Es momento de visitas una vez más y esta vez hemos recibido a mi mamá. Como he mencionado antes con la visita de mi papá, nuestros padres son en gran medida responsables de quienes somos y mi mamá es igualmente responsable del aventurero que llevo en la sangre y artífice de las alas que me llevan a pensar que no hay límites a la hora de echarse a volar. Es por eso que cuando le dije que viniera a verme a India, no lo dudó ni un segundo. Durante dos semanas hemos dejado las bicis con nuestra familia India, para volver temporalmente a viajar en transporte público y en familia. Para mí, significó una segunda pasada por todos los lugares en los que había estado en 2001, pero ya con otra experiencia y perspectiva, sobre todo como fotógrafo, lo pude disfrutar de otra manera. También significó divertirme acompañando a mi madre a través del shock cultural que implica la primera visita a India y haciéndola viajar con mi bajo presupuesto, enseñándole a comer con las manosestilo indio y sometiéndola a viajar en el famoso 2nd Class Sleeper de los trenes indios. Muchos dirán: "cómo le hacés eso a tu propia madre??" y yo les respondo: mi madre es todo terreno! :)
Esto será más bien un recorrido visual con comentarios actualizados, ya que no hay mucho que no haya contado anteriormente en este blog sobre los siguientes lugares de India.
El viejo Delhi es para mí, uno de los lugares más apasionantes del mundo. Podría pasarme días, semanas, meses perdiéndome por sus callejones y nunca cansarme. El abanico de imágenes, olores y texturas es virtualmente infinito. Es un despilfarro sensorial que exalta los sentidos.
Es un lugar donde decenas de miles de personas conducen sus negocios todos los días, en locales que tan sólo pueden contar con un puñado de centímetros de ancho. La variedad de comercios y oficios que se llevan a cabo en este mundo aparte es innumerable. Puede ser el de herreros y fundidores en espacios tapados de tierra y hollín donde respirar puede parecer un milagro.
O el de los panaderos haciendo naan y chapatis en el espacio más reducido imaginable. Los niños amasan al fondo y el panadero hornea la masa en un improvisado tandoori delante de élpara luego lanzar al vuelo los deliciosos discos de pan bien calientes.
Los carniceros indios, cuyas condiciones laborales nunca dejan de causarme una horripilante fascinación. Su chocante estándar de higiene, cuya imágen uno quiere ciertamente sacudir de su cabeza al estar comiendo un delicioso chicken butter masala cuyo pollo sabemos que ha sido provisto por una carnicería de este estilo.
El tráfico de carros con montañas de mercaderías tirados por gente cuya existencia se limita exclusivamente a llegar al final de cada largo día con algunos centavos para poder comer.
Los barberos conducen su popular negocio improvisando sus instalaciones en cualquier intersticio urbano restante. La demanda es alta y trabajan incesantemente.
Algunos comerciantes optan por ahorrarse algunas rupias y podar prolijamente su propia barba mientras esperan que los clientes vengan por algunas bananas.
Pasivamente y en silencio, en una postura que pareciera de meditación en medio de este caos urbano, siempre están los residentes cuyo mayor entretenimiento parece ser sentarse en la típica posición india en cuclillas en la que pueden permanecer por horas y simplemente contemplar el caos a su alrededor
Delhi es una megápolis de decenas de millones de habitantes donde a cada paso, los extremos contrastes de India son echados en cara sin reservas. No se puede escapar a dichos contrastes. Uno puede venir a India para verla desde un autobus turístico de lujo como tantos que visitan este país, y verla detrás de una ventana en un espacio acondicionado, pero uno puede elegir atravesarla a pie, confrontarla, sentirla, ver sus asperezas, sus extremos. Ver que a veces, el karma hinduista parece justificar el ignorar la miseria del prójimo y hacer que la vida transcurra como si nada estuviera pasando.
Pasar de la lujuría a la miseria es cuestión de tan sólo unos pasos. Las vacas siguen siendo eternamente sagradas en India y se siguen viendo divagar por doquier en pleno Delhi del siglo XXI, alimentándose en la mierda y más que nada obstaculizando el paso frenético de esta jungla.
La mayor cantidad de gente va a Varanasi para hacer el imperdible paseo en bote por el sagrado Ganges al amanecer, cuando el casco antiguo de la ciudad se baña con el dorado del sol naciente y millares de personas se bañan y beben de su putrefacta agua bendita, llena de mierda y cadáveres flotando. Es un paseo muy bonito y ciertamente chocante la primera vez, como lo fue para mí hace 13 años, cuando veía los cadáveres flotar al paso del bote y no podía conciliar la idea de qué lleva a la gente a tener Fe en cosas que desde la razón parecen ser tan absurdas. Hoy miro a la Fe religiosa de distinto modo, con más humildad dejando atrás la arrogancia, pero sin caer en la ignorancia. De este modo puedo entender el refugio (y la necesidad) que la gente encuentra al creer con devoción en algo para sortear las dificultades de nuestro efímero paso por este mundo. Desafortunadamente, en esta segunda vez, el clima no estuvo de nuestro lado y llovió impunemente por tres días enteros, privando a mi mamá y a Julia de presenciar el amanecer soleado en el Ganges. No obstante, Benarés (nombre original de Varanasi) sigue felizmente ajena al paso del tiempo y se mantiene intacta aún siendo uno de los destinos turísticos más relevantes de India.
A Benarés se sigue yendo a morir y su cielo sigue estando enrarecido por las cenizas resultado de las cremaciones al aire libre en las orillas del Ganges. Al igual que 13 años atrás, decido seguir respetando la voluntad de los indios y mis principios de no tomar fotografías de los mismos, principios que no parecen ser compartidos por muchos fotógrafos de hoy en día. Si esperan morbo, no lo van a encontrar en las siguientes imágenes, porque Benarés no se limita a ver cuerpos siendo carbonizados sobre una pila de leña, sino que también ofrece una visión a la vida de todos los días, en esta ciudad que se obstina en no dejarse vencer por el paso del tiempo.
Si bien el mal clima jugó en contra, tuvimos la fortuna de llegar a la ciudad justo para la celebración de la multitudinaria festividad de Shivaratri. Un espectacular evento religioso que trae a peregrinos de toda India para celebrar la gran noche de Shiva. Por dos días enteros las procesiones abarrotan la calles de la ciudad. Durante la noche, en los ghats comienza una larga peregrinación de 75 km caminando. La gente de todas las edades arranca la larga marcha en estado de euforia. Bailando, gritando, celebrando.
Durante el día continúan bloqueando todas las arterias centrales. La gente canta sin cesar, levanta las manos, se detiene para bailar, hace colas para visitar los templos sagrados.
Pasada la euforia de shivaratri la ciudad vuelve a la normalidad y es momento de perderse por los callejones del casco antiguo, lejos de las populares ghats, donde uno se encuentra con el Benarés del día a día. Los comercios abren nuevamente. Los barberos callejeros montan sus puestos a los lados de las calles y trabajan sin cesar.
Y sin importar en qué momento del año estamos, los monos seguirán reinando en las terrazas de Benarés, al igual que hace 13 años cuando una pandilla de ellos me rodearon para robarme las bananas que tan feliz me estaba comiendo mientras miraba la luna salir sobre el Ganges.
A pesar de mi creciente desinterés por las atracciones turísticas, sigo creyendo que hay lugares en el mundo que merecen ser visitados al menos una vez en la vida y el Taj Mahal es sin duda uno de ellos, quizás sea el primero de todos en mi lista. Hace 13 años caía de rodillas ante su perfección y su inmaculada belleza y en esta ocasión no tuve problema alguno en volver a repetir la experiencia. Durante los días previos me encargué específicamente de alimentar el entusiasmo de mi mamá y de Julia, relatándoles la deslumbrante transición de los colores de su mármol a medida que el sol asciende sobre él.
Llegamos a Agra cargados de ilusión, listos todos para experimentar la belleza fenomenológica de esta fusión entre el mundo y las grandes maravillas de la arquitectura, nos acostamos temprano para levantarnos antes del amanecer, tal como yo lo había hecho en mi primera vez. Caminamos hacia él, cruzamos el inmenso portal de las murallas rojizas que lo encierran y ¿qué encontramos? que el Taj no estaba.......
Menuda frustración. Pasaron las horas y una maldita neblina empecinada en negarnos su esplendor nos robó el deslumbrante cambio de colores. Finalmente, luego de varias horas de espera, el cielo se destapó y finalmente apareció y aunque no lo hemos visto ni rosado, ni anaranjado, ni amarillo, lo hemos visto como realmente es, blanco encandilante, perfecto, magnífico.
Mi mamá pudo cumplir uno de los sueños más esperados de su vida y eso fue lo más importante para mí. Por lo que resta, Agra sigue siendo uno de los peores lugares de este planeta, porque saliendo del recinto del Taj, toda la ciudad, cuya mismísima existencia se la debe exclusivamente al mausoleo, es lo que en inglés llaman un shithole, un agujero de mierda literalmente. Es un lugar donde un extranjero no es más que una billetera caminando, un objeto digno de ser estafado a cada paso que da y en donde no se le va a permitir en ningún momento tener un espacio de más de 10 pasos consecutivos sin ser interrumpido para intentar sacar rédito de él en cualquier forma posible.
Basta de llamar rosa a Jaipur
Jaipur es la gran puerta a Rajasthan, es una ciudad interesante y es famosa por lo que llaman la Pink City (Ciudad rosa), aunque todavía no me explico de dónde viene tal denominación ya que, a menos que sea daltónico, esta ciudad rosa, para mí sigue siendo claramente naranja.
Como todo lugar famoso, los turistas pasan por esta ciudad rosa, se dejan estafar varias veces consecutivas comprando souvenirs a precios inflados con inflador de ruedas de tractor y se van rápidamente sin ver que la ciudad es mucho más que eso. En sus mercados de telas uno se puede perder entre callejones repletos de mujeres locales comprando saris y regateando por las telas mientras sus maridos en turbantes, aburridos se sientan a esperarlas.
Jaipur también cuenta con un enorme barrio de escultores que muy pocos conocen. Es magnífico. En ellos se producen gran parte de las estatuas que se despacharán hacia decenas de templos en la región.
Jodphur fue una gran sorpresa para mí. La primera vez que estuve en India no me dieron los tiempos para quedarme allí y la pasé en una escala de tren hacia otra ciudad. Grave error. En retrospectiva, hubiera cambiado Udaipur por Jodphur sin pensarlo un segundo, pero es fácil decirlo ahora que conozco las dos. Jodphur, ya bien dentro del desierto Rajasthani, es famosa por su barrio azul, y es verdaderamente azul, no como el fiasco naranja de Jaipur. Cuando uno mira al cielo desde cualquiera de sus estrechos pasadizos, el celeste del mismo se mezcla con el azul estridente de sus casas formando un continuo de monotonía hermoso entre cielo y tierra.
Para cerrar esta vuelta de dos semanas por India decidí llevar a "mis chicas" a nada mejor que Karni Mata, el famoso templo de las ratas situado en el pueblito de Deshnok en pleno desierto Rajasthani. Es un templo que ha ganado notable popularidad desde la primera vez que fuí, por haber salido en televisión varias veces, pero aún así, no hemos visto más que otros dos extranjeros allí. A pesar de su fama, Karni Mata y sus devotos peregrinos no han cambiado nada, y aún hoy, en 2014, se puede seguir presenciado la adoración a las más de 20.000 ratas que se estima que viven en este templo, tal como se hizo históricamente. Entrar descalzo sigue siendo obligatorio, será que hay cierto sentido sagrado en pisar el excremento de millares de ratas y mezclado con caca de paloma.
La gente sigue acudiendo a rezarles, a realizar los rituales pertinentes y a circumbalar el templo repartiéndoles comida, mientras que los millares de ratas se desplazan a toda velocidad de ratonera en ratonera pasando entre las piernas.
A pesar de no haber hecho todo esto en bicicleta, lo bueno que tiene India es que viajar en sus trenes es también una experiencia muy entretenida y donde también se experimenta una gran parte de la vida diaria en el país, ya que el tren es el medio de transporte por excelencia y mueve un volumen de gente de 20 millones de personas al día, ni más ni menos. Llevar a mi mamá de viaje por India también ha sido muy especial y una prueba de que uno no es como es porque sí, sino por cómo ha sido formado. Luego de años de haber crecido viajando de la mano de mis padres, el hecho de poder ahora llevarlos yo a "mis lugares en el mundo", es más que especial.
A nuestra vuelta a Gurgaon nos esperaba nuestra propia familia local. Durante la última semana, nos dedicamos a pasarla en familia con Manish, Rocky y demás, con quienes hemos establecido uno de esos vínculos profundos que uno sabe que serán para siempre. Este es uno de los grandes regalos de viajar por el mundo, amigos. Nada se compara a agrandar su propia familia y a extenderla fuera de los límites de su propia comarca, integrando gente realmente valiosa que enriquece la vida de uno. Nuestro vínculo con los Chauhan es la prueba más fehaciente de este sentimiento que surgió en mi primera visita a India y se reafirmó en esta tercera: siempre voy a volver a India! Ya no sólo por lo maravilloso que es este país y su gente, sino porque encima ahora tengo familia en él.
Por el momento, es hora de preparar las bicicletas para volar una vez más, ojalá la última. La deteriorada situación política en Pakistán, Syria y Yemen y en consecuencia su imposible acceso a ellos, nos bloquea virtualmente todos los puntos por los cuales podíamos llegar a África pedaleando y no nos quedó otra opción, a mi pesar, que volar.