obstinadamente le dificulta a toda costa el acceso a los extranjeros, me genera mucha curiosidad, por eso piso los pedales para llegar y descubrirlo. Angola, allí voy !

* para que no salten a la defensiva, demás está aclarar que NO TODOS los turistas son así de chatos e irresponsables, he conocido decenas de turistas responsables con mucha conciencia. Sin embargo, lamentablemente no son la mayoría los que llegan a estas regiones fáciles de acceder, con una responsabilidad social, comprometidos a reducir su impacto lo mayor posible al entrar en contacto con estas tribus tan frágiles ante nuestra influencia.