Nicolás Marino Photographer - Adventure traveler

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Cabalga los relámpagos

...Flash before my eyes
Now it's time to die
Burning in my brain
I can feel the flame..

Ride the lightning (cabalga los relámpagos) - Metallica -

Es imposible realmente poder prever cuándo puede llegar nuestro momento, ese momento, aquel que todos en mayor o menor medida tememos. Podemos ir por la vida tratando de ignorar que llegará para no vivir preocupados, o bien podemos vivir preocupados para intentar fútilmente evitarlo. Sea cual sea la actitud, todos sabemos sobre su eventual inevitabilidad. Cuando salí en camino a Lesotho, en mi cabeza existía todo, menos la posibilidad de estar remotamente cerca de la muerte y lo que recordaría pocos días después es que la muerte está siempre, potencialmente cerca nuestro en todo momento.

El advenimiento de lo inesperado

Es un ascenso constante desde Midlands meander casi en línea recta hacia la frontera del paso Sani. A pesar de las constantes subidas, durante los dos días que avanzó hacia allí, me sigo regocijando con este paisaje sublime de colinas verdes prolijamente sembradas. Un paisaje que se mantiene hermoso todo el día pero que como es habitual, adquiere su máximo esplendor al atardecer. En aquel momento, el sol en descenso tiñe de dorado y delinea los relieves de las montañas acentuando la profundidad de las formas, es un empalago visual.

Al tercer día alcanzo el final del asfalto y comienzo la verdadera diversión. Un brutal camino de rocas, crecientemente empinado, me lleva cuesta arriba lentamente entre dos cordones montañosos de la cordillera Drakensberg, con sus cimas con esa característica forma de pirámides truncadas que las define, de fondo. Allá arriba, en un intersticio pequeñito,puedo avistar el tramo final de este brutal paso.

Es un día radiante, el paisaje deslumbrante, y el camino se vuelve cada vez más duro, por eso me tomo todo el tiempo del mundo para hacer este ascenso. Las pendientes y la pésima condición del camino hacen imposible de todos modos que pueda avanzar rápido. Voy peleando curva tras curva a medida que subo y un escenario cada vez más impactante se revela ante mis ojos.

El día va llegando a su fin y unos 3 km antes del puesto fronterizo sudafricano decido acampar en el único espacio posible que se abre en esta rigurosa geografía. De seguir hasta el puesto, ya se haría de noche y seguramente me harían problemas para acampar. Aparte, con este telón de fondo en un lugar claramente privilegiado realmente no tengo ganas de avanzar, es por momentos como estos por los cuales vivo. Estoy a 1965 m de altura, El clima está frío pero perfecto, no hay viento y decido montar la tienda de modo que quede perfecta para una foto nocturna.

Con todo ya listo y la ultima luz del día, comienzo a disfrutar de esta acampada de ensueño mientras cocino mi cena apreciando la imponencia de esta cordillera. Pero todo el ensueño empezaría rápidamente a desvanecerse cuando mientras estoy comiendo, comienzo a ver luces titilar por encima y detrás de las cumbres, allá arriba a los 3000 m de altura. Me llaman la atención los relámpagos pero a pesar de que sé que estoy en una zona famosa por sus tormentas, decido no preocuparme...hasta que de la nada el viento comenzó a soplar, y soplar, y soplar en dirección desde la tormenta. En ese mismo momento una extraña sensación de malestar, casi una reacción de instinto animal, me impidió seguir tragando la comida. En un mili segundo me volví consciente no sólo de mi total exposición sino de mi imposibilidad de poder encontrar cualquier refugio posible.

Ya en plena noche, los truenos comienzan a sentirse más y más fuertes hasta comenzar a hacerme temblar, pero su vibrar empalidece al ver aquellos fogones intensos de luz blanca que se acercan a un paso inminente ya. Cada vez más frecuentes, cada vez más cerca, con un viento que ya toma una fuerza violenta. En ese momento acomodo las cosas afuera cubriéndolas para la lluvia y me llevo las alforjas importantes dentro de la tienda. Abro el cierre frontal para poder ver hacia afuera y espero que la tormenta pase cerca pero no por encima.

Al estar dentro, me doy cuenta que la tienda ha quedado perpendicular al viento perdiendo toda su capacidad aerodinámica. El viento ya huracanado comienza a doblar las varillas de aluminio hasta el punto de que creo que se quebrarán. Llega la lluvia, tengo la pared de la tienda pegada al cuerpo y de repente empiezo a sentir golpes muy fuertes intermitentes, casi como si me estuvieran ametrallando, son piedras de granizo enormes que me empiezan a golpear la parte expuesta del cuerpo. La violencia de las ráfagas de viento hace saltar las estacas de la tienda y quedo envuelto en ella como si fuera una sábana que no vuela por mi peso que la sostiene. La tienda se me inunda y el viento pone el piso de costado.

Y esas luces, esas malditas luces que ya me dejan ciego y comienzan a enviarme escalofríos por la columna vertebral. Cuando era niño me habían enseñado que cuanto menos es el tiempo entre trueno y relámpago, más cerca tuyo está la tormenta. Pude sentir cómo progresivamente, ese período de tiempo se fue reduciendo hasta la superposición total entre ambos, en un momento en que los estruendos de los truenos sacuden todo el suelo como un temblor y la luz blanca enceguecedora se vuelve permanente. Soy consciente por primera vez de que estoy en serio peligro. Estas tormentas son la principal causa de muerte de los pastores basotho.

En una noche que debería ser negra de oscura, el interior de la tienda está completamente blanco, incandescente. El viento, los truenos, la luz, siento que aquí es probable que haya llegado mi momento. Me tiro al piso, saco mi anotador como puedo y escribo dos notas para las 4 personas más importantes de mi vida. Trato de controlar el pulso pero no puedo, todo mi cuerpo tiembla incontrolablemente.

Con las notas escritas apoyo la frente contra el piso, apretó los dientes y los puños y comienzo a gritar por cada rayo que trae esa luz que quema la retina. Grito hasta quedarme afónico, sé que en cualquier momento uno caerá sobre mí, con cada mordida espero ese rayo final. Por el cierre que había quedado abierto y la posición ya toda doblada de la tienda veo el cielo y me llevo una imagen que queda grabada en mi ADN, un cielo que de lado a lado es una inmensa telaraña de rayos como jamás he visto antes. Sigo gritando por cada rayo, cada trueno, siento que mi momento está por llegar, es inminente. Mantengo las imágenes de la gente que mas quiero en este mundo en mi mente y repito sus nombres con angustia.

Pierdo la noción del tiempo que llevo en este infierno, los segundos parecen horas, las horas parecen días, pero de a poco empiezo a darme cuenta que el tiempo entre trueno y relámpagos comienza a prolongarse de vuelta y que ahora está a mis espaldas. Pasan varios minutos y reaparecen los espacios de negro absoluto, mi corazón deja de latir con taquicardia y creo que esto está comenzando a pasar. El viento sigue soplando con violencia pero de a poco todo volvió a ser completamente negro.

Vuelco la tienda ya toda inundada y pongo el piso en su lugar, salgo rápidamente helado del frío y clavo las estacas de vuelta como puedo. Veo la bicicleta tirada y arrastrada como 5 metros de su lugar original, la levanto antes de volver adentro y tirarme boca arriba hasta buscar estabilizar el pulso. Me doy cuenta que la muerte me ha pasado por al lado pero que no me ha elegido esta vez.

El día después

He dormido muy mal, con frío, todo mojado y alterado, pero salgo de la tienda a las 7 am y un cielo de azul intenso con un sol radiante me reciben para hacerme sentir que esto es como un renacer. Pongo todo a secar y preparo mi desayuno mientras miro la cordillera y reflexiono sobre el momento de ayer.

Cuando llego al solitario puesto fronterizo, cinco oficiales se encuentran de turno. Uno se acerca a recibir mi pasaporte mientas los otros siguen en la suya. Entre tanto me pongo a hablar con el oficial y le pregunto:

- oficial, ha visto la tormenta de ayer, ¿no?

-sí, claro, muy fuerte, son muy comunes aquí

- ¿ah sí? Y dígame, en una situación así ¿es realmente muy peligroso acampar a la intemperie?

- Y sí, por supuesto muy peligroso, mucha gente muere carbonizada

- pues yo he estado acampado ayer aquí a 3km cuesta abajo....

En ese momento, todos los que estaban en la oficina dejaron lo que estaban haciendo y casi al unísono exclamaron: ¿qué??!!!! Y uno concluyó: "Usted tiene que estar agradecido de estar vivo" .....

Lo sé, lo estoy - le dije, perdiéndome en mis pensamientos.

El sello dio un golpe en la mesa contra mi pasaporte que me sacó bruscamente del estado obnubilado en el que había entrado y me fui. Por delante me quedaban los últimos 11km de ascenso, los más difíciles, hasta llegar a la cima donde esta el puesto fronterizo de Lesotho a 2974 m, ahora me tocaba vivir y disfrutar de la vida más que nunca porque nunca se sabe cuándo puede ser el último día.

Reflexiones

Es imposible describir lo que se siente pasar por una situación en la que uno cree que va a morir. Cuando todo pasa es fácil relativizar pensando, cuan cerca pudo realmente hacer estado la muerte, pero estoy bastante seguro que esta vez me pasó muy cerca. Experimenté miedo, experimenté terror visceral; en ese punto es como si toda tu vida pasara delante de tus ojos, hasta finalmente asentarse en las personas más importantes en la vida de uno y en ciertos eventos trascendentes. De todos modos, la sensación que tuve en ese momento, la que subyacia era una de "ha llegado el momento de recibir la muerte", y me preparé para que llegara ese rayo final con la que terminara. No puedo definirlo como desesperación sino como aceptación; como si no tuviera deudas pendientes y aceptara que si allí debía irme que así fuera. Un sentimiento para el que las palabras no alcanzan realmente, pero un sentimiento que tengo la certeza que no tengo ganas de volver a pasar. Las tormentas brutales me acompañarían por el resto de todo mi cruce por Lesotho pero procuraría que nunca más me agarraran por sorpresa desprevenido.