Mayo comenzó y terminó con problemas. Ni bien abordamos el Bukit Siguntang a las 23hs en Makassar, entendimos finalmente lo que aquel simpático tripulante que nos había traido desde Kalimantán, nos quería decir con disfrutar de aquel viaje. Es inimaginable el caos que era este barco cuando subimos. Miles de personas ocupando cada rincón del mismo. Los dormitorios comunales sobrepoblados, con gente durmiendo aplastada entre sí, el humo intoxicante del cigarrillo flotando en el aire, montañas de bolsos, paquetes, cajones con frutas y toda clase de porquerías. La gente se amontonaba en cada rincón disponible fuera de los dormitorios, en pasillos, escaleras, acostadas sobre cartones o bolsas de arroz vacías para separarse de un suelo mugriento, los niños y bebés llorando por todas partes, los baños desprendiendo olores corrosivos, se imaginan.....o no? Seguro que no. El único rincón que encontramos fue en el piso del pasillo que conducía a la cocina, un espacio de tránsito permanente, con el megáfono de anuncios directamente encima nuestro puesto a un volumen desmesurado que nos taladraba los oídos, especialmente a las 4.30am cuando llegaba el primer llamado al rezo del día. Allí, en ese espacio agobiante debíamos pasar las próximas 36hs navegando hacia Kupang en Timor Occidental.
Los PELNI son un mundo en sí mismo. Hoy por hoy quedaron reducidos a ser el transporte de los más pobres, porque la cantidad de aerolíneas volando a costos bajísimos hizo que hoy muchas personas puedan acceder a comprar un ticket de avión. Los PELNI son lentos, viajar en ellos requiere planear con mucha antelación, hay islas que sólo tienen servicio una o dos veces al mes. A veces se puede pasar hasta una semana entera para llegar de un punto a otro, pero este es el único medio por el cual la mayor cantidad de indonesios puede movilizarse de isla en isla. Quizás la mayor molestia no es el hacinamiento, ni la comida repulsiva incluida con el precio del pasaje, ni los fantasmagóricos baños, sino que lamentablemente hay que tener siempre un ojo puesto en las pertenencias porque siempre hay pillos dando vuelta urgando las cosas de los demás, habiendo dicho esto, la mayor cantidad de gente, como siempre, es muy amigable y generosa y nos ayudaban como podían para que tuviéramos un espacio más cómodo.
Aquí, una breve reseña en video de lo que es viajar en un PELNI más o menos lleno:
Luego de 36hs y dos escalas, llegamos a Kupang muy mal dormidos, con todos los huesos doloridos de dormir en el piso, y ser continuamente despertados de manera abrupta con los alaridos aliendo de ese megáfono de mierda anunciando cosas irrelevantes, pero felices de haber bajado de ese maldito navío en un día espectacular. La isla de Timor está directamente en frente de la costa norte de Australia, a no muchos kilómetros distancia, esto hace que tenga un microclima increíble. Los vientos provenientes del Outback(desierto australiano) transforman el originalmente húmedo clima tropical en seco. Era un verdadero placer, estar pedaleando y por primera vez en mucho tiempo, no sentir el cuerpo pegajoso todo el tiempo. Hacía calor y el sol era fuerte, pero al menos para mí, se me hacía más tolerable al ser seco.
Kupang es una ciudad fea, ubicada en la punta oeste de la isla, pero encerrada entre mares turquesas y montañas de formas exóticas. Ni bien comenzamos a pedalear saliendo del puerto, Julia comenzó a sentirse extremadamente débil, tenía los ojos brillosos, sueño y fiebre. Era muy posible que el agobiante viaje en el PELNI y la falta de descanso la hubieran descompesado.
Hicimos el esfuerzo de ir directo al consulado de Timor Leste para tramitar nuestras visas y de allí directo a la pensión, donde pasó 3 días durmiendo casi continuamente, y con picos de fiebre que mitigaba con Paracetamol. Yo comenzaba a sospechar algo más serio que simple cansancio, pero al cuarto día se encontraba relativamente bien y partimos en camino hacia la frontera con Timor Leste. No habían pasado 10km que ya había perdido todas las fuerzas y a mí no me quedaban dudas, tenía que ser dengue, pero debíamos sí o sí alcanzar la frontera, nos quedaban 4 días hasta el día en que vencieran nuestra visas, entonces decidimos poner las bicicletas en un bus para hacer los 300km, porque de todas formas, a la vuelta los podríamos pedalear completos, no teníamos otra ruta.
En una de las paradas para comer, una jóven madre con su hijo se acercó a mí con cara de preocupación y me dijo: tu esposa (en Indonesia decimos estar casados) no se ve bien, está enferma, no es así? Le dije que sí, que sospechaba que tenía dengue. Se preocupó y me dijo que si aún no teníamos lugar dónde dormir en Atambúa, el pueblo fronterizo, podríamos ir a su casa, y así fue. Sinema, su encantador marido Wilko y sus tres hermosos hijos nos recibieron en su hogar. De ese día en adelante, Sinema fue una madre que corrió por nosotros, y específicamente por Julia, de lado a lado, moviendo cielo y tierra hasta su recuperación. Nos llevó al hospital donde se confirmó el dengue. Allí, querían hospitalizar a Julia por una suma equivalente a 100 usd por día, pero Sinema sospechó de ese precio y nos llevó a una médica amiga de la familia muy renombrada en el pueblo quien atendió a Julia gratis y le recomendó el tratamiento típico del dengue de reposo e hidratación constante. Mientras tanto, Sinema me llevaba a los mercados a comprar frutas para Julia, nos hacía comidas especiales y todo lo que fuera posible para que se recuperara. Fue un proceso lento, el dengue produce un desbalance en la sangre que lleva varios días recomponer y debía hacerse dos análisis de sangre por día para seguir detenidamente la evolución. Pero los problemas migratorios trascienden las enfermedades y nosotros debíamos ya salir del país o comenzar a pagar multas. Sinema me acompañó a migraciones para ver cómo solucionar el problema y no había otra solución más que extender nuestra visa o salir del país a tiempo, pero para extender nuestra visa necesitábamos un sponsor local. Sinema lo pensó, lo consultó con Wilko, y decidieron ser nuestro sponsor para que no tengamos que salir del país en esas condiciones. Esto es una responsabilidad enorme para un indonesio. Cuando asumen ser nuestros sponsor, cualquier cosa que a nosotros nos pase o hagamos mal, todo recaerá sobre ellos. Aún así, decidieron hacerlo y nuestro problema migratorio se vio resuelto.
Sinema y Wilko fueron por 7 días nuestros ángeles, hicieron de nuestra mismísima familia. Apenas conociéndonos, nos cuidaron y nos trataron como tal. Así es la gente en Indonesia, no hay palabras para describirlo. Mientras en occidente perdemos estas cualidades más y más cada día que pasa y nos volvemos más egoístas, individualistas y cerrados, aquí, por suerte, los valores más esenciales de nuestra humanidad aún perviven. Vivimos en familia con ellos y a ellos les estaremos eternamente agradecidos por su amor, por su afecto, por su desinteresada hospitalidad.
Nuestros planes de llegar a Timor Leste fueron cancelados y si bien queríamos ir, también íbamos por necesidad, más que por ser un país con algo específicamente atractivo para visitar. La realidad es que los timoreses son más o menos la misma gente a ambos lados de la frontera (aunque obviamente los separatistas lo negarán rotundamente), comparten la religión católica, los antepasados portugueses, las costumbres y aún así, en el año 2000 crearon suficientementes motivos para masacrarse entre sí ( timoreses pro-indonesia y timoreses separatistas) para que Timor Leste lograra finalmente su independencia. Geográficamente la isla es muy similar a ambos lados, así que tampoco hemos perdido algo único. Luego de la semana con nuestra familia adoptiva y Julia con su sangre vuelta a la normalidad, comenzamos a pedalear de vuelta en camino a Kupang por esta fascinante isla, tan distinta a todo lo anterior, porque no es el clima lo único que cambia, es también la etnia. Hay dos grandes grupos de timoreses, los de antepasados portugueses, que siguen la religión católica y son en rasgos más similares a los indonesios, y los de origen papuano que mantienen tradiciones ancestrales, son animistas, hasta no hace mucho seguían siendo cazadores de cabezas, y viven aún prehistóricamente en sus ume kebubu.
Llama muchísimo la atención la similitud en rasgos, de estos timoreses con los aborígenes australianos, están más cerca de ellos que de los indonesios-malayos-filipinos.
Por el contratiempo del dengue, se nos agotó el tiempo para hacer la ruta remota que tenía planeada por la isla, pero aún así, siguiendo el camino principal, el crisol cultural es fascinante por decir poco. Los ume kebubu están por doquier y con ellos pasa algo curioso. El gobierno de Indonesia los considera un peligro y le construyen a la gente unas casas sórdidas de bloques de cemento para que vivan en ellas, pero la gente local las considera un peligro, entonces construyen un nuevo ume kebubu detrás de la casa sórdida y viven en él. No hay nada más fútil que intentar matar una tradición milenaria, no? Y me alegro que así sea.
Los ume kebubu no tienen ventilación alguna, su pequeña puerta tiene un metro de altura y el techo con forma de panal de abejas llega con sus pajas hasta rozar el piso. Su construcción y diseño permiten que se mantengan frescas dentro, cuando hace mucho calor afuera y cálidas adentro cuando hace frío afuera. Por dentro, la gente cuelga maíz de sus techos para secarlos. Es difícil de creer que ejemplos tan perfectos y antiguos de arquitectura vernácula aún sobrevivan en el siglo XXI y la gente siga viviendo en ellos como hace centenas de años.
La gente local es increíblemente alegre, llena de vida, sonríen con sus bocas destrozadas, teñidas de rojo, con dientes negros y rotos por la adicción a lo que llaman siripina, una mezcla de nuez de betel, con hierbas, envueltas en una hoja de plátano que se abulta entre las encías y el lado interno de las mejillas y luego se masca. Es casi exactamente lo mismo que el paan de India. Al igual que allí, la gente parece tener la boca pintada con lapiz labial por fuera y sangrando por dentro, aunque no es ni uno ni lo otro, sino el color y la textura de la siripina.
No es una droga, pero sí tiene un leve efecto narcótico y la gente se vuelve adicta a mascarlo todo el día. Los restos se ven en el piso por doquier, la gente lo escupe y por todas partes se pueden ver los manchones de escupitajos que son más parecidos a los de una colonia de tuberculosos escupiendo sangre. El efecto en la boca es no apto para personas impresionables. Una muy alegre señora, moría de risa cuando le estaba tomando fotos y sin quererlo, con cuchillo en mano, me regaló una sonrisa que aterraría a la mismísima madre de Norman Bates en Psicosis.
El camino nos fue llevando a lo largo de pueblo tras pueblo. Los alrededores de Kefa (Kefamenanu), Niki Niki, Soe, son un museo al aire libre de gente fascinante, vistiendo atuendos tradicionales y rigiendo su vida según las mismas costumbres de hace cientos de años.
El interior de Timor Occidental es muy montañoso, tuvimos que bajar y subir constantemente, pero habíamos tenido un buen descanso y si bien Julia aún estaba en etapa de recuperación, pudo sobrellevar muy bien el camino. El magnífico clima seco sumado a la posición de altura en la que se encuentran los pueblos nos hizo las cosas mucho más cómodas. Las noches eran frescas sin ser frías y los días cálidos sin ser agobiantes. Fue un verdadero placer.
Luego de tres largos días de rodar, llegamos al descenso final a Kupang sobre el final del día, con un gran espectáculo de colores en el paisaje de montañas del interior de Timor.
Llegamos a Kupang entrada la noche, listos para comer el mismo exquisito plato que había comido todas las noches en el mercado callejero, durante la primera pasada, un delicioso pescado a la brasa, recién traido del mar, cocinado y condimentado en el momento. Acompañado de un licuado de guayabano, una fruta que se volvió casi una adicción para mí. Delicias como pocas. Había que juntar muchas energías y fuerza de voluntad, ya que al día siguiente debíamos abordar una vez más el maldito Bukit Sigungtang, esta vez por tan sólo 18hs, en camino a Maumere, en la isla de Flores, era hora de comenzar a hacer ruta de volcanes.