Nicolás Marino Photographer - Adventure traveler

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Chau Japón!

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70 días en Japón, 25 pedaleando y 45 trabajando en Tokyo fueron más que suficientes, tal vez demasiados. A diferencia de ese hermoso sentimiento de querer volver una y otra vez que me dejaron países como Mongolia o Indonesia en este año que pasó, a medida que pasaban los días en Japón más aumentaban mis ganas de irme.  Esto no significa haberlo pasado mal sino más bien no haber sentido lograr una fuerte conexión con el país y su cultura. 

 En base al tiempo vivido, que no fue tanto pero tampoco fue poco, la sensación que me queda de Japón es la de una sociedad extremadamente rígida y estricta. Una rigidez que se siente hasta en el aire, en todas las formas de interacción social, desde las formales hasta las casuales. En las relaciones con la gente en general se percibe como una obligación social de ser permanentemente correcto y hacer y/o decir lo que se supone que es debido, en vez de reaccionar como quizás realmente lo sienten por dentro. No parece haber mucho lugar para las reacciones emocionales.

Varias situaciones que reflejan esto me llamaron diariamente la atención. 

La situación de dar las gracias por algo es un buen ejemplo. Ser agradecido es, demás está decir, algo muy valioso, pero decir 10 veces gracias por algo, repetidamente como un disco rayado, es tan innecesario como no decirlo en absoluto. De esta manera, hay muchas situaciones en las que se siente que ese "agradecimiento" no se debe hacia una gratitud interna genuina sino más bien a un acto reflejo socialmente aprobado. 

Por otra parte, los enojos, el levantamiento de la voz, gritar, exacerbarse, son reacciones casi inexistentes y me cuesta imaginar que no lo sientan por dentro porque de no ser así no serían humanos. Aún así, es posible percibir a la gente tragar el sentimiento interno en pos de una respuesta socialmente correcta. 

También, como ocurre en muchos países del este de Asia, el miedo al "lose face" (muy resumidamente: una suerte de pérdida de prestigio y desaprobación social) en Japón tiene una influencia muy grande en la sociedad. El enfrentamiento por algún problema no es algo común y preferentemente se evita. Dejar una nota escrita estableciendo un problema existente es mucho más común que esperar que una persona venga a plantearlo cara a cara. Pedir disculpas, como el dar las gracias, se siente también como una respuesta reflejo. Los japoneses dicen sorry hasta por las cosas que no requieren pedir disculpas, y no lo dicen una sino hasta 10 veces para demostrar que lamentan algo. Sin embargo, la sensación que me queda es la misma. 

¿Está la persona genuinamente lamentando algo o sólo está repitiendo porque está programado socialmente para decir sorry ante tal o cual situación? 

El peso de la mirada social se siente hasta siendo extranjero. Como occidental (y quizás como tercermundista) a veces me resultaba intolerable tener que estar parado en un semáforo esperando para cruzar cuando no había ningún coche a la vista en las cuatro direcciones en cuatro manzanas a la redonda. Aún así, los japoneses esperan y si uno decide pasar porque la lógica lo dice, la mirada de los que esperan es tan pesada como la de una condena. 

Esta situación de sentir que uno es continuamente observado en silencio con miradas que aprueban o desaprueban se vuelve un peso y a mí al menos comenzó a resultarme insoportable. El silencio ciertamente lo hace mucho peor. A veces es mejor tener una discusión de cierto tono que aclara las cosas más rápidamente y no deja lugar a dudasa

Es muy común también que la gente evite el contacto visual. Muchos dicen que es por timidez pero tengo mis sospechas de que sea tan sólo eso. La realidad es que la gente esquiva la mirada directa y muchas veces una sonrisa y un saludo abierto por parte de uno son devueltos con quitar la mirada en seco.

Independientemente de estos aspectos tan particulares, no hay que evitar mencionar los otros. La honestidad de los japoneses no es ni más ni menos que para quitarse el sombrero. El respeto por todo, incluyendo las leyes, si bien a veces es excesivo como mencioné recién, es admirable también. Hace que todo funcione bien y de manera mayormente predecible. Hace que una ciudad como Tokyo, que con su área metropolitana tiene unos 35 millones de habitantes, sea un lugar exquisitamente ordenado y silencioso. El crimen en Japón es prácticamente inexistente. Durante 45 días nuestras bicicletas han estado estacionadas en la calle en Tokyo, sin ningún tipo de candado o dispositivo de seguridad, día y noche y allí estuvieron hasta el día en que nos fuímos. Es hermoso vivir sin miedo, sin sospechas de que alguien nos quiera lastimar o quitarnos algo. Los japoneses parecen tener más que claro que no hay que tomar lo que no es de uno y si uno lo toma es sin dudas para reportarlo o devolverlo. La gente reporta todo lo que se encuentra. Por ejemplo, si uno pierde una llave, una persona la levanta y la lleva al koban (seccional de policía) más cercano. La persona que la perdió puede reportar el extravío en cualquier otra parte de la ciudad y en poco tiempo acceder a lo que perdió. En este siglo, estas cosas parecen de fantasía. Por último, vendiendo fotos en la calle, hemos también visto otra característica muy positiva que es la generosidad. Los japoneses tienen mucho dinero y no son mezquinos con él, una y otra vez nos han apoyado con tan sólo leer en un cartel sobre el viaje en el que estamos.

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 Con todo, lo único que extrañaré de Japón es el memorable momento, casi místico, de ir al baño, pero por lo demás no encuentro reales motivos por los cuales quisiera volver o extrañar este país a veces tan esteril, tan aséptico. Desde un punto de vista de desarrollo tecnológico, ha sido ciertamente deslumbrante y nos ha dejado sin palabras. Sin embargo, ni tanta tecnología por un lado, ni tanto respeto y honestidad por el otro alcanzan para llenar el corazón. Durante nuestra estadía en Tokyo me he dedicado a ver uno por uno los videos que he hecho durante todo un año en la ruta y en todos los países puedo ver a la gente, aquella gente que nos ha dado hospitalidad, nos ha protegido y nos ha llenado de afecto y ha hecho de aquellos países algo inolvidable. En Japón, los videos y las fotos están vacios de gente. Veo los videos de Indonesia y de Filipinas y veo a los niños en la calle y en la escuela jugando como locos, divirtiéndose a más no poder, disfrutando de ser niños ni más ni menos, tanto que nos preguntábamos cuándo demonios estudian!! En Japón, hemos conocido a los niños más temiblemente serios que vimos en alguna parte, nos preguntábamos si conocen las travesuras, si saben lo que es matarse de risa por hacer tonterías y si en última instancia saben lo que es la vida sin estudiar ni rendir académicamente. Esa fue una de las imágenes más tristes. 

La honestidad y la rectitud son valores muy positivos pero a mí no me alcanzan para enamorarme de un país. Prefiero menos desarrollo tecnológico y quizás incluso un poquito menos de honestidad a cambio de sentir más afecto humano, más calidez, como la hemos sentido tan profundamente en países años luz más pobres tecnológica y económicamente, donde la gente no tiene trenes que van a 500 km/h ni le lavan los dientes al perro, pero tiene un corazón tan grande que te abraza desde el primer momento que pisás el país. 

Hay excepciones

Para cerrar, quiero decir que hay excepciones, como en todo el mundo, muy felices excepciones. Hemos tenido la gran fortuna de conocer un puñado de japoneses extraordinarios, Shingo, Kazu, Hayato, y Kenichi. El tipo de japonés que ha optado por una vida diferente a la que les dicta su tan estricta sociedad, gente que combina esa honestidad inexorable con afecto y amistad que han aprendido al viajar por el mundo. 

Mi último y más importante ejemplo es el de mi gran amigo

Daisuke Nakanishi

. Allá por el año 1998 con 28 años, Daisuke tenia un sueño que nada tenía que ver con lo que la sociedad japonesa dictaba. Decidió dejar la estructura social del país y subirse a una bicicleta para salir al mundo con el más sencillo de los objetivos posible: salir en busca de hacer amigos y celebrar la amistad. 11 años más tarde, más de 150.000 km en dos ruedas, unos 130 y tantos países y centenas de amigos en todos los rincones del planeta, Daisuke llegaba a mi casa en Chengdu donde lo recibí con los brazos abiertos.

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Era el año 2009 y a su travesía le quedaba un sólo país (Corea del sur) antes de volver a su natal Japón. Pasaron 4 años desde aquel día en el que me sumé a sus amigos por el mundo y esta vez  me tocó a mí, la gran alegría de visitar a mi amigo en su casa de Osaka, esta vez yo como viajero y claro que en bicicleta. 

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Tanto Daisuke como los demás que he mencionado, son ejemplos de Japón que se oponen a someterse a un sistema tan rígido, que parece intentar suprimir las emociones más humanas de la gente. Lo más importante es que demuestran que una vida diferente es posible. Celebro mi amistad con ellos, y creo que ellos fueron los que hicieron de esta larga pasada por Japón una experiencia que verdaderamente valiera la pena. Viajamos y creemos que una vida diferente ES POSIBLE, en Japón y en cualquier otro lado, sólo hay que quererlo.