Entre viajar, trabajar y vivir, he pasado casi 9 años de mi vida en Asia. Descubrir aquel continente es lo que había soñado toda mi vida desde que tengo uso de razón. Luego de años de vivir allí y de sentirlo con total naturalidad como mi lugar, hoy me sigue dando curiosidad cómo pude haber nacido en el extremo opuesto del planeta en una cultura tan disímil al mismo tiempo que me siento tan extrañamente conectado a otra. Serán los juegos existenciales del karma supongo. El hecho es que cuando uno se siente como pez en el agua, no es tan simple saltar a un charco diferente, pero mi sed de aventura también me dice que es hora de darle una larga y merecida vuelta a Africa, el único continente en el que no he estado antes. Es por eso que he decidido cortar el cordón umbilical de una vez por todas y dar el gran salto. Por meses he estado evaluando alternativas para llegar al continente pedaleando, pero la situación social en tres países clave, Pakistán, Syria y Yemen se ha deteriorado tanto que hace virtualmente imposible el acceso de esta manera. No nos ha quedado otra que volver a volar y de Delhi hemos dado el salto a El Cairo.
Voy a ser sincero, a pesar de su grandioso pasado, el cual he estudiado en bastante profundidad en la universidad, Egipto no ha estado nunca alto en mi lista de prioridades. El hecho de que haya sido siempre un lugar tan turístico nunca me motivó mucho, quizás sea porque he experimentado ya varias veces los estragos que el mismo causa. Sin embargo, no bastaron más que unas pocas horas en El Cairo para dejarme felizmente sorprendido. Llegamos allí en un momento muy difícil en la historia del país, cuando más de tres años seguidos de revueltas y revoluciones lo han conducido a la ruina total y los Medios de propagación del mal aprovecharon para situarlo, como siempre injustamente, bien arriba en la lista de países peligrosos a ser evitados. Estados Unidos, Inglaterra y muchos otros alertan a sus ciudadanos desde los sitios oficiales de su organismos encargados de aterrorizar al mundo: NO VIAJAR A EGIPTO! TERRORISMO, SECUESTROS, BOMBAS, MUSULMANES!!!!! Lo positivo de esto, es que los primeros turistas en quedarse en casa por verse intimidados por tantas patrañas son lo peores. Lo negativo es que lamentablemente, el motor de la economía egipcia es el turismo y la situación luego de tres años consecutivos de sequía turística y sin miras a mejorar pronto, es desesperante para un enorme sector de la población que depende de él. Familias enteras que han ido a la quiebra, miles de negocios cerrados, una clase comerciante que ha pasado a la servidumbre o al desempleo total, el Nilo transformado en un cementerio flotante de barcos turistas oxidados y las gloriosas pirámides que todo lo han trascendido a lo largo de los siglos, se encuentran una vez más completamente solitarias.
Mientras tanto, la vida continúa. Aparentemente, hay brotes de protestas esporádicas aquí y allá, y hay una fuerte presencia militar en las calles, pero basta con mantenerse al margen de ellas para no notar siquiera la menor de las irregularidades. Se respira un clima de absoluta normalidad, la normalidad del caos que es El Cairo, con sus 30 millones de habitantes que como hormigas plagan cada rincón de la ciudad. Saliendo de sus grandes arterias, El Cairo no es más que un inmenso laberinto ilógico de callejones estrechos de polvo y arena, encerrados por edificios de ladrillo a medio construir vestidos de ropa colgada a secar y gente husmeando desde las ventanas las ocurrencias de su barrio.
Sus amplias avenidas, sus edificios opulentos, la bellísima costanera del Nilo, dejan entrever un pasado de grandeza, aunque las crisis, la corrupción y los vientos del Sahara corroan sus fachadas y veredas estableciendo una permanente imagen de decadencia.
Pero la sangre de El Cairo corre claramente por el laberinto de sus barrios donde el comercio vibra, el ruido aturde, el tráfico pierde su inherente naturaleza dinámica y los vehículos se estancan en embotellamientos sin salida. La gente camina por calles y veredas sin distinción, las mujeres en sus atavíos negros montan bolsas enormes sobre sus cabezas mientras los hombres cargan carros, gritan ofertas y venden lo que pueden.
La sociedad es homogénea pero aún así los contrastes son fuertes. El Islam egipcio brilla por su hospitalidad a la vez que se opaca con su machismo. Los hombres visten libremente mientras que las mujeres reivindican a los fantasmas. Los graffitis de la Revolución las muestran en la lucha al descubierto, las calles del día a día no las muestran en absoluto.
En los mercados del Cairo islámico, los aromas penetrantes de las especias estimulan el olfato. Hombres altos y fornidos vistiendo el típico atuendo local acompañado del turbante las examinan detenidamente antes de comprarlas.
Es temporada de naranjas y hay tantas pero tantas que el agua parece haber sido reemplazada por el jugo de esta fruta. Las naranjas egipcias me han dejado sin palabras, son tan dulces que el jugo es puro, no se le pone azúcar. Los puestos callejeros se encuentran cada 20 metros. En uno de ellos, una pareja de vendedores venden bailando y cantando. Uno exprime sin cesar mientras el otro las sirve y cobra. Un vaso de medio litro de puro jugo de naranja cuesta dos libras, algo así como 15 centavos de dólar. Parece un sueño y bebemos hasta irritar los intestinos.
Dentro de este mundo caótico de mercaderes y compradores, las mezquitas constituyen el reducto de paz y espiritualidad necesario para llevar a cabo las tareas religiosas del día. En caso de necesitar un resguardo del ruido, también son un lugar para encontrar tranquilidad o bien hacer una siesta que devuelva las energías para continuar el día y la noche. Sus paredes herméticas encierran patios silenciosos en este infierno.
Si bien el país está dominado por una clara mayoría musulmana, hay una gran cantidad de cristianos en Egipto y el barrio copto ofrece una magnífica colección de iglesias inmaculadas, exquisitamente decoradas y hasta una sinagoga.
Al contrario de las zonas comerciales, los barrios son tranquilos y silenciosos, uno podría caminar horas y horas viendo la vida transcurrir. Es en ellos donde se encuentra a la gente más relajada y aparece la amabilidad y alegría de su gente, que al pasar nos sonríe y nos dice alegramente: "Welcome to Egypt!!" una y otra vez. Las mujeres se sientan en las esquinas, ven al mundo pasar y conversan.
Los niños juegan en las puertas de sus casas, corren con la pelota o hasta incluso tienen mesas de pool en el medio de la calle. Se hace evidente que nos es casualidad que el tráfico sea lo que es y nadie parece molestarse.
Es final de marzo y los vientos furiosos del Sahara cubren a El Cairo en polvo y arena. Toda la atmósfera está enrarecida, el final del día trae atardeceres turbios y colores apagados. El día, sin embargo, no termina sino que recién comienza. Las características climáticas llevan a la gente a vivir más de noche que de día. Los comercios abren y cierran tarde. Es completamente común ir a comprarse ropa a las 12 de la noche y cenar a las 1 de la mañana. Las calles tienen más vida que nunca a estas horas.
La magia de perderse por El Cairo es que uno puede caminar incansablemente por sus estrechos callejones y de repente, sin quizás quererlo ver asomar al final de uno de ellos, lo que todo el mundo conoce: las pirámides. Situadas en el borde oeste en el barrio de Giza, donde el Sahara ya comienza a morder el cinturón urbano de la ciudad, Keops, Kefren y Micerinos se elevan en su más absoluta perfección, porque eso es lo que son, perfectas, tan perfectas como han sido descritas en tantos libros de historia de la arquitectura que he tenido que estudiar. La falta total de turismo las ha dejado servidas en bandeja exclusivas para nosotros, tan sólo faltaba una alfombra roja. Aún así, para llegar a ellas hay que sortear a una horda desesperada de vendedores agresivos y mentirosos que harán lo que sea por venderte un souvenir a un precio exorbitante, entradas falsas, llevarte por un camino distinto para después cobrarte por ello y lo más insólito: venderte a la fuerza un estúpido paseo en camello, en un país donde es el burro el que ya hace tiempo los ha reemplazado. A lo largo de 1700 km de desierto en Egipto, sólo hemos visto camellos en las pirámides! Uno puede pensar compasivamente que es la desesperación económica lo que mueve a esta gente, y quizás sea ciertamente uno de los motivos principales de estos tiempos. Sin embargo, su comportamiento abusivo y sus estafas a los turistas son ampliamente conocidas, se mantienen tanto en tiempos de crisis como en tiempos de bonanza, sólo cambia la excusa.
Pasamos una semana entera en el Cairo en casa de Nagui, un egipcio excepcional de espíritu alegre y sonrisa contagiosa, que enfrenta con entereza las dificultades de ser homosexual en un país tan religiosamente represivo, donde los gays son condenados por un lado y al 80-90% de las mujeres se les practica la ablación del clítoris por el otro. Su casa en Heliópolis es el bunker de encuentro de una docena de amigos tan excepcionales como él, quienes nos han brindado una magnífica visión desde adentro a las realidad actuales del país.
El Cairo ha resultado fascinante, es una de esas ciudades en las que uno puede pasar meses viendo algo nuevo todos los días. Es de esos lugares en los que me transformo en esponja y trato de absorber todo hasta saturarme y nunca me canso. Fue el punto de arranque perfecto para la larga travesía a lo largo del todopoderoso desierto del Sahara. De aquí, hasta Khartoum en Sudán, nos esperan casi 3000 km de áspero desierto. Es la gran puerta de entrada a este gigante continente y estoy ansioso de cruzarla.