Nicolás Marino Photographer - Adventure traveler

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Lección de empatía

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 En los últimos tres años he viajado en bicicleta una y otra vez por diferentes regiones del altiplano tibetano y no importa cuán duras hayan sido las condiciones, hay algo en este enorme pedazo de tierra elevado a 5000 metros que no deja de cautivarme y que me atrae una y otra vez como si fuera un imán del cual no puedo desprenderme.

  La rigurosidad de su geografía, que en conjunto con la crudeza extrema de su clima, posan constantes pruebas físicas y sobre todo mentales, donde uno no tiene otra opción más que superarlas para salir adelante, son el tipo de adversidade que hacen salir a la luz las propias limitaciones, y estas mismas limitaciones provocan un necesario encuentro con uno mismo, en el cual toda la entereza psicológica es puesta a prueba y de ella dependerá el éxito de la travesía. Sumado a esto, la infinita belleza de sus paisajes, el misticismo de sus colores, sus luces y sus sombras, y el misterio creado por su vasto horizonte son las serie de fenómenos diarios que estimulan los sentidos y cargan el cuerpo de energía. Sin embargo, es el altruismo y la compasión de los tibetanos que abrazan el corazón de uno, y se vuelven una continua enseñanza de vida, cada día, en cada encuentro, en cada momento compartido con ellos lo que le dan el valor agregado a la magia de este lugar. Es en el altiplano tibetano, en donde viaje tras viaje, personalmente siento una intensidad emocional generada por esa mezcla de sensaciones físicas y estados, tanto emocionales como espirituales, que me conecta profundamente con el lugar.

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  Y esto es en el marco de la mayor de las subjetividades, ya que al viajar (como al vivir), a veces es difícil explicar, sin recurrir a la fe individual de cada uno, por qué uno conecta más intrínsecamente con un grupo de gente que con otro. Si bien podría acercarme mucho a una respuesta racional, creo que hay factores internos que exceden a la razón. En mi experiencia, los tibetanos son las personas más compasivas que he encontrado en el mundo y que mayor capacidad tienen de abrir su corazón al otro de manera desinteresada, simplemente porque pueden reconocer en éste, a otro ser humano que en su esencia es igual a ellos. Esto penetra consciente e inconscientemente en uno a través de gestos, actitudes y empatía, y es en esta última palabra donde para mí está la clave que los diferencia de los demás, porque es en ese vínculo generado a través de la misma, lo que hace que uno sienta su profunda calidez humana.

  La empatía, sin embargo, debe tener dos puntas, la del que la genera y la transmite, y la del que está dispuesto a recibirla. Es por esto, que a veces también la percepción de alguien con respecto a la gente de los lugares que visita, varía drásticamente según quién sea uno y las condiciones de uno en determinado momento. Aún así, los tibetanos tienen muchas veces la enorme capacidad de doblegar los malos humores y las malas energías que uno trae consigo mismo para luego depurarlos y transformarlos en sentimientos afables, tal es el poder que tiene su forma de ser. Esta empatía no sólo invita a transformar las energías de uno, si no que se contagia, se siembra dentro, y se vuelve recíproca.

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 Si bien la religión budista de tradición Vajrayana, que fomenta ante todo el altruismo y la compasión, y la intensa práctica que hacen los tibetanos de ella, seguramente tiene una influencia crucial en como sus caracteres fueron moldeados a lo largo de los siglos, no creo que sea el elemento decisivo que los diferencia de los demás. Una conjugación de factores espirituales y geográficos e históricos creo que son más bien lo que los hacen como son y es en el resultado de esa mezcla donde yo percibo su magia y donde me siento beneficiado por ellos.

A los ojos de alguien que viene de nuestra tan sobrevaluada sociedad de "avanzada", donde pareciera que un puñado de meros avances tecnológicos son sinónimo directo de progreso y única vía de evolución, los tibetanos resultan primitivos, hasta casi prehistóricos, porque sus costumbres y condiciones de vida son básicas, pero es en esa simpleza, en esa vida carente de objetos superfluos donde, no sólo prevalecen, sino que se siguen desarrollando otros valores, como el amor al prójimo, la hospitalidad y el altruismo. Cuando no hay objetos materiales a los cuales encadenarse en cuerpo y alma a una dependencia perpetua, las prioridades siguen siendo nuestro contacto y relación directa con nuestros congéneres, el encuentro humano y a la preservación de la calidad mismo.

 Su futuro, sin embargo, es incierto. El genocidio cultural continúa, las nuevas generaciones se forman en diferentes condiciones, y de a poco, van absorbiendo las costumbres e idiosincrasias de una cultura ajena, que les fue y les sigue siendo, implantada a la fuerza. Su entorno se ve transformado todos los días y no hay ni el más mínimo resplandor en el horizonte que indique que el control de su destino, les sea devuelto.

 Así y todo, siguen enfrentando la adversidad con estoicismo, y sobre todo, sin perder ese enorme espíritu compasivo que llevan dentro, sin perder la capacidad de sonreír, de ayudar, de poder ver en el otro las mismas cualidades intrínsecas que uno lleva dentro, y por ende deberse a preservar ese vínculo.

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 Esa es la enseñanza del Tibet, de su gente y de sus paisajes, se meten dentro de uno y se quedan para transformar. Viajar estos duros caminos me vuelve más fuerte, pero ante todo más humano, me devuelve la perspectiva, me ayuda a llevar el foco de atención de vuelta a las cosas realmente importantes en la vida, a apreciar los valores fundamentales que nos conectan entre humanos, que lejos están de la ilusión de felicidad promovida por la sociedad del consumo hasta el hartazgo y de la dependencia material, a la que uno es arrastrado para sobrevivir todos los días; aquella que nos separa, nos enajena y nos enemista. Con los tibetanos aprendo que lo que se necesita para mantener un corazón vivo y alegre es esencialmente muy poco y está al alcance de todos sin excepción, sólo tenemos que quererlo y buscarlo, hacerlo el objetivo de nuestra vida. No se necesita mucho.