35 días habían pasado solamente desde nuestro retorno a Africa, pero fue tan intenso lo vivido en estos últimos 4 países que bien pudieron haber sido 350. Acumulamos más de 2000 km de montañas exuberantes, lagos azules cristalinos, selva africana, sabana y bush repleto de animales salvajes. Demás está decir entonces, que para cuando llegamos a Mbeya, una ciudad grande al sur de Tanzania nosotros necesitábamos un merecido descanso, cuando Josefina, la hermana de Julia quien vino a visitarnos, ya estaba lista para salir. Afortunadamente, la recompensa de caminos tan duros no terminaría en dos días de buena cama y comida sino en Malawi, uno de los países más bonitos, tranquilos y fáciles para pedalear de todo Africa. Particularmente ahora, que con Josefina de compañía debíamos reducir notablemente nuestro paso de guerreros, para que ella pudiera seguirnos.
Adiós Tanzania
Son pocos los kilómetros entre Mbeya y la frontera, pero es un final montañoso que nos eleva hasta unos refrescantes 2300 m de altura antes de un descenso ininterrumpido de 50 km hasta el lago Malawi, casi 2000 metros más abajo. Nadie quiere seguir ascendiendo luego de haber ascendido más metros en el último mesde lo que es posible recordar pero no nos queda otra en si queremos llegar al paraíso prometido. En el camino, aparecen una vez más las bellísimas platanciones de té de las que tanto disfruto, sin embargo muy pocos de los recolectores a quienes me acerco son amigables. Aún no me explico por qué, pero a excepción de las plantaciones de Sumatra, no ha habido ninguna de todas en las que estuve en las que los recolectores no me pidieran dinero y en Tanzania, se ponen particularmente ásperos de no acceder.
Hemos cruzado más de 1000 km por la parte más olvidada y ciertamente desconocida de Tanzania, y a excepción de varios animales salvajes y los Sukuma, no ha habido objetivamente mucho para ver. Sin embargo, la gente ha sido muy amable, discreta y raramente nos han corrido con el incansable " mzungu, give me money" (hombre blanco, dame dinero). Por eso, es quizás en esta mismísima "falta de cosas para ver" donde ha estado la magia, porque casi siempre es el caso de los lugares ajenos al turismo. Si bien sé que me deslumbraría con la belleza del Killimanjaro y el Serenguetti, no me arrepiento de no haber pasado por Safarilandiaen esta aventura porque hubiera dejado de serlo. Hemos podido ver un costado de Tanzania diferente y sinceramente muy hermoso justamente por no tener "nada para ver", que fue lo que lo hizo finalmente especial, por eso me llevo un muy buen recuerdo del país, a excepción de sus asesinos al volante a quienes nunca olvidaré.
Aguas mágicas
Si hay que contar Malawi, hay que contar su lago, no sólo por su extraordinaria belleza, sino por la magia que este lago le da a su gente, quienes viven de una u otra manera de él. La vida de los malauíes gira alrededor de su lago, el gran lago Malawi de aguas azules y turquesas cristalinas, que se extiende a lo largo de todo su pequeño país. Un país tan sencillo, que no hay mucha aventura que contar, porque Malawi es fácil, es áfrica para principiantes y realmente no ofrece ningún desafío para la bicicleta. Gente cálida al igual que su clima, simpáticos, amistosos, los malauíes y su lago le dan ese perfecto apodo con el que se conoce al país: "el corazón cálido de Africa". Y como a Malawi no vinimos en busca de aventura sino en busca de reposar en la calidez de la belleza y los caminos afables, esto será más bien un recorrido visual más que un relato de aventura.
La entrada a Malawi por su frontera norte con Tanzania comienza inmediatamente con el lago al lado. Es final del día y los niños juegan chapoteando en el agua, divirtiéndose por el mero hecho de ser niños. Juegan en el lago desde el día que llegan al mundo y crecen junto a él.
Los mayores, pescadores natos, esperan el comienzo de su jornada de trabajo al caer el sol, cuando se preparan para adentrarse en el lago y pescar bajo las estrellas durante toda la noche hasta que despunten los primeros rayos del sol al amanecer. Los pescadores malauíes tienen una mirada tranquila, como si estuvieran siempre reflexionando. Pasan la mayor parte de su vida sea en el lago o en sus orillas, pero raramente pasan mucho tiempo seguido en las aldeas.
La claridad llega a las 4.30 de la mañana y para las 5, los rayos del sol pintan el cielo y el lago de dorado con tonos rosados. Los pescadores comienzan a llegar luego de 10 horas de pesca lago adentro al tiempo que las aves comienzan su vuelo matutino para desayunar los peces que se acercan a la superficie.
Con el paso de los minutos, de pronto todo se viste de azul y el horizonte se desvanece para dejar que el lago y el cielo se acaricien volviéndolos eventualmente un ente único e indivisible. Los pescadores del mañana caminan sobre este gran espejo del cielo y pacientemente esperan hasta que sus primeras víctimas muerdan el anzuelo.
Las mujeres salen de compra con sus palanganas en la cabeza, caminan sobre el agua llevando sus bolsos como lo haría cualquier mujer urbana, yendo de compras por la avenida comercial de cualquier ciudad de occidente. Es inevitable preguntarse por qué camina por el agua y no por la orilla de arena, pero quizás es justamente lo que revelan imágenes como esta sobre la fusión de esta gente con su lago.
Mientras los niños practican para ganarse la vida el día de mañana, y algunas mujeres salen de compras por el lago, los más grandes vuelven con el botín del día luego de una larga noche de trabajo. Son las 6 am, el sol ya está bien alto, y el bullicio del comercio en las orillas del lago es equiparable al de cualquier centro de ciudad cosmopolita.
Los barcos de madera vuelven rebalsando de cientos de miles de pescaditos. La venta se hace en una suerte de remate, las mujeres son las que llegan de todos los pueblos costeros para comprar y hacen los encargos gritando, disputándose con las demás los encargos a los pescadores.
Durante el resto del día, dispondrán toda su compra sobre largas mesas de madera montadas sobre las playas a orillas del lago. Esparcirán los pescaditos uniformemente para que se sequen durante el resto del día y quizás varios días más antes de llevarlos a los puestos de venta en las aldeas.
Una vez más, tendrán que volver a cargarlos en grandes canastas para el trayecto final, a sus casas, al pueblo, a las cantinas. Al término de cada día, cuando los pescadores vuelven lago adentro, ganarán unos pocos centavos que les permitirán subsistir un día más. El trabajo es duro pero la recompensa monetaria es muy poca, y aún así, los malauíes regalan sonrisas hermosas.
Durante el día el sol se vuelve abrasante. El lago está a tan sólo 450 m de altura por lo que el calor tropical se cierne con fuerte determinación. Es momento de las mujeres para lavar la ropa y de los animales para darse un baño.
Pero con días que comienzan a las 4 de la mañana, es esencial tomarse un descanso, sobre todo refugiándose del sol, que pasado el mediodía se alía con la humedad para abrumar hasta volver al cansancio irresistible. Las mujeres, eternas trabajadoras de Malawi, se acuestan bajo sus mesas de trabajo en busca de un reposo durante su largo día.
Para cuando un nuevo día llega a su fin y el paisaje vuelve a teñirse de dorado, el trabajo duro da paso a las tareas de la vida cotideana. El lago se vuelve el gran cuarto de baño, la gente disfruta de refrescarse al final del día en las aguas cálidas de su lago, no necesita ajuste alguno, tiene la temperatura perfecta. Todos lo disfrutan, y parece llenar la vida de alegría.
Una vez terminado el baño, bajo un cielo azul y rosado, todos vuelven camino a casa, en la aldea, en las chozas de barro y paja construidas sobre la arena. La gente me regala sonrisas pacíficas que me llenan el alma. Me transmiten la serenidad que parecen llevar adentro, como si no necesitaran más que su lago para llevar una vida feliz. Es difícil escapar al romanticismo con estas imágenes idílicas del lago Malawi, pero ciertamente no es una vida fácil.
Y los niños, a lo largo de todo el lago, terminan el día jugando, como se debe, hasta que cae la noche, lo más que pueden. Se matan de risa, trasmiten alegría con toda su energía.
Un día más llega a su fin. Como en todo el continente negro, las noches en Malawi, son negras, no hay electricidad, sólo fogatas. Yo me voy a hacer mi propia caminata sobre el agua, como los malauíes, y comienzo a sentir lo que se siente ser absorbido por su magia. Este lago tiene un encanto que se apodera de uno, te cautiva, te atrapa, no te deja irte. Con el pasar de los días comprendo más y más la simbiosis de esta gente con él. Mientras camino remojándome plácidamente en la calidez de la noche, cuento estrellas, siento que las puedo ver a todas en una noche tan oscura, el oleaje se va, el lago se vuelve nuevamente un espejo, y el horizonte se puebla de decenas de lucecitas provenientes de las lámparas de aceite de los pescadores, que en el corazón del lago pasan un nueva noche de trabajo.
Es hora de irse a dormir, y nada mejor que pasar las noches durmiendo junto al lago junto a esa persona que elegimos para nuestra vida. Hemos pasado muchas noches inolvidables bajo las estrellas, en la selva, en los desiertos, en el bush, en la estepa y ahora en el lago Malawi. De haber sido posible, en ese momento le hubiera bajado mil estrellas de regalo a Julia por su compañía, por haberse vuelto mi pierna derecha en esta aventura de ensueño, sin embargo, por las cosas que uno a veces no puede explicarse y por las tretas traicioneras de la mente, comencé a hacer todo lo opuesto, al punto de llevarme eventualmente a un arrepentimiento permanente por el resto de los meses que vendrían por delante.
Malawi marcó con su belleza y simplicidad el cambio a un paso de viaje ya más relajado; Malawi es el fuelle entre la dura África del este, con la más afable África del sur. Malawi te obliga a romantizar, vuelve romántico a quien no lo es, porque la única manera en la que podría describir su belleza, es poesía. La belleza de este lago es poética, las imágenes de amaneceres, atardeceres y de la noche que han quedado grabadas en mi retina, son de serenidad e invitan a la armonía. Este país no ofrecerá la adrenalina de la que el aventurero se nutre, pero todo aventurero necesita también de momentos de descanso que favorezcan la reflexión, y eso es lo que ofrece este pequeño país de inmensa belleza. Allí, he caído bajo el hechizo de su lago, y es probable que de ahora en adelante, siempre que necesite un descanso, Malawi sea uno de los primeros lugares que me vendrán a la mente para escapar al mundo real y zambullirme en un mundo poético, donde se puede caminar sobre el agua.