Varias entradas atrás a medida que contaba nuestra travesía por Sudán, he dedicado gran parte de mis relatos a expresar la inconmensurable hospitalidad de los sudaneses, quienes en cada rincón del país nos han tocado el corazón de una manera tal que nos llevó a pasar allí muchísimo más tiempo del que teníamos planeado. Nuestra estadía en Sudán, como en la de cada país, comenzó como la de simples viajeros, sin embargo terminó transformándose en un visita casi de familia. Tal es así que para cuando dejamos Khartoum, ya sabíamos que volveríamos pronto. Ahmed, nuestro maravilloso amigo se casaría en Agosto, y consideró que nuestra presencia en su boda era indispensable. Por eso decidió pagarnos a ambos un pasaje desde donde estuviéramos para poder volar a Khartoum para la celebración de su boda. Nosotros aceptamos sin ninguna duda porque de esto se trata viajar, de sorprenderse, de cambiar el rumbo, de sentar lazos por el mundo y extender nuestra propia familia.
Fue así que en Kampala dejamos nuestras bicicletas y nos embarcamos de vuelta con todo el entusiasmo hacia el país que tanto amamos. Sin embargo, dicho entusiasmo estaba mitigado inicialmente por un factor sorpresa. Maldita sea nuestra suerte que de todas las aerolíneas del planeta, la única opción para volar a Khartoum era con.....Ethiopian Airlines! Justo cuando creíamos que la brutal pesadilla etíope había quedado detrás para siempre, el destino nos arrastraba de vuelta a ella. Tan sólo el mero hecho de pensar en el reencuentro con los etíopes en el avión y en una escala en Addis Ababa, me alteraba el pulso, evidentemente no había superado el enojo aún. Por un momento, antes de partir al aeropuerto, pensé en viajar con el casco que nunca uso pero que llevo colgando en mi bicicleta, porque estaba convencido de que las azafatas nos tirarían piedrazos adentro del avión, al tiempo que el piloto estaría gritando por los altavoces:
"give me money, give me money, give me money, give me money, give me money...."
ininterrumpidamente, en vez de los usuales anuncios. Por suerte las fantasías post-traumáticas en mi mente no ocurrieron, pero los aterrizajes salvajes de los pilotos de ambos vuelos me recordaron del acto suicida de ponerse en manos de los etíopes al mando de un avión.
Describir en palabras una boda sudanesa me podría llevar el capítulo entero de un libro sobre Sudán, y probablemente sería el más largo de todos, así que excede a la capacidad de este blog. Brevemente, la boda de nuestro querido Ahmed se llevó a cabo durante nada más ni nada menos que 5 días. Días en los que se festeja sin parar durante el día y durante la noche. Toda la familia cercana y lejana, más todos los amigos y amigos de amigos y conocidos de amigos y amigos de conocidos, concurrieron a ella o diferentes partes de ella, sumando miles de personas. El afecto que se ve entre la gente es, como siempre en Sudán, apabullante, y como ya habíamos experimentado en la boda nubia, es el tipo de diversión más pura y genuina porque aquí no corre ni una gota de alcohol y sin embargo la gente salta, baila y desborda de una alegría que les hace brillar los ojos y les dibuja las sonrisas sin la necesidad de sustancias que les alteren cuerpo.
Las "fiestas de hena" son las que preceden generalmente a la boda en sí misma. En ellas, el novio festeja todas las noches junto a su gente mientras que la novia festeja en otro lado con los suyos. Durante estos días no pueden estar juntos. Ahmed celebró 4 noches consecutivas de "fiestas dehenna" de puro comer, bailar y por supuesto el ritual de la hena para Ahmed y todos los hombres y mujeres allegados. Cada noche una banda de diferente, cada noche una tradición distinta. Durante el día, el festejo no es menor, con ceremonias de distintos tipos y una interminable serie de encuentros y visitas que deben llevarse a cabo para que todo salga con éxito y que le dejan al novio no más que un par de horas diarias para dormir. Sus fiestas nos llevaron desde las antiguas tradiciones sudanesas hasta las actuales.
La boda en imágenes
Cada noche Ahmed entra montado sobre los hombros de algún familiar o amigo. Todos los invitados lo esperan ansiosos, hombres por un lado y mujeres por el otro
La música tradicional también tiene su correspondiente baile tradicional. Dos bailarines nos deleitan mientras la banda toca despilfarrando energía y los demás bailan a su alrededor. La energía de su paso levanta la arena del desierto que cubre Khartoum.
Una amiga de la familia se encargará de hacer el ritual de la hena propiamente dicha. Ahmed se recuesta mientras sus manos y pies son atendidos y las mujeres lo rodean y le cantan sin parar.
Hasta bien entrada la noche las mujeres rodean a Ahmed con tambores improvisados, tocan y siguen cantándole canciones tradicionales cuyo ritmo nos hace vibrar de emoción.
El día final, el día de la boda, la tradición queda de lado y Ahmed y Wamda se visten al tono actual, combinando la tradición de la hena trazada en sus manos.
Esta ha sido una de las experiencias más emotivas de mi vida donde personalmente siento que asenté aún más, mi profundo amor por este país y su maravillosa gente. Julia y yo seguimos sembrando a los mejores amigos del mundo que encontramos en nuestro camino, los traemos a nuestras vidas y crecemos con ellos, nos sentimos bendecidos por la gente que se cruza en él. Llevaré este recuerdo por varios meses en la hena que tiñe mis manos y mis pies.