Nicolás Marino Photographer - Adventure traveler

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Aventuras en el techo del mundo. Parte I

Para finales de septiembre habían pasado ya cuatro meses desde la travesía que me llevó desde Urumqi hasta Xining y estaba ya más que listo para comenzar una nueva. A diferencia de dicha travesía anterior, para la cual había podido tener un buen ritmo de entrenamiento previo entre pedalear unos 200 km en las montañas cada fin de semana y nadar dos o tres veces por semana, al momento previo del inicio de la nueva estaba bastante fuera de forma, luego de un verano húmedo y sofocante en el que salir a pedalear resultaba más bien una experiencia digna de los amantes del baño sauna. Condiciones en las que juntando calor con humedad y polución se hace bastante difícil respirar al elevar el ritmo cardíaco, lo que por otra parte tampoco representa satisfacción alguna. Nadar había quedado también fuera de la ecuación, ya que en verano parece haber una decisión unánime de la gente local de ir a chapotear aglutinados cual patos en estanque en las piscinas olímpicas de la ciudad, donde algunos pocos pretendemos ir a nadar, pero simplemente no se puede.

Y así, con muy poco entrenamiento encima y apelando a la memoria física del cuerpo (rogando que recuerde que estuve en buena forma hacía no tanto tiempo atrás) es que partí con mi bici en avión a la ciudad de Lijiang 丽江 en la provincia de Yunnan 云南省 para luego continuar en bus hasta la pequeña ciudad de Zhongdian 中甸县, más conocida con el nombre turístico de Shangri-la, en el sureste del altiplano tibetano, en el tibet original, provincia de Kham, desde donde arrancaría mi travesía hacia el norte por el borde oriental del Tibet hasta donde pudiera llegar. Aquí vale aclarar que el Tibet original, antes de la invasión impune y posterior ocupación ilegal (genocidio de por medio) por parte del Ejército Rojo de Mao Zedong en el Tibet era prácticamente el doble de territorio de lo que hoy han dejado con el nombre de Región Autónoma del Tibet y abarcaba lo que hoy es casi toda la mitad oeste de la provincia de Sichuan, el extremo noroeste de Yunnan, provincia tibetana de Kham y la totalidad de la provincia de Qinghai, provincia tibetana de Amdo, es decir la totalidad del altiplano tibetano. Como se puede ver en este mapa.

Shangri-la es un lugar que dista ampliamente del paraíso terrenal, espiritual y perfecto descrito en el Lost Horizon de 1933 de James Hilton, pero a pesar de su

condena brutal a destino turístico, es bonito y es un lugar necesario en el que planeé permanecer un día completo para aclimatarme. Había pasado de 500 a 3200mts de altura de la noche a la mañana y era indispensable dar tiempo para adaptar el organismo a la altura de los días que seguirían. Gracias a la sabiduría del clima (el día que planeaba partir llovió torrencialmente) tuve que posponer la partida un día más, cosa que agradecí en el rigor de la altura que alcanzaría los días siguientes.

Partí a primera hora de la mañana en un día nublado aunque sin lluvia. El camino comenzó a ascender casi inmediatamente al salir de Shangri-la y como esperaba, felizmente en la ruta el tráfico era casi inexistente. De vez en cuando pasaban tibetanos en moto, sonreían, saludaban y seguían de largo. Algunos lugareños, que viven en pueblitos lejos del camino aparecían y desaparecían a los lados de la ruta, miraban con curiosidad, sonreían tímidamente y seguían adelante.

Avancé por varias horas, cuesta ligeramente arriba por un valle verde hermoso y solitario, siguiendo el río a medida que las montañas iban cercando cada vez más los alrededores. Justo cuando la cuesta empezaba a empinarse encontré un grupo de casas a los lados del camino, donde decidí quedarme a almorzar y es en ese momento cuando ví una bicicleta cargada en la puerta, miré hacia adentro y un occidental en patas estaba comiendo. Me ve, nos miramos, sonrío y le digo desde el camino en complicidad de ciclo -"Hi, hello" y me saluda, luego le digo -where are you from?, y en un inglés con grueso e inconfundible acento me respondió - "ai am from EEEESSSSPEIN", le sonreí y le dije pues que no tenemos que hablar inglés y su reacción creo que fue tanto de sorpresa como de alivio!!. Lo que siguió fue un almuerzo donde no sólo descubrimos que ambos íbamos en la misma dirección sino que percibimos muy buena energía el uno del otro. Era un hecho, seguiríamos camino juntos. Mantu, del país Vasco, venía remotando el río Mekong desde Ho Chi Minh y llevaba ya más de 5500km pedaleados. Un obligado desvío del curso del río, por falta de rutas, lo llevó a tener desviar por dónde yo iba para reencontrar el río más al norte y poder continuar hasta su nacimiento en el norte del Tibet, final de la primera parte de su travesía.

Así es que terminamos de almorzar y partimos juntos. Salimos y el camino comenzó a subir estrepitosamente curva y contra curva por una ladera atravesando un espeso bosque de coníferas en un camino vacío aunque en muy buena condición.

Pasados los 3600 metros de altura comencé a sentir la falta de oxígeno y por el ahogo debía detenerme frecuentemente. Mantu, gracias a los meses que llevaba encima de la bici y muy bien aclimatado, avanzaba como pedaleando del trabajo a casa mientras conversaba por todo lo que no había podido en la soledad de los días anteriores. Yo sólo podía limitarme a jadear monosílabos.

Luego de una tarde entera de ascenso alcanzamos un paso a los 4000 mts y nos encontramos con un inmenso valle boscoso entre gigantescos picos verticales de roca caliza.

El sol salió para el atardecer y comenzamos el descenso a 3100mts donde al final del día y luego de 105 km encontramos una parada de camioneros junto al río dónde comimos a lo grande y nos quedamos a dormir.

Final del primer día: 110km

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El excesivo esfuerzo del primer día me provocó una inflamación muscular que no dejó relajarme por varias horas. No se siente dolor, es sólo una especie de tensión interna, como si el cuerpo estuviera todavía en acción. El no poder relajar los músculos me impidió conciliar el sueño hasta entrada la madrugada, cuando no mucho después sonó el despertador para emprender el nuevo día. Un día que sería aún más duro.

Salimos del hospedaje a eso de las 7.15am y a los pocos kilómetros se acabó el asfalto y una pista de tierra en mal estado comenzaba. Allí, en un restaurante de camioneros, el último por un largo trecho decidimos comer a lo grande para juntar energías y de paso conversar con un tibetano muy coqueto que iba en moto, y tratar de que nos informara un poco sobre lo que nos esperaba.

De allí partimos llenos de energía y sin piedad comenzó el eterno ascenso del paso de Daxueshan. El día nublado y frío aunque tolerable por el constante calor generado por el cuerpo en la subida. Casi nada de tráfico excepto uno que otro camión rugiendo fatigado por el exceso de peso avanzando a paso de caracol, y algunas motos. El resto, silencio interrumpido por la propia respiración. El paisaje, deslumbrante.

Cada nueva curva a medida que continuaba el ascenso devolvía un paisaje cada vez más impactante aunque el clima seguía malo y las nubes seguían obstinadas en ocultar la grandeza de los picos de caliza que cada vez estaban más cerca. En un punto, pasados los 3900mts de altura ya no supe si era el camino o mi energía lo que se iba deteriorando, o ambos. Por momentos el relieve del camino parecía transformarse en una serpiente de barro intentando salir a la superficie. La altura no contribuía a hacerlo más fácil y una vez la falta de oxígeno me obligaba a detenerme. Maldita falta de aclimatación, me decía a mí mismo, cuando la mente, por el cansancio ya comenzaba a retorcer el cuerpo.

Pero con mucha paciencia, uno continúa adelante. En un día tan largo no podíamos darnos el lujo de detenernos a comer con lo cual seguimos camino, yo ya mucho más atrás de Mantu. A eso de las 15.40 y luego de casi 6 horas continuas de subida alcancé la cumbre del Daxueshan a 4380mts coronado, como todos los pasos en el Tibet, por innumerables banderas de plegarias tibetanas flameando en el viento. El clima se había deteriorado considerablemente con unos nubarrones intimidantes y la altura había traído el frío.

Pero cuando uno cree que lo más difícil del día ya ha quedado atrás, ahí fue cuando recién comenzaba. Continuamos en camino al pueblo de Ranwu creyendo que quedaría un largo descenso por delante. Largo no es problema cuando hablamos de descenso pero fue luego de la primera pérdida de unos 700 mts de altura cuando quedó ante nuestros ojos una nueva y larga subida. La diferencia es que ahora ya era el final de la tarde y el cansancio acumulado no da treguas. A duras penas comencé el nuevo ascenso, un ascenso que ya no hice con tanta buena voluntad, más por la sensación amarga de creer que era un ascenso que no existiría que por el cansancio mismo.

Llevó un gran esfuerzo, con algo de motivación recuperada gracias al sol que reaparecía entre las nubes en las horas del atardecer, remontar 400mts para alcanzar una especie de paso intermedio pequeño posterior al Daxueshan a unos 4100 mts. Pero la magia de la inmensidad, bañada en el color dorado de las últimas horas del sol cuyos rayos se cortaban en los afilados picos de caliza que desinhibidos quedaron al descubierto hizo que todo valiera la pena. Son los regalos que el mundo nos devuelve luego del esfuerzo que pusimos en descubrirlo.

Pero no había tiempo para detenerse, cuando el sol cae la noche no vacila en quitarnos la luz rápidamente. Al segundo paso le siguieron 20km, una nueva bajada intensa y ya en la noche, para nuestro desconcierto, una nueva subida. Lamparas en la cabeza listas y a pedalear en una oscuridad imperdonable, bajo las estrellas y las nubes por un camino inescrupuloso. Luego de terminar una subida a puro lamento devino la bajada final a Ranwu, pero el camino, casi como empecinado en no permitirnos un descanso final se volvió una mezcla de manto de piedras y bancos de arena, que en el noche cerrada era imposible prever. Avanzar prácticamente a ciegas, no viendo más que 3 mts adelante atemoriza, uno puede sentir cómo los niveles de adrenalina provocados por la incertidumbre suben y hacen vibrar el cuerpo. Los tramos de bajada se volvían increíblemente interminables y uno trata de acelerar, hasta que la naturaleza pone el límite. En un tramo donde el apresuramiento por el cansancio y la necesidad de llegar a destino se combinaron, subimos la velocidad de bajada y por la imposibilidad de anticipación en plena oscuridad mordí un banco de arena, la bici se empantanó y yo salí despedido en el aire aterrizando 3 metros más adelante masticando tierra a lo grande. Mantu se detuvo para ayudar a levantarme. Felizmente no fue más que un leve tropiezo y seguimos adelante por esta serpiente interminable. Alcanzamos Ranwu, a 3000 mts de altura, un pueblito tibetano donde casi no quedaba una persona despierta. En la única pequeña despensa que quedaba abierta con un farolito encendido, pedí instrucciones para llegar a la hostería de aguas termales de la cual me habían hablado y que tanto añorábamos. Nos habíamos pasado; el señor me dice, retrocedan 2.5km y giren a la izquierda. Fabuloso sentido del cálculo el de este hombre que en un pueblito de unas 30 casas no sabía que esos 2.5km resultaron ser 7km y todos en subida y sin ninguna luz. Mantu llevando la delantera, yo luchando con mi agotamiento, y la hostería que no aparecía. En un punto casi renunciamos a la búsqueda cuando decidimos avanzar aún más y allí fue cuando vimos al pie de la montaña un farolito prendido. El instinto nos llevó a seguir y allí estaba. Eran las 23.15 llegamos famélicos luego de una odisea de casi 16hs, el cocinero aún despierto nos preparó una obscenidad de comida que no dudamos en devorar y luego, a las 12.30 de una noche fría, mirábamos las estrellas y las montañas desde una piscina de aguas termales que tuvo un considerable efecto reparador sobre los músculos.

Final del día 95 km. Con un ascenso acumulado de unos 2000mts.

Acumulado. 205km

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Las aguas termales no alcanzaron para desinflamar los músculos, que ya llevaban dos días de gran esfuerzo. Conciliar el sueño había resultado difícil pero mucho más lo fue descansar. Es una sensación muy difícil de explicar y que nunca me había ocurrido. Es como intentar poner a dormir a un cuerpo que cree que sigue necesitando estar activo. Los músculos siguen tensos, como si estuvieran vibrando por dentro, y el cuerpo no se relaja.

El día finalmente amaneció radiante, un cielo azul intenso y nubes dispersas. Al despertar, lo primero que hice fue salir a ver la montaña que habíamos bajado la noche anterior. Un pared casi vertical con los trazos del eterno camino incrustados en ella, impresionante.

Ranwu es un pueblito de casas tradicionales tibetanas, blancas, trapezoidales, con guardas pintadas de colores alrededor de las pocas y pequeñas aberturas que, dispuestas en el lugar de mayor asoleamiento cortan gruesos muros de ladrillos que parecen ser de barro.

Al salir de Ranwu el camino nos llevó en bajada paulatina por un valle fértil, siguiendo el río. A sus lados, las terrazas sembradas con decenas de tonos verdes. No pasaban más que unos pocos kilómetros sin encontrar casas. Las casas tibetanas, no sólo son impactantes por su simpática decoración sino por su tamaño. Más que casas son pequeñas fortalezas, aspecto dado por la forma cuadrada monolítica y trapezoidal (anti sísmica) y el grosor de sus muros. Todas tienen un mínimo de tres pisos. En planta baja un gran establo, primer piso vivienda y tercer piso ático y baño.

Ranwu y montaña detrás con parte del camino de bajada de la noche anterior

Se encuentran dispersas a lo largo de todo el camino y cada una docena de kilómetros se aglutinan en forma de pueblito. Los pueblos son dignos de un cuento de fantasía, colgados de la pendiente de la montaña, brillando bajo el sol en una mágica paz rural. Las montañas se levantan inmediatamente detrás y el camino se filtra como hilo cosiendo cada uno de ellos. Llegar a cada uno rompe el silencio y la gente curiosa se alborota por la presencia de visitantes, o bien continúa su vida tradicional. Los tibetanos son gente muy devota a su espiritualidad y en todos los pueblos es muy común ver gente concentrada en sus plegarias. En uno de los pueblos, sentadas en una especie de gazebo se encontraban dos señoras mayores, conversé brevemente con ellas qué sonríen amablemente, pero inmediatamente continuaban contando plegarias con su mala (rosario tibetano) concentradas, viendo como todo ocurre a su alrededor, pero sin alterar su ejercicio espiritual.

Pero no todo es espiritualidad. Los niños , salen emocionados corriendo al cruce con nosotros. En pueblos así, los visitantes extranjeros son un evento que no ocurre muy frecuentemente y dicho evento es digno de ser festejado. El afecto y la alegría de los niños es inconmensurable, y Mantu empujado por más de 200 mts lo sabe bien.

El valle continuó por varios kilómetros, las subidas y bajadas eran constantes, ya que los pueblos siempre se sitúan a una altura mayor que la del camino mismo para evitar inundaciones en caso de que el río suba su nivel. Antes de cada pueblo hay una subida considerable e inmediatamente al salir del mismo una bajada, sumadas a lo largo de todo un día se va acumulando bastante cansancio. A pesar de las subidas breves y constantes, el camino iba progresivamente en descenso. Perdimos mucha altura y tocamos el punto más bajo a 2780mts, pero la belleza no dejaba de sorprender. A cada vuelta de curva se revelaba un nuevo espectáculo visual.

Ir en bajada demás está decir que no es un habitual motivo de disgusto a menos que, uno sepa que luego vendrá un nuevo ascenso inevitable, y ese no era ni más ni menos que nuestro caso. Cuando uno sabe que por delante tiene un gran ascenso, cada metro de bajada se hace con la reticencia de saber que tocará sufrir la subida de cada metro perdido que uno debe recuperar. Por eso cuando el valle se terminó decidimos extender el día para comenzar parte del largo ascenso que vendría el día siguiente. Ascendimos por un par de horas y al final del día en un pueblito de unas 20 casas, encontramos alojamiento, curiosamente en la estación de policía. Sólo la tensa situación entre el Tibet y China explican que un pueblo de un puñado de casas tenga una estación de policía. Los pobres condenados a hacer postas en dichas estaciones aisladas en el medio de la montaña son siempre jóvenes enviados a pagar el derecho de piso. Nos recibieron con mucho afecto, ninguno de los oficiales vestía uniforme ni tendrían más de 22 años. La misma estación era su casa, nos invitaron a cenar con ellos y sus amigos, y allí en el piso de una de las habitaciones nos dejaron tirar nuestras bolsas de dormir.

Final del día: 75km

Acumulado: 280 km

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Aquella noche finalmente dormí mejor y recuperé un poco de energía que iba a necesitar. Si comenzar a pedalear a primera hora del día es tarea difícil para mí, comenzar el día en subida y con frío es aún peor (y hay peores, frío, lluvia, nieve, camino de barro). Los primeros minutos de cada día, hasta que el cuerpo y la mente se sacan la pereza, son minutos eternos en los que lo único que suelo desear es volver a la bolsa de dormir o bien extender mi estadía para hacer un "descanso", algo así como una manera de querer negar por un tiempo más, esos minutos de arranque, que rara vez disfruto. Lo positivo es que es un momento generalmente muy breve. En una situación de montaña, la belleza que regala el paisaje inmediatamente lo recompensa todo.

Pero comenzamos a trepar desde la puerta de la estación, la pendiente en línea recta no era mayor de lo habitual, pero las mismas eran muy cortas, y al llegar a la curva es cuando la pendiente aumenta considerablemente y uno consume el doble de energía como así disminuyeno la velocidad. A veces cuento las curvas, pero estas fueron tantas que perdí la cuenta. El clima se mantenía excelente, seco, y un sol radiante que mantenía una temperatura hermosa, En pleno y constante ascenso, cada 4 o 5 curvas, aparecían 2 o 3 casas tibetanas, blancas, brillantes, colgadas de la montaña, con sus pocos habitantes sonriendo al vernos pasar. Pasada la media mañana luego de más de 3 horas constantes de subida y habiendo ganado bastante altura la maravillosa vista desde arriba reafirmaba el espíritu.

Pero eso era sólo el comienzo del ascenso y nos llevó hasta pasado el mediodía alcanzar un estadio intermedio donde por algunos kilómetros el camino se estabilizó entre montañas de colores otoñales y aguas de vertiente, un silencio hermoso y ausencia total de tráfico, el lugar perfecto para parar a cocinar el almuerzo. Comimos fideos instantáneos y descansamos un tiempo bajo el sol, pero quedaba mucho por delante y en las montañas uno no se puede fiar del clima y así es como al poco tiempo de retomar la subida el clima comenzó a deteriorarse rápidamente y una temible tormenta se avistaba en camino, acompañada por un fuerte viento frío. Para cuando alcancé la última meseta a 4200mts de altura, antes del ascenso final, la tormenta estaba ya casi encima y el camino ya había dejado de ser asfalto hacía un rato. Desde allí podía ver delante mío la pared vertical con el camino trazado en ella que conducía al paso. Arriba y a lo lejos en el mismo, podía ver pequeñito a Mantu.

El último tramo resultaba interminable y la falta constante de oxígeno y la pendiente me hacían parar cada 100 mts. No es bueno hacerlo y trato de evitarlo a toda costa, pero la realidad es que aún no estaba adaptado a pedalear en la altura y aún no podía respirar sin tener que detenerme constantemente a estabilizar la respiración y sacarme esa sensación espantosa de que el corazón se va a salir por la boca.

En situaciones de tanto esfuerzo, donde el paso es lento y cada pisada en el pedal requiere un esfuerzo inconmensurable, la mente no deja de trabajar. El cúmulo de emociones internas combinadas con los estímulos externos a través de la experiencia se vuelve a veces demasiado grande y no puede contenerse. Es muy difícil de describir. A la vuelta de la última curva quedarían los últimos 300 mts, podía avistar el paso allí adelante, la tormenta ya estaba prácticamente a punto de despacharse con violencia, el viento intentaba voltearme de la bicicleta, me llenaba de tierra, la bici mordía las piedras y avanzaba a unos miserables 3km/h.

En ese momento las emociones desbordan y todo se cruza por la mente, no se puede contener y se desprende en formas de lágrimas de emoción. Finalmente me encontraba alrededor de los banderines de plegarias en la cumbre del paso de Kuluke a 4763mts luego de más de 7 horas continuas de ascenso. El abrazo con Mantu que esperaba pacientemente en el frío cubriéndose como podía del viento.

Y delante de nosotros, el espectáculo del altiplano tibetano, solitario, vasto, crudo e infinito, de colores ocres, un viento que sopla todo el año con violencia. La tormenta no nos perdonaría mucho más y quedaba un largo descenso hasta Sandui. Así es que luego de disfrutar unos minutos comenzamos el largo descenso, con mucho frío. Es en la bajada cuando las condiciones desastrosas de un camino se sienten aún más y uno no puede arriesgarse a ir muy rápido.

Mantu. descendiendo pequeñito en la inmensidad del altiplano

Luego de completar la primera parte del descenso, la tormenta se cernió sin piedad sobre nosotros y justo en ese momento tuvimos la fortuna de avistar una casita, la única, convenientemente ubicada cerca nuestro y en el medio de la nada, había unos tractores en la puerta pero parecía no haber gente, sólo un perro rabioso lleno de furia al vernos y que por fortuna estaba encadenado. Del sólo verlo y escucharlo daba miedo. Nos resguardamos en una especie de almacén y esperamos a que la intensidad de la tormenta disminuyera. Ya era casi el final del día y no había mucho margen de espera.

Lo positivo de estas tormentas poderosas es que así como vienen, rápidamente se van. Pudimos continuar pero en el descenso me detuve ante una personita que estaba solita bien abrigada sentada al borde del camino. Probablemente la madre sería aquella persona que veía varios metros más adelante. El Tibet es una de las regiones más inhóspitas del planeta y su dureza se grava en los rasgos de su gente desde muy temprano, como en la carita de este niño de no más de 3 años, que muy tranquilo simplemente esperaba sentado. De mirada tímida y suspicaz y sus pequeñas mejillas que ya registran una vida en un lugar sin tregua.

Luego de 2 horas de descenso alcanzamos el pueblo de Sandui, en un increíble valle de todos los colores y con un sol de atardecer que atravesando los nubarrones remanentes provocaba unos efectos lumínicos de focos de luz de una belleza sobrenatural. La paz y la quietud total reinaban. Las casas tibetanas ya no eran blancas sino marrones por su ladrillo de barro visto aunque aún conservan las guardas de colores. Sus colores más apagados combinaban mágicamente con los campos, verdes, amarillos y naranjas que las rodeaban con los animales pastando.

La gente terminaba un día más de labrar la tierra de sol a sol y casi al caer la noche, encontramos un pequeño hotel de camioneros, donde comimos a lo grande y nos fuímos a dormir.

final del día: 54km, casi 10 hs de pedaleo y una diferencia de nivel de 2483mts

Acumulado: 334km

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Finalmente mi cuerpo se había regularizado, los músculos se relajaban normalmente luego de cumplir su ardua tarea y podía dormir normalmente, descansando. Esto contribuía a que las mañanas fueran más felices. Una vez más, un duro día comenzaba.

Un amanecer de ensueño bañaba Sandui de un mágico color dorado en medio de la paz absoluta únicamente interrumpida por el silbido del viento y el susurrar de las plantaciones.

Días así hacen pensar que todo será fácil y hermoso y andar en bicicleta no será más que un bello y suave paseo. Pero en un lugar tan inhóspito como el altiplano tibetano, nada se puede asumir ni dar por sentado.

A los pocos kilómetros de la partida comenzó una vez más, un nuevo ascenso. Con los días el cuerpo se va inteligentemente adaptando y a esta altura las subidas ya resultaban menos asfixiantes, aún así llevó un par de horas ascender nuevamente a 4600 mts. Una vez alcanzada esta altitud el altiplano se estabiliza en altura y se vuelve duro e inhóspito. Arido, crudo y vasto, alrededor todo era lagos muertos, picos silenciosos delineando el horizonte, terreno rocoso, tierras de colores parcos, viento helado y soledad absoluta.

Por varias decenas de kilómetros continuamos cuesta arriba y abajo, arriba y abajo, en un ejercicio constante y agotador en este escenario petrificante y desolador. El clima empeoró y el cielo rápidamente se llenó de nubes tormentosas. Cuando todavía asomaba el sol de a ratos y devolvía un poco de calor, tomamos un desvío por un camino de tierra que parecía conducir al fin del mundo. Al cabo de una docena de kilómetros de camino lunar, una cortina monumental de delicados filamentos grises que brotaban de las nubes se interpone entre los picos en el horizonte y nosotros, lo que nos llevó a decidir volver al camino principal

Pero aquella tempestad no quedaría allí sino que se dirigiría en nuestro rumbo. Fue tan solo cuestión de minutos hasta que el cielo entero se encapotó y la tormenta ya embestía contra nosotros. Viento helado, primero con lluvia y al poco tiempo con nieve.

Ahí fue cuando sufrí el primer ataque a mi mayor punto débil. Por la falta de tallas grandes de calzado en China me había visto forzado a emprender el viaje con un par de zapatillas viejas con agujeros en la suela, adelante y en los talones.

Al poco tiempo, encontramos una roca y decidimos parar para protegernos del temporal. En dicha roca en su lado opuesto a la dirección del viento, encontré un pequeño refugio en una raja que formaba una hendidura profunda donde logré acomodarme cubriendo mis pies de la nieve que caía. En momentos así, de condiciones tan adversas, sólo resta mantener la calma y la serenidad y esperar que pase lo antes posible. Pero al detenerse por un tiempo prolongado, el cuerpo se enfría, y el sudor, que antes estaba contenido en caliente atrapado entre las diferentes capas de abrigo, se transforma en agua fría pegada al cuerpo. El frío empieza a correr por el cuerpo y uno no puede pasar mucho tiempo más sin volver a entrar en calor. Son de esos momentos donde uno, no quiere estar donde está y Mantu lo expresa muy claramente con sabiduría de monje, en este video:

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Aunque la tormenta todavía no pasaba, había disminuido en intensidad y debido al frío decidimos retomar lo antes posible. A lo largo de los próximos kilómetros, la tormenta fue quedando rápidamente atrás y comenzamos a descender nuevamente, esta vez hasta un valle a 4300mts el cual hubo que cruzar para encontrar el camino a un nuevo paso. Fue un ascenso muy duro, la tormenta ya se había ido pero hacía aún mucho frío y el sol seguía enterrado bajo las nubes. Llevó dos horas ascender al paso de 兔儿 ( paso del conejo, ya que en la cima de una montaña de alrededor dos rocas asoman en forma de orejas de conejo ) a 4696 mts. Estando tan frío y ya siendo el final del día no dió lugar a quedarse en la cima mucho tiempo así que decidimos emprender el descenso. Una de las cosas más atrapantes de un descenso es poder ir viendo la transición de la aridez y la crudeza de la altura donde nada crece a la fertilidad y los colores de los valles. Sobre el final del descenso una profusión de colores otoñales rodeaba y perfumaba el camino.

Ya se acercaba el final del día, alcanzamos el último valle al atardecer, para un espectáculo de colores. El sol, una vez más decidió reaparecer antes de terminar su día y entre las nubes generó un increíble nuevamente es mágico juego lumínico de focos de luz en la distancia. Las casas y los yaks, dispersos en un inmenso valle fertil entre montañas a 3800mts absorbiendo el último calor antes de la noche.

Pero faltaban aún 40km para llegar al destino planeado y la noche caía inminentemente. Nos detuvimos en un pequeño puesto a comprar algo de comer y emprendimos el último tramo bajo los azulados colores del crepúsculo, y para nuestra desgracia arrancó con una nueva subida que aunque muy suave, subida al fin; y al final de un día de ascensos constantes, tormentas y frío cualquier pendiente en ascenso requiere redoblar los esfuerzos y sacar fuerzas de donde uno ya no tiene, para seguir avanzando. Luego de 20 km de subidas y bajadas pesadas en los pies ya pedaleaba en una oscuridad absoluta, con la lámpara en la cabeza que sólo me permitía ver 2 mts adelante. Mantu había decidido ir más rápido y quedamos separados por algunos kilómetros cuando la tormenta volvió y se largó a llover. Frío, lluvia, y cansancio en medio del negro absoluto de la noche, avancé varios kilómetros más en plena subida, no se terminaba más, lo único que quería era llorar de la impotencia. Faltaba muy poco y ya estaba todo muy mojado y peligroso, ahí es cuando veo luces que vienen de atrás. Una camioneta por suerte, les hice señas y los tres chinos que iban adentro felizmente acceden a levantarme. Monté la bici en la parte de atrás y me subí con ellos. Les dije que mi amigo estaba más adelante. Al cabo de 3 km más adelante encontramos y levantamos a Mantu. Nos remolcaron los últimos 15 km hasta Litang, donde encontramos un pequeño hostal de dueños tibetanos que estaba lleno, pero nos dejaron dormir en una habitación que usaban de almacén y nos indicaron dónde estaba el único restaurante abierto, al cual llegamos famélicos y cuya señora tibetana nos sirvió una cena para 6 aunque sólo eramos 2 y no escatimamos en devorarla.

Con el estómago lleno nos fuímos a dormir.

final del día: 107km,

Acumulado: 441km