Nicolás Marino Photographer - Adventure traveler

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El descenso final

Recuperando el calor

 Al despedirme, Dharma me aseguró que el camino que debía seguir no tendría grandes subidas sino que se mantendría más bien plano. Para mi alegría, este fue prácticamente el único dato concreto y correcto que recibí en toda la travesía. Las condiciones del camino no eran buenas, pero tampoco infernales como las de las semanas anteriores. Efectivamente, avancé tanto sin pendiente como con leve pendiente hacia abajo la mayor parte del tiempo. El sol había salido y a medida que iba perdiendo altura podía sentir cómo el cuerpo iba recuperando el ya tan añorado calor que sentía haber perdido hacía ya una eternidad. El marrón, árido y sórdido de los días de hielo, se volvió nuevamente verde y ameno; la nieve quedó reducida a la cima de algunos picos circundantes y los valles atravesados por ríos y riachuelos cristalinos se veían fértiles en todo su esplendor. Paralelamente, experimentar el placer de volver a sentir el calor entrando en el cuerpo, un sentimiento que ya me resultaba hasta casi ajeno, permitía que pudiera vestir menos ropa y quitarme las prendas de abrigo que no me había quitado por más de dos semanas ni para dormir. La diferencia entre pedalear por encima o por debajo de la franja de 4000 mts de altura es abismal, desde la temperatura promedio diaria, los fenómenos atmosféricos, los colores y geografías de los paisajes circundantes hasta los mismísimos efectos de la altura en el cuerpo. Todo cambia. Con el cambio, cedieron las nevadas y volvieron las lluvias intermitentes una o dos veces al día. Seguía por un camino muy remoto y pequeño, casi únicamente conocido por los pastores nómadas y semi-nómadas que habitan la región.

Me cruzaba más frecuentemente con gente yendo y viniendo en moto y me sentía más acompañado. La gente sonreía y se sorprendía gratamente al verme pasar. En un quiebre del camino encontré un tumulto de gente alrededor de una gran tienda, era fin de semana y día de casamiento y muchas parejas de todos los asentamientos de la región habían concurrido allí para la celebración al aire libre. Mi presencia causó revuelo, la gente estaba tan emocionada al verme allí que me tironeaban de un lado para el otro.

Absolutamente nadie hablaba chino, con lo cual tuve que limitarme a usar mi escaso tibetano, mucho del cual había aprendido en esta misma travesía, y el lenguaje de señas. Si hay algo que claramente entendieron es que tenía hambre y por consiguiente pasaron a abrumarme sirviéndome platos de comida. Mientras comía, decenas de hombres y mujeres parados a mi alrededor me miraban fascinados y me escudriñaban como si hubiera caído directamente desde júpiter.

Al continuar camino avisté a la distancia  una cabaña de barro elevada sobre la loma de una montaña, y fue cuando un gigantesco y musculoso buitre pasó sobrevolando a mi lado para pegarme un buen susto, que entendí hacia a donde me estaba acercando. Pasó uno, pasó otro y otro, y miré al cielo y me encontré con un remolino de estas bestias aladas revoloteando en espiral; me estaba aproximando al sitio donde se practica el jhator, que es el nombre con el que se define la práctica que transcurre luego de la muerte de los tibetanos. Su significado literal en tibetano es "dar limosnas a las aves". La práctica, tiene siglos de antigüedad y tiene su origen en motivos tanto religiosos como pragmáticos. En términos breves, consta primero de velar al cuerpo junto a los monjes, que en conjunto recitan los mantras designados para la ocasión; una vez terminada la ceremonia, el cuerpo es llevado al aire libre donde un rogyapa, aquella persona que se dedica a llevar a cabo el ritual, expone el cuerpo sobre una roca, tanto entero como seccionado en partes por él mismo, preferentemente en lo más alto de una montaña y lo deja expuesto allí como ofrenda a los buitres, que en tan sólo minutos descienden de a docenas a despedazar el cuerpo hasta reducirlo a su esqueleto. El mismo, es luego molido a polvo por el rogyapa y mezclado con tsampa para ser nuevamente servido a otras aves de la región.

Por razones de respeto a la cultura tibetana no incluyo fotos de los esqueletos

 Para algunas personas esto puede resultar a primera vista una práctica monstruosa si es malentendida y si se pone resistencia a entender (o se elige ignorar) los factores religiosos y filosóficos que dan origen a la misma. De acuerdo con la cosmovisión tibetana, el ofrendar el propio cuerpo a las aves es un acto de altruismo, en donde el cuerpo, ya habiendo completado su ciclo de vida y servido como contenedor del alma, es servido como comida a las aves, en un acto de sublime generosidad, para en vez de ser no más que un desperdicio, ser útil en el ciclo de la vida de los seres sintientes que aún transitan la existencia y la vida terrenal. Por otro lado, su origen histórico se atribuye al hecho de que la geografía del altiplano tibetano en toda su extensión, teniendo un promedio de 5000mts de altura, consta de una superficie dura y rocosa, que sumado a estar congelada la mayor parte del año, hace prácticamente imposible la excavación.

 Llegando al final del día empalmé con el curso del río Amarillo, el segundo río más largo de China y el sexto más largo del mundo, que zigzagueante, a unos 3700 mts de altura, avanzaba sobre valles de montañas de pendientes suaves y cubiertas por un manto aterciopelado de colores verdes y amarillos bañados por el dorado del sol del atardecer. Allí, junto a las marmotas y los zorros escurridizos yendo de cueva en cueva alterados por mis presencia, encontré el lugar ideal para acampar a a 3780mts de altura, en la más absoluta soledad frente a uno de los giros a 90 grados de este increíble río; fue una de los momentos más maravillosos de mi travesía.

Golpe tras golpe. 

Había llovido durante toda la noche, y comencé, supuestamente, el ante-último día de la travesía subiendo una vez más por encima de los 4000mts, por un camino remoto y solitario, únicamente habitado por los pocos nómadas que quedaban, ya al final de la temporada. El día se puso radiante a las dos horas de partir y a pesar de la dureza del camino y la altura, ya no estaba tan frío. Las montañas tenían manchas de todos los colores y en ellas se podían ver los parches dejados por las tiendas nómadas que ya habían sido desmanteladas, rodeados por los pocos que aún no se habían ido.

Realmente ya no tenía modo de recuperarme de tanto cansancio a menos que parara algunos días a descansar, las energías que estaba usando eran las de emergencia y avanzaba como podía. Iba muy lento en las subidas y me dejaba llevar lo más posible por el rodar en las bajadas. Pero en días de poca energía, y en la obstinación por seguir, se hacen las cosas mal, sobre todo en las bajadas, donde uno quiere ir rápido. El descenso, luego del paso de 4360 mts, fue vertiginoso, el camino era de a momentos una masa de lodo, y en las partes más secas, la bicicleta aún se hundía por la humedad que tenía la tierra; estaba completamente inestable y por eso, en una de las bajadas más empinadas, a unos 32km/h, mordí el borde deforme del camino, perdí el control de la bicicleta, se enterró en el fango y yo salí despedido hacia adelante para darme contra las rocas y el barro luego de rodar tres veces como bola de nieve. Milagrosamente (y los que me leen saben que este, lejos está de ser el primer golpe seguido de milagro) salí ileso; dolorido por todas partes, costillas, brazos, músculos, sangrando de los raspones, pero sin quebrarme nada. El codo fue la parte más afectada y me llevaría 3 semanas, luego de terminado el viaje, poder extender el brazo al máximo y apoyarlo en una mesa sin que duela. Pero podía seguir pedaleando

A duras penas continué el resto del día por este diabólico camino embarrado, me detuve en el único pueblo en el olvido que había sobre este camino, en el cual apenas había provisiones. Su gente por supuesto no entendía mi presencia, ya todo embarrado, rengueando, con la cara insolada y encima extranjero, cosa que estoy seguro que ninguno de la gente que crucé habría visto alguna vez.

El mejor regalo vino al final del día junto con una tragedia, que según los parámetros de cada uno puede ser pequeña, mediana o grande. Luego de haber pasado las últimas 4 horas pedaleando paulatinamente cuesta arriba por este camino infernal y con las gotas contadas de energía de emergencia, aparece delante de mí una muralla gigante de picos rocosos y nevados, vertical, dramática, coronada por Nyenpo Yurtse 5933mts; el cielo se tiñó de rosado y la nieve en los picos brillaba de manera deslumbrante. Estaba ya oscureciendo y había una quietud ensordecedora, estaba a 3950 mts y sólo corría una leve brisa. Decidí hacer una foto de mi bici con semejante imagen de fondo. La posé al borde de un puentecito apoyando fragilmente el pedal sobre un pequeño cordón de concreto y fue a tan sólo varios pasos de distancia que una furiosa ráfaga de viento surgió de la nada, y me di la vuelta para salir corriendo cuando vi volar mi bicicleta entera en el aire cayendo tres metros más abajo en una quebrada. La alforja delantera que contenía mis dos lentes más caros había quedado descuidadamente desabotonada y los dos salieron despedidos reventando contra las rocas y el agua.

Luego de recoger todo y darme repetidos golpes en la cabeza al son de "estúpido, estúpido, estúpido, estúpido, estúpido" comprendí que nunca hay que olvidar la lección que ya bien debería tener enraizada. Cuando uno está cansado, NO DEBE TOMAR DECISIONES.

Los objetos van y vienen y todo se puede reparar o reemplazar, pero estos momentos mágicos, como el escenario magnífico de aquel día, son únicos en la vida e irreemplazables, eso era lo único que me importaba. Por este camino hice el último puñado de kilómetros del infierno y alcancé al poco tiempo, el camino de asfalto que conecta a la civilización.

El día final

  Pero esto se había vuelto una historia de nunca acabar porque arranqué el último día subiendo, ya no quería subir más y ahí es cuando uno cae en la realidad de que el altiplano tibetano hasta se puede volver una trampa de la cual es muy difícil salir. Es que uno cae en la cuenta de que toda la geografía consta de subidas y bajadas intercaladas por raros y escuetos momentos sin pendiente. Y hasta no descender definitivamente del altiplano, es una realidad que nunca cambiará. Uno nunca sabe cuánto puede aguantar el cuerpo hasta el agotamiento total, hasta caer literalmente de la falta de energía, pero lo cierto es que sentía que las había drenado completamente. El viento me empujaba. A pesar del suave asfalto por el cual pedaleaba, el camino seguía subiendo y bajando con grandes desniveles. Creía, muy muy muy erróneamente que desde los 3950mts donde había arrancado el día sólo habría 50km de bajada hasta Drukchen Sumdo, no sólo encontré un mínimo de bajada sino que en 50 km tuve tres pasos mas! Subía penosamente hasta 4250mts y bajaba empujado por el aire a 3600mts, para luego volver a subir por encima de los 4000mts. Para cuando llegué aDrukchen Sumdo un pueblo feo, ruidoso y polvoriento, estaba desahuciado; me arrojé en el primer restaurante y ahí me postré dos horas sin moverme, los dueños sonreían en incomprensión total.

Me faltaban sólo 80 km hasta llegar a Ngawa, mi destino final, pero eran las 14 hs y ya había hecho 50km y tres pasos. Decidí ir tranquilo, y de haber subidas, me detendría para pedir remolque. Pero no las hubo, ya estaba en descenso completo, suave y extenso, pero descenso al fin. Iba perdiendo metros de altura a medida que avanzaba, estaba ya entrando en los espectaculares grasslands (estepa en altura) de Ngawa, rodeados de colinas suaves y verdes.

 Me faltaban 40km aún, cuando un camión comenzó a circular despacio a mi lado, desde él, un simpatiquísimo joven tibetano me dio charla en muy buen chino. Me preguntó que a dónde iba y le dije que a Ngawa, pero me dijo que suba con él porque allí no podría entrar sólo.  Duoden, a quién hoy considero casi un hermano postizo, subió mi bici al compartimento trasero de su camión, el cual usa para repartir manteca de yak por todo el altiplano, y me llevó con él. Al llegar a 10km de Ngawa me dijo que me echara al piso y me escondiera.

 Ngawa estaba hacía meses en estado de sitio, encerrada por trincheras de control militar. Este pueblo increíblemente bello en un valle magnífico, fue invadido por el ejército y la policía chinas y mantienen a la población en estado de control total. Durante 2011, una serie de monjes tibetanos recurrieron a suicidarse pacíficamente encendiéndose fuego como símbolo de protesta por la falta de libertades y el hostigamiento del gobierno. Ya son decenas los monjes que han hecho esto y la reacción del gobierno fue invadir militarmente este pueblo e iniciar una campaña de indoctrinación para intentar revertir la situación. Esto no tiene feliz a nadie y los suicidios siguen ocurriendo.

Con el riesgo enorme que implicaba para Duoden estar escondiendo a un extranjero, los cuales tenemos absolutamente prohibido estar en Ngawa, decidió llevarme a su casa con su familia, la cual, una vez más, sí, no me canso de decirlo, me recibió como a un hijo, un verdadero hijo. A pesar de la situación que viven, nunca dejaron de sonreír alegremente y demostrar lo más sublime del espíritu tibetano, que es esa enorme capacidad espiritual de poder torcer los efectos de la violencia y la más cruda adversidad y devolver amor y compasión. Con ellos pasé un magnífico e inolvidable último día antes de montar mi bici de vuelta en un bus  a Chengdu de vuelta a casa.

24 días

1827km

Ascenso total acumulado  de 25681 metros

8.7 kg de pérdida de peso

........... y ni ninguna ducha.