Nicolás Marino Photographer - Adventure traveler

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"Where are you go?"

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ADVERTENCIA: muchos de los comentarios y opiniones que leerán a continuación podrán resultar muy ásperos, pero prometo que son el más fidedigno reflejo de la experiencia frecuentemente miserable de cruzar Etiopía en bicicleta. Dada la radical diferencia que existe entre quienes viajamos en bicicleta por este país (y de aquellos que andan por el mundo a pie),con los que viajan por medios motorizados, no me siento particularmente predispuesto a aceptar objeciones ni cuestionamientos de quienes no lo hayan atravesado de la misma manera

Luego de 4 días descansando en Wukro, recuperando un poco gracias al Padre Ángel y su obra, la fe perdida en los etíopes, emprendimos el largo camino hasta Addis Ababa. Decenas de pasos de montaña habíamos pasado ya para llegar al Tigray y cruzarlo, soportando el infatigable hostigamiento de los demonios etíopes, y decenas de pasos nos faltarían para llegar a la capital del país, pero por primera vez en un mes, para nuestra sorpresa y alivio, experimentaríamos una Etiopía un poco más tranquila, al menos por un rato.

Tierra Afar

Fue empuñando escudo y espada, listos para seguir librando batalla al hostigamiento de todos los días, que partimos de Wukro, pero milagrosamente los kilómetros comenzaron a pasar sin mayores inconvenientes. Luego de un par de días comencé a preguntarme si Ángel, era efectivamente un ángel cuya onda expansiva de compasión se extendía hacia los alrededores, adormeciendo el carácter salvaje de estos demonios. En Mekele, ciudad famosa por su buena gente en este país de mala gente, conocimos por primera vez a etíopes encantadores que hicieron justicia a esta ganada fama. Entre otras cosas, los miembros del club de ciclistas de Mekele, nos ayudaron con la reparación de la bicicleta de Julia, nos dieron cama y comida y nos ayudaron a seguir creyendo en que todo no está perdido en este país. 

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Los días se volvieron notablemente fáciles, a pesar de que una y otra vez debíamos seguir subiendo y bajando montañas,  llegando a cada atardecer con más de 2000 m de ascenso acumulado! Pero nuestro pasar parecía resultarle indiferente a la gente del sur del Tigray. De a poco fuimos descendiendo, paso tras paso, hasta perder bastante altitud y encontrarnos en la línea que separa la meseta de las altas tierras, de la famosa depresión de Danakil, el lugar más bajo del planeta con un máximo de 117 metros de altura debajo del nivel el mar. La tierra de los Afar no es tierra fácil, es tierra de hombres duros, que cruzan la depresión a pie soportando calores de más de 60 C. Nos cruzamos con ellos en los pueblos a donde llegan caminando desde la depresión llevando sus camellos cargados de sal. Sus rostros emanan pura apatía y a veces hasta un poco de aparente desprecio. Sin embargo, pasamos sin tener problemas mayores.

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Pasada la región Afar, salimos finalmente del Tigray y comenzamos un nuevo ascenso hacia las tierras altas. Valle tras valle, ascensos interminables seguidos de descensos tan efímeros que hacían que los días se sintieran como no más que interminables subidas. Las tierras áridas del Tigray fueron quedando atrás y las montañas volvieron a vestirse de verde intenso, pero fue con esta misma fertilidad que comenzaron a brotar de vuelta los demonios como hongos después de la lluvia. Paulatinamente volvimos a tener que soportar el hostigamiento continuo ahora sumando nuevas variantes, y utilizadas por niños y adultos. A los “give me...” tradicionales, ahora se sumaban los “Where are you go?” . En cada pueblo, en cada esquina, siempre hay alguien que nos grita con asco “ehhh faranji (hombre blanco) where are you go?”. Gran poder de síntesis la de estos etíopes quienes parecen haber fusionando dos tiempos verbales del idioma inglés: el Simple present “Where do you go?” con el Present continuous “Where are you going?”, inventando el Simple Ethiopian: “Where are you go?”...Una pregunta que es aparentemente tan inofensiva pero que casi siempre se nos enuncia de un modo en el que el tono sigue delatando esa postura burlona y arrogante de siempre que tiene esta gente que no me agrada en lo más mínimo.

Derrota Mundial

Ya una vez más en las altas tierras etíopes, en la meseta por encima de los 2000 m de altura estamos a mediados de julio, cuando pasando por el café de un pueblo veo un partido de fútbol en televisión y mucha gente alrededor. Recordé que debíamos estar en época del mundial del fútbol, un deporte que toda mi vida me ha resultado tan incompresible como brutalmente aburrido. Pero no sólo me entero que estamos a dos días de la final sino que Argentina estará en ella junto a Alemania. Con el único fin de poner mi corazón junto al de mis seres queridos que gustan de este deporte, decido dejar mi indiferencia de lado y parar al final del día en un lugar donde pueda ver: la final. En una aldea pequeña al pie de un fuerte ascenso, los locales me llevan a una casita de barro donde en un cuartito oscuro de paredes despintadas, se abultan 20 etíopes emocionados detrás de una tele pequeña. La misma necesita de un hombre parado al lado de la tele moviendo una antena móvil para poder reproducir la imagen del campo de juego con decente nitidez y poder ver los puntitos de colores que corren de un lado para el otro, aunque la pelota, si hay una, no tengo idea dónde está.

Estamos más apretados que 4 elefantes adentro de un fitito (fiat 600) pero se vive el clima con mucha emoción. Entro yo, el faranji argentino, y llega la algarabía, todos se emocionan, y yo me emociono porque son etíopes buenos y se ponen de mi lado contra Alemania. Pienso que al fin y al cabo el fútbol no puede ser tan malo si vuelve buenos a los etíopes y me siento a mirar y a sufrir junto a ellos. No a sufrir los intentos errados de gol alemanes, ni los intentos de gol frustrados de los argentinos, ni siquiera a sufrir a los etíopes! Sino a sufrir por el suplicio de tanto aburrimiento. Cómo puede uno entretenerse mirando este deporte, es algo que está tan lejos de mi compresión como la trigonometría. No lo entiendo y creo que nunca lo voy a entender y como si fuera poco pasan 90 minutos, con 15 de espera en el medio y encima lo extienden 30 minutos más!!! ¿Por qué me hacen esto? ¿no pueden simplemente aceptar un empate e irse todos a casa? Y encima esperar casi todos los 30 minutos ¿para qué? Para que Alemania haga un gol! Joder, ojalá pudiera recuperar estos 135 minutos perdidos de mi vida, que mañana tenemos un ascenso de 65 km a un paso de 3300 m y es más de la 1 am, pero debo reconocerlo que la pasé bien con los etíopes.

Deja-vu para mí, que en el año 2006, cuando hacía mi primera larga travesía en bicicleta de Irán a China, me encontraba cruzando Uzbekistán, cuando en la magnífica ciudad de Bukhara, en otro gesto de auto-flagelación decidí sufrir el partido Argentina-Alemania de aquel momento, en el que también Alemania descalificaría a Argentina en ese mundial. A diferencia de aquella vez, esta no tuve que ver el partido con 5 alemanes borrachos que no paraban de hacerme bromas estúpidas, como si me importara en lo más mínimo el resultado! La moraleja de la historia es que creo no traerle mucha suerte a mi país en los mundiales y la próxima debería optar por no ver los partidos para ver si ganan de una maldita vez.

Llegando a Addis

Sabía que nos esperaba una fuerte subida al día siguiente de la final del mundial pero no sabía que serían 65 kilómetros! Había dormido poco y nada y como si fuera poco, los tuve que hacer solo porque mi doncella de hierro se levantó enferma del estómago y decidió subirse a una camioneta para esperarme al final del día en Debre Birhan. Desde primeras horas de la mañana hasta las últimas horas de la tarde no hice más que ascender la interminable sucesión de curvas y contracurvas que trepan la escarpada, algo que es lo más parecido a subir una pared vertical de un lugar alto a uno aún más alto, alcanzando el punto más alto a 3300 m, donde el cambio del clima trae coníferas y un viento frío que se pega al sudor y congela los músculos. Las vistas como siempre son la gran recompensa y el regalo por el esfuerzo entregado porque si hay algo que tiene de extraordinario este país es su magnífica geografía.

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Para los días finales antes de Addis, entramos ya en plena temporada de lluvias y el clima de tormentas fuertes, frías y esporádicas nos acompañaría por el resto del camino. La vida rural llega hasta los mismísimos bordes de la capital, donde los campos se siguen arando a mano y los campesinos viven enterrados en el barro hasta las rodillas todo el día bajo el sol y la lluvia. Los atardeceres bañan de dorado las plantaciones y los nubarrones de las tormentas revelan arco iris espléndidos en esta parte del país, que es felizmente más tranquila que el resto.

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900 km han pasado desde Wukro y he perdido la cuenta de la cantidad de pasos de montaña y valles que hemos tenido que sortear para llegar hasta el caos dramático de las afueras de la capital, como así también la cantidad de miles de metros de ascenso que llevamos acumulados, pero sospecho que desde que salimos de Sudán, hasta llegar a Addis, hemos subido y bajado el Everest no menos de una docena de veces. Finalmente llegamos a Addis Ababa, la capital de esta conejera llamada Etiopía.