Nicolás Marino Photographer - Adventure traveler

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Vacaciones en el idilio

Hay motivos primigenios por los cuales somos quienes somos y cosas que hacen que hagamos lo que hacemos. En mi caso, el principal motivo por el cual soy el aventurero que soy y he podido soñar y posteriormente realizar la vida que llevo es por mis padres, ambos aventureros natos, que me han llevado de aventura en aventura posible desde el momento en que nací y me han criado para no tenerle miedo a nada, o mejor dicho, para no vivir el miedo con terror y poder avanzar con seguridad sobre los terrenos más desconocidos que pudiera enfrentar, al mismo tiempo alimentando una sed de descubrimiento y aprendizaje que nunca se sacia.

Las absurdas ironías de la vida, las odiosas jugarretas del destino y quién sabe cuantas más explicaciones sin fin, hicieron que hoy no estén juntos, así que como primera visita en nuestra larga rodada por el mundo, hemos recibido a mi padre, el más grande entre todos los padres (disculpen la falta de modestia pero es que realmente no la tengo para esto :)) con quién es un verdadero placer viajar, ya que con él no hay limitaciones.

Julia y yo dejamos nuestras bicis descansando en Manila en la casa de nuestro padrino Allen y nos lanzamos los tres a viajar por la remota isla de Palawan por dos semanas.

Hasta hace tan sólo unos 3-4 años, Palawan era uno de esos paraísos idílicos, aislados de todo y con turismo casi inexistente. Muchas partes de la isla aún conservan esas características idílicas pero lamentablemente ya ha sido descubierto por los dañinos colmillos del turismo y muchas partes de la misma están sufriendo una increíble transformación negativa.

 Palawan tiene aún eternas extensiones de playas vírgenes y aguas cristalinas sobre las cuales yacen pueblitos pesqueros muy sencillos donde el tiempo no pasa, pero sus lugares famosos están cambiando radicalmente. El Nido es uno de ellos. Situado en el extremo norte de la isla en el fabuloso archipielago de Bacuit, El Nido solía ser un pueblo de menos de 10 chozas de paja rodeadas de una selva impenetrable de cocoteras hasta hace tan sólo 5 años. Hoy sigue siendo un pueblito pequeño con una infraestructura muy limitada que no alcanza para cubrir el nivel de la popularidad que ya tiene, pero se perfila a crecer y devenir en tragedias como Boracay.

En el Nido y sus alrededores de aguas transparentes e islotes de paredes de roca verticales brotando del océano como tortugas gigantes invadiendo a la tierra, hemos presenciado atardeceres de colores surrealistas y refrescantes brisas en el crepúsculo.

Cada día una pintura diferente dibujada en el cielo que haría sentir incapaz al más hábil de los pintores impresionistas. 

No hay límites para tanta belleza visual, desborda los sentidos.

Durante el día, las bangkas parecen flotar en el aire navegando por el archipiélago, porque el agua es tan transparente que disuelve los límites visuales entre lo que es lleno y lo que es vacío.

Moverse por el interior de Palawan es lento y trabajoso, la mayor cantidad de caminos son aún de tierra, el interior es rigurosamente selvático y montañoso y lleva horas en jeepneys incomodísimos a temperaturas ardientes, ir de punto a punto. Port Barton es un pueblito pesquero de ritmos lentos y andares suaves que se encuentra en una pequeña bahía paradisíaca donde la espesa selva que hay que atravesar para llegar allí respira. Una calle de tierra de 300 mts, unas pocas casitas, poquita gente y una paz prácticamente eterna. Durante el atardecer, el tiempo avanza en cámara lenta

Y al caer la noche todo parece quedar pausado para siempre

Ojalá hubiera manera de preservar estos pequeños paraísos del manoseo del turismo en masa y dejarlos para siempre como son, yo mismo sacrificaría visitarlos para dejarlos como lo que son y no tener impacto sobre ellos.

Hemos viajado como tres mosqueteros, rodando caminos incómodos y deslumbrándonos con los espectáculos que este mundo tiene para darnos y para mí, nada más especial que viajar por el mundo con mi viejo, algo que disfruto como cuando iba de niño sentado en el asiento del auto detrás suyo viendo por la ventanilla el mundo que él me enseñó a viajar y a admirar con devoción.