Nicolás Marino Photographer - Adventure traveler

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Infinitamente verde

A final de junio pocos días antes de "la caída" logré escapar una vez más por unos días hacia mi lugar en el mundo y una vez más tuve la suerte de ir con excelente compañía. Fue la primera vez que viajé al altiplano tibetano en los primeros días del verano y temía por el clima, ya que el verano es la época de lluvias. Sin embargo bajamos nuestras bicicletas en Zorge, bajo un sol radiante, en el epicentro de los grasslands de Kham, en la inmensa estepa elevada a 3600+mts de altura.

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El espectáculo comenzó ni bien salimos de Zorge en dirección al oeste por una ruta alternativa a la ruta principal, camino a Tangkor; el espectáculo de los grasslands al atardecer es tan bello y pacífico que es difícil de describir. Es como una inmensa alfombra verde que se ha tendido suavemente como si hubiera sido dejada caer desde el cielo cual sábana gigantesca, y al lograr el contacto con la geografía del planeta, fue adaptando su forma a la sucesión infinita de valles y suaves colinas que de a poco se van esfumando en el horizonte. Sobre este bellísimo manto, millares de yaks pastan en paz y silencio a medida que el sol va cayendo y sus rayos van dibujando la profundidad del paisaje.

 En el altiplano tibetano, debido a su gran altura y su alejamiento del oceáno, el frío es un hecho casi permanente. Al poco tiempo de caer el sol, la temperatura baja estrepitosamente y de un agradable día para andar en camiseta se pasa a una noche de frío considerable, aún en pleno verano. Y por la mañana, no es inusual despertar con 0C y los grasslands cubiertos de un fino manto de hielo. Sin embargo, el espectáculo del amanecer en la inmensidad con los destellos del sol haciendo brillar los bloquecitos del hielo derritiéndose, es idílico.

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El camino entero es una sobredosis de distintas tonalidades de verde. Al llegar a la cima después de cada subida se avista un nuevo y gigantesco manto que se extiende al infinito, y así, uno tras otro se repiten a lo largo del camino, y la sensación es la de estar pedaleando en el campo de golf más grande del mundo (aunque sé que esta sensación puede cambiar cuando llegue a Mongolia).

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  Y una vez más, el valor agregado a semejante belleza natural, lo ponen los tibetanos. Es verano, cuando las pasturas brotan con fuerza y los nómadas se instalan a lo largo y a lo ancho de los grasslands, con sus tiendas negras tejidas usando millones de pelos de los yak que ya los han dejado. A pesar de que su vida nomádica está constantemente amenazada, ellos siguen sonriendo y nos reciben en sus tiendas par darnos refugio, ofrecernos, agua, té, yogur de yak.

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 A diferencia de regiones más altas del altiplano donde la vida es más áspera y difícil, en los grasslands todavía se usa mucho a los caballos, tanto como medio de transporte como medio para arrear a los yaks y desplazarlos de una pastura a otra. Tanto mujeres como hombres de todas las edades se encargan de esta tarea, incluso cuando implica llevar a sus nietos a cuestas.

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Quizás el peor descubrimiento vino al final del segundo día, cuando luego de haber pedaleado más de 120 km bajo el sol y un muy agradable y engañoso  clima seco y de temperatura perfecta, nos dimos cuenta que habíamos subestimado el poder del sol. Al caer la noche nos encontrábamos completamente insolados; cara, manos y brazos yendo más allá del color rojo, morados e inflamados, casi como si fueran hematomas. El dolor de sentir el fuego salir de la piel no dejaba dormir y ráfagas de escalofríos se sucedían una tras otras impidiendo encontrar una posición para descansar. Pasarían más de dos semanas luego de volver, hasta que la piel comenzara a desinflamarse, caerse y dejar que las ampollas subcutáneas que se habían formado bajo la misma comenzarán a liberar el líquido interno.

Pasando Marthang ya el clima comenzó a desmejorar a medida que íbamos dejando atrás los grasslands y el camino se iba volviendo más estrecho y más alto hasta llegar al estrecho e impactante cañón, que siguiendo el Trosung chu (río) nos conduciría por una extensa y continua, aunque paulatina, bajada de 145km vía Li dzong llegando finalmente a Lungu, desde donde volveríamos a Chengdu.

 Un final que dejó el cuerpo averiado y cansado, pero luego de haber recorrido 465km espectaculares con tan linda compañía, con momentos que desbordaron de belleza, hicieron que todo haya valido la pena.